Las empresas no deben dejar de contratar a jóvenes preparados
Al país le interesa reducir cuanto antes el nivel de paro, en especial para no frustrar las posibilidades de una generación de jóvenes preparados (aunque podrían estarlo mejor). España necesita cotizantes, revitalizar el consumo, no tener que pagar tanto seguro de paro. Incrementar la población activa que, claramente, es muy baja.
Pero a los empresarios también les interesa, objetivamente hablando, contratar. ¿Por qué no se contrata? Hay variadas razones de peso. Para contratar, la demanda tiene que tirar en su sector y en la economía en general. Hasta ahora no ha sido así. Al contrario, se han tenido que rebajar costes, y los de despido o de flexibilización eran altos.
Pero, en la actual coyuntura, el panorama está cambiando de manera significativa. La deuda de familias y empresas todavía continúa alta y es la razón principal por la que la recuperación será más lenta de lo que debería. Esperemos que el RDL de Refinanciación aprobado la semana pasada ayude.
También la reducción de la tasa de paro será lenta, en este caso por otras razones de adaptación del mercado laboral a las nuevas condiciones de competencia. Y el crédito no fluirá como sería necesario.
Pero, por el contrario, la apertura exterior parece sólida. La reforma laboral, aunque controvertida, da más flexibilidad a los empresarios. Los resultados de las compañías mejoran después del fuerte ajuste y, finalmente, desde la perspectiva psicológica, el ánimo para recuperar el tono económico es más esperanzador, según indican las encuestas de percepción empresarial.
Pero si las condiciones del entorno son mejores, ¿por qué las empresas no contratan? ¿Existe quizá un desajuste de expectativas entre la oferta de trabajo y la demanda?
Cuando se les ha preguntado a los empresarios de pymes las razones por las que no contrataban «talento», una de las respuestas ha sido que no apreciaban en los jóvenes titulados lo que éstos podían aportar. Añadían que eran caros, que el despido también y que no conocían nada concreto de su industria. Hasta aquí el pasado.
Pero observemos el fenómeno desde la perspectiva de la demanda de trabajo. Los jóvenes licenciados, es cierto, no conocen lo que es una empresa, su manera de funcionar, su idiosincrasia, y las formas de organización y mando. Tampoco han demostrado previamente interés por familiarizarse con el mundo de la empresa.
Los jóvenes, por otro lado, suelen ser poco activos en querer ganar un puesto de trabajo, a veces su primer puesto de trabajo, enormemente útil para poder aspirar a otros mejor considerados. Acostumbran a cometer –porque no han sido convenientemente preparados– errores de concepto en la primera entrevista de trabajo.
Como, por ejemplo, poner demasiado énfasis en los horarios, vacaciones y otras condiciones de trabajo y salariales, antes que demostrar su actitud de querer el puesto por encima de otras consideraciones, y demostrar al empresario que pueden ser muy útiles. La actitud, la predisposición, el entusiasmo es, a ojos del empresario, el gran valor que puede ver en los jóvenes que acceden, por primera vez al puesto de trabajo.
En este juego tan difícil y delicado de cruzar oferta y demanda de titulados, la organización pública del mercado de trabajo tampoco ayuda. Las oficinas de empleo son muy poco activas para cruzar oferta y demanda, e incapaces de tener un papel activo a la hora de crear oportunidades y de ofrecer a los empresarios una demanda más segmentada y tipificada.
No veo la mejora a corto plazo de las políticas activas de empleo y, en consecuencia, «la demanda» tendrá que demostrar a la oferta que es útil. ¿Cuáles son las ventajas para las empresas, especialmente pymes, de contratar a jóvenes formados? ¿Qué pueden esperar? ¿Con qué se van a encontrar, hablando en términos generales?
Casi todos los jóvenes que salen de las escuelas y facultades saben inglés, quizá no suficientemente bien, pero pueden mejorar. Y si no es así, no se les debería contratar en empresas dinámicas e internacionales.
Las escuelas les han enseñado a calcular. Son bastante «numéricos», sobre todo los ingenieros y economistas. Son analíticos, ayudan a racionalizar las decisiones, analizan fríamente a varias alternativas; son un contraste ante las decisiones intuitivas. Les gusta analizar problemas difíciles y encontrar soluciones. No les importa viajar y relacionarse con culturas distintas; su casa es el mundo. Y quieren progresar en la empresa, quieren llegar a formar parte del equipo que decide su porvenir.
Llegados a este punto, algún empresario puede formularse dos preguntas. La primera ¿dónde se hallan estos «mirlos blancos»? Les aseguro que existen. Lo que tiene que hacer es buscarlos, y si no los encuentra, entonces tendrá razón en continuar no contratando a «jóvenes preparados».
Pero la segunda pregunta es más inquietante. ¿Por qué necesita mi empresa estas «habilidades», si «lo que yo necesito es que conozcan mi negocio para ser inmediatamente productivos»?
A esta segunda, les respondería que no es necesario que los busquen porque no los van a encontrar, y si encuentran a alguno, tampoco le va a servir para luchar en el nuevo escenario competitivo. Porque las habilidades que los empresarios están necesitando ahora son las que pueden aportar los jóvenes titulados.