¡Estoy hasta las ‘Meninas’ de Mas!
No quiero ser indecoroso, debe ser el bochorno de este verano, y que me perdone Diego Silva de Velázquez, la historia no va con él.
A mediados de los años 50 el prestigioso psicólogo neoyorquino Paul Meehl bautizó el caso Barnum como la manipulación psicológica a través de la oratoria.
El tal Barnum había sido un astuto jeta. Un empresario del circo americano del siglo XIX que consiguió una fortuna gracias a sus innegables dotes de vendedor de humo. Una de sus máximas era que «detrás de cada tonto con dinero hay un listo que se lo quiere quitar«. Barnum era ese listo…
Este vendedor de ilusiones también fue político en el Congreso y en el Senado, y alcalde por el partido republicano de los elefantes.
El psicólogo Meehl interesado por el personaje partía del principio que como los hombres acostumbran a confundir sus deseos con la realidad se auto engañan fácilmente, porque aceptan como verdad mentiras si se ajustan a lo que desean.
Artur Mas me recuerda a Barnum porque tiene esa capacidad sofista de hacer pasar el eco como si fuera la voz. El blanco para los budistas es el color de la muerte. Mas es capaz de decir que el blanco es el color del luto, y no miente. Lo es en Oriente.
Así ha conseguido convencer a muchos de los votantes tradicionales del nacionalismo moderado que romper a España no tendrá efectos nocivos. No niega que haya dificultades técnicas, pero nunca sociales; las pone en una balanza y actúa como si esas dificultades fueran naderías…
Esta semana desde su Menorca estival nos decía que tranquilos, que podremos seguir viendo Telecinco, aunque las peripecias de los Alcántara tal vez no. Y, por supuesto, que los clásicos Barça-Madrid están asegurados porque los blaugranas continuarían en la liga española. Como si eso dependiera de él…
Para los separatistas todo serán ventajas, para los que no lo somos son inconvenientes, por mucho que Karmele Marchante y la argentina Sor Caram nos cuenten milongas en castellano. Es lo de cambiar del blanco al negro como si fuera igual.
Unos y los otros creemos que es tal y como pensamos, porque es el deseo el que manda sobre la razón. El sentimiento. Si la clave está aquí. La solución teórica es dejar a un lado el corazón y pensar con la cabeza.
Pero ahí también estamos perdidos porque siempre tendremos a un Xavier Sala i Martín que, con sus americanas fluorescentes, nacionalizado estadounidense, nos explicará las milongas del spot de la Marchante.
¿Entonces qué pensar? No hablo a quienes tienen las cosas claras, sino a los que dudan porque no saben quién les quiere llevar al huerto. La única respuesta que se me ocurre es un árbitro neutral. La mirada de quien no está contaminado por los sentimientos. La mirada del otro.
Por ejemplo, nuestra mirada a la hora de analizar por qué el alcalde de Venecia reclama un referéndum para que los ciudadanos vayan a las urnas y decidan si son italianos o sólo venecianos, porque la Liga del Norte tiene como máxima la cantinela de Roma Ladrona…
Esa mirada no contaminada por el corazón es la mirada objetiva.
Y hay está el talón de Aquiles de Artur, alias Barnum. Porque en Europa nadie entiende a qué viene el Procés. No hablo de los gobiernos (como bien ha dicho nuestro Barnum: «En Europa nadie nos espera«), sino de la gente corriente.
¡Estoy hasta las Meninas de tener que hablar siempre de lo mismo!; porque en la vida a lo que más temo es al aburrimiento. Como decía el olvidado gran escritor Ramón Gómez de la Serna en una de sus greguerías: aburrir es besar a la muerte.
Por eso nunca perdonaré a Mas.