La pequeña gran coalición
Durante un tiempo, cuando Podemos parecía la amenaza que no era, Washington, Berlín y Bruselas deslizaron entre bambalinas la posibilidad de que España se salvase de la hoguera populista con una Grosse Koalition PP-PSOE. A Rajoy aquello debió sonarle a chino, y razón histórica no le faltaba. El país jamás ha contado, desde 1979, con un Gobierno mixto, formado al menos por dos partidos y con ministros de distintas sensibilidades y espectros.
Esas ensaladas se han aliñado en las esferas autonómica y local: dos tripartitos en Cataluña (2003-2010), la breve excursión entre constitucionalistas vascos (2009-2012) o aquel tándem PSdG-BNG (2005-2009) atestiguan cierta experiencia al respecto. La estampa nacional no vive algo parecido desde la II República. Con personajes como Largo Caballero, Lerroux y Gil-Robles conspirando a la sombra y al sol, lo raro es que aquellas ollas exprés no explotasen antes.
El globo aerostático de Ciudadanos domina hoy la Meseta y apacigua los ánimos de los más drásticos. Con semejante tercer plato, espantado el fantasma podemita, ya nadie piensa en soluciones de emergencia que, por otra parte, siempre serán utópicas, ya que el ADN político español contiene larguísimos códigos de antagonismo basados en el viejo azul-rojo y residentes también en la mente del votante, generalmente incapaz de cambiar de bando. ¿A usted se le ocurriría pasarse del Barça al Madrid? Pues con las siglas ocurre lo mismo cuando son muy enemigas.
Construir programas y discursos por oposición arrastra efectos secundarios. La ausencia de pactos de Estado, por ejemplo. O la incapacidad de admitirle al oponente aciertos puntuales, visiones panorámicas y algo tan sencillo y macizo como la coherencia, que no es más que un afluente de la honestidad. No es culpa de Pedro ni de Mariano. Es culpa de la madre (política) que los parió.
Tenemos pues la incompatibilidad de caracteres como principal impedimento, pero habría al menos dos más. Uno sería el aniquilamiento de la biodiversidad: a un gigante le sienta mejor el complemento de un duende, de manera que el reparto de fuerzas y responsabilidades quede claro. Dos colosos juntos serían tan machotes, gritones, polémicos y territoriales que el ruido de semejante telenovela desactivaría cualquier tercera vía. El otro es puramente contextual: ¿Quién en su sano juicio osaría hoy sacralizar el argumento de La Casta, tan pegadizo en la política indie, con una alianza entre teledirigidos y polvorientos líderes?
Así que nos quedamos con el duende, pero vamos a asignarle una lista de tareas, se llame Podemos o C’s. Como diría el coronel Sands (Árbol de Humo, catedral literaria del no menos monumental Denis Johnson), es muy difícil patear culos si no bajas al fango. Y el fango es la gestión en mayúsculas. De convertirse finalmente en llave gubernamental, unos u otros deberán exigir ministerios relevantes (Rivera anhela Educación) y una ruptura metodológica que sustituya las decisiones piramidales por debates más transversales (que no asamblearios, pardiez). Jugar al estadista desde el matacán equivaldría a jubilar la promesa de aire fresco que ambas opciones representan. Y la cobardía se castiga en las urnas, de eso dará fe el actual presidente.