¿Estás fingiendo? Yo también sé hacerlo
No conozco nada más humano que el deseo de interpretar, de prolongar el yo en otro, en muchos otros. Nuestra inclinación por actuar, por fingir como un camaleón para camuflarnos en el entorno o para destacar en él como las coloridas mariposas cometa, nos hace aún más reconocibles a los otros al pronunciar lo que queremos ocultar. Una paradoja que queda constatada en los carnavales, donde la máscara oculta y revela a la vez nuestras secretas pasiones.
Por eso fascina tanto la vida de los actores o músicos, porque transitan el espacio de la ilusión en el que la frontera de lo real y lo irreal tiende a desaparecer. Por ello, es tan importante advertir a los actores que una buena interpretación es aquella donde el espectador es capaz de sobrecogerse por el asesinato cometido, al mismo tiempo que aplaude la interpretación del actor en su papel de asesino.
El problema aparece cuando en el actor solo atisbamos a ver y sentir al asesino, sin quedar rastro de su interpretación. Esto nos sugiere que, tal vez, estemos frente a un simple asesino que descubrimos en un escenario o que el espectador ya no es capaz de distinguir entre dramatización y realidad.
El mundo de la política también es un escenario para grandes interpretaciones y está sujeto a las mismas reglas que las de los actores. ¿Quién puede olvidar las actuaciones del último faraón, François Miterrand, cuando seducido por su particular Cleopatra [Anne Pingeot, conservadora del Louvre], se hizo construir una pirámide en la parte exterior del museo? O a Benito Craxi que tanto nos recuerda al corrupto jefe de policía Hank Quinlan, interpretado por Orson Welles en el film Sed de Mal, y que, como él, acabó solo y repudiado por los suyos en la placentera ciudad de Hammamet en Túnez debido a la corrupción.
Ambos políticos sucumbieron a su papel, se dejaron arrastrar por su personaje, convirtiéndose en parodias de sí mismos. En este sentido, es conveniente alertar a los principales actores de la clase política española que no deben pretender usurpar el papel que interpretan ni fingir un papel que no les corresponde. Por eso es tan recomendable leer el Estudio que realizó Stanislaw Wyspiański sobre Hamlet en el que nos dice «y que nadie finja nada – porque yo también sé fingir – y al instante le pondré ante los ojos su propio engaño». Si no, uno se arriesga a que su electorado finja que lo ha votado.