España no cuenta en Europa

Esta semana, parece que habrá fumata blanca. El presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, propondrá el «colegio de comisarios» para que el Parlamento Europeo le dé el visto bueno. Tarea ímproba y ciertamente difícil la de conjugar intereses contradictorios.

Ensamblar los intereses de 28 países, grandes, pequeños y muy pequeños; del Norte, del Sur y del Este; conservadores, socialistas, liberales y nacionalistas; con el requerido equilibrio entre sexos. Un parto difícil que Juncker, un veterano europeo, ha abordado con autoridad, y, parece, que también con sentido. Por las recientes informaciones, a España se le va a asignar un papel menor. En Bruselas se dice que a Arias Cañete, ex-ministro de Agricultura, se le adjudica la cartera de Investigación e Innovación, uno de los dosieres considerados de segunda fila.

Tampoco parece que las aspiraciones del Gobierno Español de situar al ministro de Guindos en la presidencia del Eurogrupo vaya a convertirse en realidad. La oposición de su actual responsable, al que vence su mandato a mediados del año próximo, el católico holandés y laborista, Jeroen Dijsselbloem, y de su gobierno a ceder el puesto es muy fuerte. Y Bruselas no se halla en situación de crear más conflictos internos entre países.

España es la cuarta potencia en el Eurogrupo. Francia e Italia, enfrascadas en sus reformas internas necesitan equilibrar el peso de Alemania que, con su influencia política y su estrategia económica perjudica los planes franceses e italianos. El estricto seguimiento del Plan de Estabilidad pone en dificultades serias la política económica que han emprendido estos dos países. La paradoja es que a España -por mucho que pregonen los voceros oficiales- también le interesa objetivamente seguir el camino de Francia e Italia.

Es decir, que Europa ayude a las economías del sur a relanzarse, a crecer, a generar PIB, para, entre otros objetivos, permitir, con mayores ingresos fiscales, ir devolviendo deuda.

Porque con la política seguida en estos últimos tres años de austeridad no se ha conseguido ni reducir el ratio de deuda sobre PIB ni crear empleo.

A España le interesa alinearse con Francia e Italia, hacer frente común para, con la inestimable ayuda del Gobernador del BCE, condicionar a los halcones alemanes. Pues no. Mariano Rajoy intenta convencer a Angela Merkel para que empuje el nombramiento de Arias Cañete como comisario de una cartera relevante, y a de Guindos para que acceda a la presidencia del Eurogrupo… con la ayuda del Apóstol Santiago.

El presidente del Gobierno español cree que le interesa más vender ante la opinión pública su influencia ante Merkel, colocando a dos compañeros de gabinete, que luchar por los intereses de los ciudadanos de este país. Pero, además, su estrategia le saldrá mal. Ni Arias Cañete va a ocupar una comisaría relevante ni de Guindos, de momento, va a echar al ministro holandés.

Para colmo, cuando Juncker pide a los países que le proporcionen nombres de mujeres para equilibrar los géneros, Rajoy le presenta a un personaje que, por sus comentarios sobre las mujeres en el último debate electoral, las menosprecia («no me he empleado a fondo contra una mujer»). Aparte de la bronca que le espera en el Parlamento Europeo, en la «criba» a la que va a ser sometido.

También España ha tenido un triste papel en la reciente cumbre de la OTAN. Rajoy, ante el pavor que siente cuando tiene que rendir cuentas ante la opinión pública española, para decir que iba a destinar tropas para combatir el islamismo más radical, decidió pasar de completar el núcleo duro de la Alianza, a colocarse en la retaguardia, –donde no llegan los tiros–, en labores de logística y servicios.

De esta manera no se hace política Europea. Europa, la Comisión, debe preguntarse qué ha pasado con España que antes destinaba a sus mejores políticos para servir la causa europea: Marín, Solana, Solbes, Almunia, y a Enrique Barón y Josep Borrell en el Parlamento.

No tenemos a nadie en el BCE, porque se pretendió enviar a un personaje sin la cualificación requerida, y el Presidente español tampoco tiene nada que decir sobre la discusión del Tratado Comercial entre EEUU y la UE, fundamental para nuestro país.

El paso de José María Aznar por la política exterior española representó una ruptura con nuestros intereses históricos, en especial europeos, y la Guerra de Irak acabó de arruinar nuestro posicionamiento en el Mundo Árabe, y en el Mediterráneo.

España ha sido siempre un país muy europeísta. Lástima que nuestros políticos no hagan honor a esta merecida fama.