La democracia exige exploradores y no chamanes
Ha comenzado oficialmente la campaña electoral. Llega la hora de la verdad. Más allá de los discursos, de las proclamas, y de un exceso de utilización de los medios audiovisuales, que, por fuerza, reducen el mensaje político a unas pocas ideas, los ciudadanos se deben mirar ahora ante el espejo. ¿Qué les conviene a cada uno de ellos, pensando en el conjunto de la sociedad?
Aunque no es muy popular afirmarlo, la democracia no es una gran fiesta en la que cada uno pueda hacer lo que quiera, o en la que sirvan las grandes frases que puedan encender los ánimos. Al revés. La buena democracia exige una cierta frialdad, una templanza, desde la convicción de que las alternativas políticas deben llegar para completar o modificar, con pequeñas reformas, las políticas y las decisiones de los anteriores gobiernos.
La épica y los relatos sobre los objetivos que se tienen como sociedad están muy bien, pero no casan con las buenas políticas, que necesitan, cada vez más, de análisis muy cuidadosos. No se trata de anular la Política, en mayúsculas, sino de asumir que los verdaderos cambios llegan desde el consenso, desde la convicción de que se pueda virar un poco el rumbo, sin que la nave se vaya a pique.
Podemos y Ciudadanos aparecen en esta contienda como los partidos más frescos y capaces. Pero en los últimos meses, tanto Pablo Iglesias, y en menor medida –trata de evitarlo constantemente—Albert Rivera, han caído en esas frases grandilocuentes, dispuestos a reformarlo todo en España.
Lo que tiene un sistema democrático es que todos los votos valen igual. Pero los ciudadanos, con sus decisiones individuales, deben ser conscientes de que actúan colectivamente. Habrá que pensar mucho el voto. No vale actuar como muchas parejas en Cataluña, lo dicen abiertamente, en las elecciones del 27S. De forma frívola –es ya, lamentablemente una tónica de la política catalana—el marido y la mujer se repartieron el voto: uno a Junts pel Sí y la otra a la CUP: ¡’germanor’ y que buenos somos todos!, para sumar todo el voto independentista.
El politólogo Víctor Lapuente lo ha escrito con gran clarividencia en su libro El retorno de los chamanes (Península). El mensaje es claro: lo que funciona es la reforma, el análisis de políticas, la búsqueda de consensos –para que luego, cuando se pierden las elecciones, el adversario no pretenda cambiarlo todo otra vez–, la visión «exploradora», utilizando sus propios términos. En el otro lado están los ‘chamanes’, los de izquierda y los de derecha, los que pretenden cambiar rápidamente la situación de un país.
En su libro se refiere de forma extensa al caso de Suecia, que conoce bien, porque Lapuente es profesor en la Universidad de Gotemburgo. En los años treinta del pasado siglo, con una Europa convulsa, los socialdemócratas buscaron consensos internos, y los alcanzaron. Primó la defensa del estado de derecho, por encima de las luchas ideológicas. En España lo que ocurrió ya lo sabemos, una Guerra Civil, donde primó la política, las ideologías llevadas al extremo. Huyamos del «usted no se meta en política», pero tal vez sea necesario pedirle menos a la Política, y buscar una gestión cada vez más efectiva, atacando los problemas que se presenten, que son muchos, y buscando los mayores consensos.
¿Lo pensamos de cara al 20D?