Las mil y una crisis de Pescanova

Como en toda guerra, la verdad vuelve a ser la primera víctima en la crisis de Pescanova, en gran parte propiciada por la opacidad de toda una multinacional que, sin aclarar ni un ápice de su situación real, se revuelve contra todos (banca acreedora, auditores, consejo y, por ende, accionistas y autoridad bursátil). Es cierto que el presidente de la compañía está solo, muy solo, pero no lo es menos que las amenazas para la segunda empresa gallega se encuentran tanto dentro de su estructura (deuda de filiales fuera del perímetro de consolidación, y por tanto lejos de la lupa de los auditores), como en el exterior, con un pool bancario enfervorizado al ver cómo el presidente lleva a concurso a la empresa, como último recurso ante un consejo convertido en un polvorín. Porque la configuración actual del máximo órgano de administración de Pescanova es otra de las grandes debilidades en la gestión reciente de Manuel Fernández de Sousa-Faro, tras haber perdido el confortable apoyo accionarial que le brindaban las extintas cajas gallegas.

Sin embargo, el presidente de la multinacional no parece haber actuado en esta crisis al socaire de calentones, a los que tan abonado está, más bien al contrario: midiendo muy bien sus pasos, indescifrables hasta que llegaba a cada reunión del consejo que pedían rebeldes como Carceller, que ha logrado aglutinar, por acción u omisión, a otros cuatro consejeros en contra del presidente. ¿Cómo es posible si no que en el último consejo, el del pasado jueves, fuera Yago Méndez Pascual, que no tiene otro mérito profesional que ser hijo de José Luis Méndez López, uno de los primeros en instar la dimisión del amigo de su padre? Ahora se comienzan a comprobar los resultados de las amistades peligrosas que relató Economía Digital hace ya un mes, entre el joven aprendiz de financiero y el acaudalado cazador silencioso, como también describimos en su día a Demetrio Carceller.

Por lo general, cuando una empresa suspende pagos, la coletilla del pasivo, su cuantificación, siempre acompaña a la declaración. En este caso, no. Y eso es lo que hace realmente compleja la situación para Pescanova. ¿Son 2.500, 2.700, 3.000 millones de euros frente a los poco más de 1.500 millones declarados en el tercer trimestre de 2010? Todavía faltan días para la presentación del concurso en los juzgados, algo también inusual cuando de lo que se trata es de impedir acciones deliberadas por parte de los acreedores, aunque cuando lo haga tendrá que dar detalle puntual de su situación patrimonial, clave de todo este embrollo. Pescanova sale al paso ahora, y por primera vez en la crisis, aludiendo directamente al papel de los auditores, asunto sobre el que incide sobremanera, pero despachando en un “riesgo de liquidación” cierto la justificación de la suspensión de pagos.

Esta crisis va para largo. Los concursos de acreedores son carreras de fondo, en manos de un juez y de los administradores que nombre, gallegos o no. Desde 2010, la compañía ha realizado operaciones limpias para enjugar esa deuda generando ingresos atípicos, por decirlo de algún modo, con sucesivas emisiones de obligaciones convertibles en acciones que cada año ofrecían mayores remuneraciones y una última ampliación de capital, por 125 millones de euros, suscrita el verano del año pasado. Pero esa generación de ingresos al margen del negocio tradicional se rompió este año, cuando no pudo sacar a Bolsa su filial chilena, operación con la que esperaba ingresar 49 millones de euros para ir tirando hasta otra carambola financiera. Esa es otra crisis latente que arrastra la compañía, su sobreendeudamiento.

También, detrás de la amenaza de liquidación a la que alude Pescanova se esconden otras, que no por ocultas pueden resultar menos mortíferas para Fernández de Sousa-Faro. Y es que nadie parece fiarse de nadie en este momento entre los grandes accionistas de Pescanova. Entre ellos sobresale Damm, titular de un 7% de la compañía pesquera, y a la vez (clave de todo) socio del mayor grupo de congelados y de comida preparada de Alemania, Oetker, que tiene hasta un 25% de la cervecera de Demetrio Carceller. De hecho, la familia Oetker se sienta en su consejo de administración, además del de Ebro Foods, otra de las participadas de Damm. Por si fuera poco, Oetker es el primer naviero germano. Un aliado de fuste para Carceller, y dedicado prácticamente al mismo negocio que Pescanova. Esa amenaza ya no es latente, y explicaría en gran medida la actitud defensiva hasta el extremo (qué es un concurso, sino un limbo judicial para protegerse) de Fernández de Sousa-Faro, que sabe muy bien lo que puede peligrar en todo esto: la apetecida red comercial de Pescanova, más allá de su estructura extractiva, que bajo la órbita de otro grupo sería troceada y vendida. Pero para conocer la verdad última de todo esto hacen falta números. Esos que la empresa no es capaz de aprobar y presentar.