Francia en su camino crítico

Todo grupo político se reclama del cambio. Dice que quiere, que va a reformar, pero conseguirlo es muy difícil. Sólo se reforma de verdad cuando no queda más remedio, cuando es la última opción.

Reformar significa cambiar el «statu-quo». Para poner algunos ejemplos sencillos, consiste en romper los monopolios, en conseguir condiciones de competencia efectiva, que, en muchas ocasiones, consiguen (no en todas) que los consumidores ganen respecto a la situación anterior. Consiste en regular para evitar los famosos «fallos» del mercado. Establecer competencia en los establecimientos de farmacia, entre los notarios -es relativamente fácil-, incluso entre los taxistas. No todos los sectores «se dejan».

Si la desregulación se hace bien entonces la colectividad gana, pero hay perdedores. Y esto significa un coste en votos, y en conflicto social.

La sociedad europea surgida de la II Guerra Mundial, quizá debido al gran trauma sufrido, adoptó un modelo muy «corporativista». La gente se unió para protegerse. Fue el gran momento de los Sindicatos (de clase), y del sector público, especialmente en los servicios públicos, donde los agentes sociales se cobijaron y se hicieron fuertes. Todavía hoy.

La revolución neo-conservadora en los 80 rompió la primera lanza en favor de abrir estos sectores a la competencia, bajo las recetas de la desregularización de sectores clave, entre ellos el financiero.
En mayor o menor medida los países europeos adoptaron esta filosofía a pesar de las acusadas diferencias entre ellos. España también, aunque mucho más tarde.

Sólo Francia e Italia no se dejaron tentar; y Alemania que tiene su propio modelo. La Gran Recesión se ha llevado muchas cosas por delante, y, ahora, los grandes partidos socialdemócratas del Mediterráneo necesitan adoptar fórmulas para salir de la crisis.

El caso francés es particularmente relevante. Hollande ganó las elecciones con un programa socialista clásico, de lucha de clases. Al cabo de dos años, como también le sucedió a François Mitterrand, a principios de 1980, ha necesitado cambiar de estrategia, al observar que Francia se estancaba, la deuda y el déficit no dejaban de crecer, el descontento de los ciudadanos era patente, el nivel de aprobación del presidente era el más bajo de todos los presidentes de la V República (13%), y para mayor escarnio, los populistas (FN) le ganaron las elecciones europeas.

Manuel Valls, un socialista pragmático, es el encargado de las Reformas. No le queda otra alternativa. O continúa haciendo lo que le dictan los manuales socialistas, y entonces perderá las elecciones sin remedio, –después de que Bruselas ya le ha dado un aviso y una prórroga hasta marzo 2015 para que ajuste los indicadores de déficit y deuda al programa europeo–, o cambia de estrategia.

Y lo está haciendo de manera profunda y con celeridad, asumiendo altos riesgos. En primer lugar «ha limpiado de izquierdosos» el Gobierno, prescindiendo de Montebourg, su ministro de Economía, de la vieja escuela. Lo ha sustituido por un joven ex-banquero de inversión. Nota: Felipe González también abjuró del marxismo y prescindió de algún ministro, aparte de enemistarse con los sindicatos.

A Valls le sucede algo parecido. A su programa se le ha opuesto el 10% de su bancada en la Asamblea Nacional, y los sindicatos de Air France han protagonizado dos semanas de huelga en protesta por la puesta en marcha de un operador low-cost. ¿Les suena esta película?

La situación en Francia es particularmente crítica. Nadie, nunca, desde 1974, hace cuarenta años, ha equilibrado el Presupuesto. No hay que ser dogmático con los déficits presupuestarios, pero incluso España, tradicional derrochadora, obtuvo superávit en dos ejercicios con José Luís Rodríguez Zapatero.

La globalización le ha ido muy mal a Francia, pero Francia, aún siendo un país corporativista es rico y culto. Tiene más empresas en el Fortune 500 que Alemania y su protección social, especialmente de las madres trabajadoras, les permite volver al trabajo, no perder su carrera y evitar el desempleo, entre otras ventajas del Estado de Bienestar.

Para revertir la mala situación francesa Valls ha hecho una apuesta arriesgada. Confía en los empresarios, en su capacidad de inversión, en que relancen el País. Para ellos va a contener el gasto público en 21.000 millones de euros y espera crecer el 1% el año próximo. El Pacto de Responsabilidad y Solidaridad reduce las cotizaciones sociales y el impuesto de sociedades, además de desgravaciones fiscales.

Todo son facilidades a los empresarios…a cambio de que se comprometan a invertir.

Valls se mueve entre dos aguas. Por un lado su propia vieja guardia del partido socialista, con la inestimable ayuda de los sindicatos, especialmente fuertes en el sector público. Francia prácticamente no ha realizado privatizaciones. Por el otro lado, los empresarios a los que casi nunca les ha gustado la izquierda aunque se vista de liberal.

Las aguas bajan embravecidas y el camino es muy estrecho. Si Francia no empieza a crecer en el corto plazo, la situación se pondrá muy difícil ante Bruselas que le ha dado un respiro hasta marzo, pero especialmente también con los ciudadanos.

El experimento lleva mucho peligro, y si se da alguna turbulencia en el panorama internacional, las ventajas actuales del petróleo bajo y del euro depreciándose, no serán suficientes.