El mal sueño de las cajas

La comisión de las cajas llega a su fin pidiendo la hora. La deriva que ha tomando el proceso va camino de conducirnos directamente a ninguna parte. El agujero negro sigue ahí, convertido esta vez en maltrecho banco a la espera de comprador. La supuesta comisión de la verdad debe serlo de punto y final si no queremos degradar más nuestra memoria y despachar el epílogo de la historia financiera de este país con un carpetazo de medias verdades y sortilegios propios de un tahúr.

Entre tanto y tanto verbo minutado por Miguel Santalices, el presidente de la comisión, cabe preguntarse si este túnel del tiempo nos aclarará algo. Y, sobre todo, si servirá de algo, cuando llegue, si llega, toda la luz que se nos niega ahora a los gallegos. Porque son casi todos los diputados integrantes de la comisión que han optado, en sus intervenciones, por la fórmula de una pregunta y cinco mensajes o ideas fuerza aclarando la posición de cada uno de sus partidos con respecto a la que tuvieron en su día ante la fusión de Caixa Galicia y Caixanova.

Poco ayuda esa dinámica. Tampoco lo hace la opacidad en la que se ha instalado la resultante de la fusión de las cajas. No hacer públicas las actas de los consejos de administración de entidades que, en honor a la verdad, eran semipúblicas como las cajas, resulta degradante para aquellos que quieren conocer cómo se fraguó una desfeita que ha costado a los contribuyentes la friolera de más de 10.000 millones de euros.

Aquí hay muchos agujeros negros. Por ejemplo, el papel de las auditoras y consultoras. Deloitte, Boston Consulting, Analistas Financieros Internacionales, PwC…. ¿Cómo pueden entidades que están acostumbradas a poner números a las ideas de los clientes que les pagan llevarles la contraria en un asunto de tanta enjundia? Por triste que resulte, si la Xunta o una caja apostaban por la fusión, los despachos a los que contrataron simplemente tenían que darle forma a sus tesis y arropar sus informes con riqueza gráfica y algún dato contundente. De ahí que ahora KPMG diga que lo suyo fue «un diagnóstico acelerado», cuando no atropellado. ¿Y cuál era la auditora de cabecera de Caixanova durante años? Deloitte. ¿Y la de Caixa Galicia? PwC.

Pero si algo ha supuesto la más triste metáfora del poco respeto político hacia nada menos que el propio Parlamento gallego (en definitiva, a todos), ese ha sido el plantón de Marta Fernández Currás, enrolada en las filas de Cristóbal Montoro en Haciencia, que no en Economía, el Banco de España o la CNMV, que sí tienen mucho que ver con el sistema financiero. El suyo y el de Miguel Ángel Fernández Ordóñez, ex del instituto emisor que sí fue a la comisión de investigación sobre la CAM en Valencia y que ahora parece prestarse a declarar por escrito, suponen la sublimación de un ninguneo, muy bien retocada además por ser ella, Marta, quien presumió en su día de ser la arquitecta de la fusión de las cajas, de ese edificio en ruinas. Ese fue su aval político.

Por otro lado, ¿a qué viene ahora debatir sobre la conveniencia de un SIP (fusión fría) con uno u otro? ¿Qué aclarará saber si, como se plantea en la comisión, lo conveniente era una alianza con Caja Madrid o los valencianos de la CAM si ambos acabaron en quiebra? Lo dicho. Directos a ninguna parte.

Y lo cierto es que los señores de las cajas, Méndez y Gayoso, salieron vivos de la comisión. Ese fue el primer aviso de que esto no iba bien. Lejos de ser deidades, ambos fueron en cierta medida producto de su tiempo, aunque cueste admitirlo. Caciques de última generación. Tanto y tanto se ha hablado durante años del clientelismo político en Galicia y tan poco del financiero. Este es el resultado.

Los mismos diputados que preguntan en la comisión de investigación sobre los desmanes de ambos tuvieron a compañeros de partido en los consejos de las cajas: PP, PSOE y BNG. También sindicatos, concellos… Muchos años. Confortables sillones que ocupaban en representación de entes como la Coral Polifónica de Betanzos, la Sociedad Filarmónica Ourensana o la Real Sociedad Económica Amigos del País. ¿Y cuándo había que financiar desde San Caetano un proyecto de envergadura, defender el accionariado de una empresa emblemática o colocar una emisión de deuda muy ajustada? ¿A quién se recurría?

La historia, y no la comisión de investigación de las cajas, nos ha enseñado que aquello no se hacía a cambio de nada. Por eso, todo este mal sueño debe acabar.