La campaña madrileña de ERC

El resumen de una buena mayoría de líderes de ERC, los de arriba, es que ha llegado el momento de ganar

Los usos de la comunicación política en los últimos años pasan por un momento torticero y poco honesto. No es excusa para volver a aquellos días de la Transición, pero aquel tiempo fue algo mejor.

Los políticos sabían en qué terreno se movían con el contrario y su grado de complicidad era utilizada con la sana intención de impulsar leyes complicadas. El periodista se ceñía a los datos recopilados, aunque se pudiera percibir cierta simpatía ideológica.

Ahora son muchas las ocasiones en que los trileros de la política salen a escena. Son marrulleros. Se mueven con ganas de ensuciar. Sus propósitos, dirán, siempre albergan buenas intenciones. Pero las intoxicaciones informativas cabalgan sobre malas formas de hacer y con objetivos turbios.

Tan mal está la cosa que a veces gana la mentira. O la interpretación de ese engaño que hace cambiar las estrategias debido a que un colectivo se lo cree. La mentira política tiene a muchos profesionales jugando a hacer cambiar las cosas. Es entonces cuando deja de ser una falsedad y se convierte, ¡vaya por dónde!, es un hecho fehaciente.

El último barómetro de la Generalitat ha puesto muy nervioso a unos cuantos. Debió ser de una mayor crudeza para que los cocineros demoscópicos del Govern no pudieran salvar datos interesantes pero contrarios a sus objetivos.

Ya sabemos que las encuestas deben ser entendidas como tendencias. Por ello no hay que analizar lo bien o lo mal que le va a cada uno, sino todo lo contrario. El resumen rápido dice que las formaciones independentistas están en un pequeño retroceso y que los partidos constitucionalistas reforman sus fuerzas, pero debilitando al colectivo que lo tuvo muy claro en las pasadas elecciones.

La cuestión es gobernar y con la fortaleza moral que da quedar por delante de JxCat

El resumen de una buena mayoría de líderes de ERC, los de arriba, es que ha llegado el momento de ganar. Esa espina la llevan clavada desde que Waterloo se proclamó vencedora de la bancada indepe en diciembre de 2017, ante todo pronóstico. Porque la victoria de Ciutadans jamás contará en los históricos del llamado “procesismo”.

De haber quedado por delante ERC, Quim Torra no habría sido president y la política catalana se habría arqueado ligeramente al pragmatismo, pero sin excesos.

Para Esquerra es la oportunidad. Con presos o sin presos. Sin amnistías, ni indultos. La cuestión es gobernar y con la fortaleza moral que da quedar por delante de JxCat.

Los de Carles Puigdemont y compañía no quieren elecciones. Sus expectativas son malas. El movimiento está desmembrado, no sólo entre partidos, sino, y lo que es más grave, con las organizaciones que les hacía vivir en una de las grandes falsedades del momento histórico: la fuerza del pueblo.

Por ello, la formación de Puigdemont, en todas sus vicisitudes, está intentando trasmitir que el partido que lidera Pere Aragonès tampoco estará interesado en unas elecciones para el 14 de febrero. Esa posibilidad está muy alejada, en estos momentos, de lo que piensan los dirigentes fuertes de la formación republicana.

¿Puntos débiles? Los conocen. El primero, la pobre impresión que está dando el Govern en la gestión de la pandemia. Segundo, la sensación de desunión entre los dos partidos que gobiernan la Generalitat enfrentados a la mínima. Y tercero, la cercanía y pactos con el Gobierno de Pedro Sánchez. Una carga de profundidad entre independentistas.

Es el momento de Esquerra. Lo saben. No hay otro posible

Las respuestas para contrarrestar estos puntos débiles ya están diseñadas desde el departamento de Economía.

La primera, la demostración que con Aragonés al frente se puede sacar al Estado, vía presupuestos, una cantidad de dinero muy por encima de la jamás lograda para Cataluña. Unos 2.400 millones de inversiones que superan el porcentaje de aportación de Cataluña a las cuentas generales. Ni Antoni Castells, el conseller socialista, en sus buenas épocas.

Es el momento de Esquerra. Lo saben. No hay otro posible. Han pasado ya cuatro años desde que Puigdemont vaticinara que la independencia llegaría en 18 meses. De aquello ya hace cuatro años.