Latrocinio con coches y relojes de alta gama

El juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu ha imputado a nada menos que 78 miembros del estado mayor de Caja Madrid por utilizar tarjetas de crédito «gratis total» opacas al fisco. El magistrado pretende averiguar si se emitieron sólo para cubrir gastos de representación o a título de complemento retributivo. El matiz no es baladí. En la primera hipótesis, los usuarios podrían incurrir en delito de administración desleal. En la segunda, en delito de apropiación indebida, castigado con penas de más bulto.

Casualmente, el Tribunal Supremo acaba de pronunciar sentencia en un caso similar. En ella condena sin paliativos y «según dicta el sentido común más elemental», a un empresario que usó la tarjeta corporativa de su compañía para gastos particulares. «Es una clara apropiación indebida, pues actuó con vocación de permanencia y sin propósito de devolver los fondos».

Eso es justo lo que aconteció en Bankia-Caja Madrid. Por tanto, he aquí que la jurisprudencia allana el camino al juez Andreu para sentar en el banquillo a su cúpula, liderada sucesivamente por Miguel Blesa, el amigo de pupitre de José María Aznar, y por Rodrigo Rato. Por lo que vamos viendo, los prebostes de esa entidad llegaron alegremente a considerarla su cortijo particular.

Rato y sobre todo Blesa hicieron de su capa un sayo, siempre en beneficio propio y a costa de la gran casa. Se auto-concedieron los sueldos y fondos de pensiones que les vino en gana, enchufaron a docenas de vocales de todo pelaje político y montaron operaciones ruinosas que acarrearían quebrantos astronómicos.

Hay infinidad de botones de muestra del saqueo perpetrado, pero un par de ellos son de rabiosa actualidad. Uno se refiere a la compra de vehículos de alta gama, sufragada por la caja, para el disfrute personal de los señores consejeros. El repertorio incluye coches punteros de las marcas Mercedes, BMW y Audi. Cada uno costó entre 60.000 y 100.000 euros.

El otro ejemplo lo brinda la celebración del tricentenario de Caja Madrid. Con tal motivo, Blesa donó a cada integrante del órgano de gobierno un reloj valorado en la fruslería de 12.000 euros, adquirido en la firma Durán, de la capitalina calle Goya. Por supuesto, la pagana era la Caja. Poco importó que la efeméride acaeciera en 2002 y el regalo se efectuara mucho más tarde, en 2007. Pelillos a la mar.

Según los correos electrónicos internos, destinatario hubo, como el economista Alberto Recarte, que al enterarse del precio del cronómetro, pidió devolverlo y que se lo canjearan por efectivo metálico. Sin pestañear, el munificente Blesa hizo que le libraran 12.000 euros en vales de El Corte Inglés.

Bustos el obsequioso

Curiosamente, las dádivas de ese género no son exclusivas de Caja Madrid. En Cataluña tenemos estos días otra prueba bastante chusca. La protagoniza el ex alcalde de Sabadell Manuel Bustos, a quien ya se procesó en el sumario Mercurio, de tráfico de influencias. Ahora se ha granjeado otra imputación. Acaba de saberse que en su calidad de presidente de la Federación de Municipios de Cataluña (FMC), ordenó entregar 70 relojes de la marca Calvin Klein a otros tantos alcaldes componentes de ese ente.

Como la FMC no disponía de fondos habilitados para semejante dispendio, Bustos echó mano de otras partidas asignadas a la formación de los ediles y a la preparación de seminarios sobre Derecho local. Encargó el suministro a la joyería Tomás Colomer, sita en Consell de Cent/paseo de Gràcia. La factura ascendió a 13.860 euros, una cuantía enormemente inferior a la satisfecha en el episodio antes transcrito de Caja Madrid.

En su vida profesional privada antes de lanzarse a la política, Bustos alcanzó la honrosa pero nada deslumbrante categoría de auxiliar administrativo. Quizás por ello, revela en ese trasiego unos gustos mucho más sencillos que los del encopetado Blesa. Cada pieza salió a «solo» 198 euros. Lo malo es que el dinero era público, y el alcalde vallesano dispuso de él como si de su propio peculio se tratase. ¡Es tan cómodo disparar con pólvora del rey! Quizás Bustos pensó que los caudales comunitarios no son de nadie, tal como en su día legó a la posteridad Carmen Calvo, la inefable ministra socialista de Cultura.

El lance de los cronógrafos de Blesa no deja ser una anécdota, una gota en el océano de latrocinios en que Caja Madrid se sumergió. El pasado siempre vuelve de una u otra forma. Ahora, los desvalijadores habrán de dar cuenta cumplida de sus fechorías ante los jueces.

Parecidas perspectivas aguardan a los concejales de la FMC. En su día, la recepción de su humilde Calvin Klein constituyó para ellos una simple nimiedad. Mas así son las cosas de la vida. Cuando menos se piensa, salta la liebre.