Los retos de Feijóo y el bolsillo de los gallegos
Con un mensaje de solvencia de las cuentas públicas gallegas frente a otras comunidades rescatadas, y en un momento de incertidumbre como pocos ha sufrido la economía de este país, Núñez Feijóo ganó con contundencia unas elecciones marcadas por la crisis que solamente se pueden entender en clave autonómica. Por mucho que en Madrid se empeñen en adjudicar parte del mérito a Mariano Rajoy apelando al refrendo de los gallegos a sus recortes, el candidato popular sabe mejor que nadie a estas alturas que dos fueron las claves de la victoria: ese mensaje de solvencia, apuntalado en el cumplimiento del déficit, y un calculado distanciamiento del líder nacional, que apenas se dejó ver en la campaña. Las elecciones fueron, por decirlo así, muy gallegas.
Y dejando al margen sorpresas, que hubo, y muchas, como la abrupta irrupción de Xosé Manuel Beiras y la consiguiente fragmentación del voto de izquierda, conviene ahora detenerse en los retos que afronta en estos cuatro años el líder de los populares gallegos. Núñez Feijóo, que en campaña proyectó seguridad como pocos candidatos, sabe que ya no puede apelar a la herencia recibida. Ni a las facturas en el cajón que se encontró al llegar a San Caetano cuando logró su primera mayoría absoluta. Tanto los errores como los aciertos recientes llevan ahora su firma. Para explicar su gestión económica, por ejemplo, tampoco podrá hablar del fiasco del concurso eólico del bipartito, porque su Gobierno se encargó de enterrarlo al tiempo que diseñaba y resolvía otro que todavía no ha dado sus frutos. Y de eso hace ya dos años.
Pero se trata de mirar al futuro. Una de las primeras promesas que ha realizado el flamante presidente tras conocerse el resultado electoral es la de no subir impuestos. En eso también se distancia de Rajoy, porque al menos Núñez Feijóo lo anuncia un día después de haber ganado las elecciones, y no en plena campaña. Desde luego, un mensaje de tranquilidad que a buen seguro va a costar cumplir, aunque el margen de maniobra de una comunidad como Galicia para gravar impuestos cedidos o tramos concretos de algunas figuras impositivas es siempre relativo.
Galicia sigue con las pensiones de jubilación más bajas de España, con 785,13 euros, frente a una media nacional de poco más de 951 euros al mes. Y resulta difícil de explicar, porque en comunidades con renta y riqueza similar o más baja que la gallega, como Aragón, Cantabria, Canarias o Asturias, las pensiones superan con creces la media española. En el otro extremo, el paro, y sobre todo el juvenil, ha sido la gran preocupación de los candidatos en campaña. Tanto para PP como para PSdeG-PSOE o BNG. Y resulta también preocupante que encabezando esa jerarquía de prioridades, ninguno de los candidatos haya sido capaz de exponer claramente cómo afrontar con ideas el problema del desempleo. Es como si todos, y Feijóo no es una excepción, se encomendaran a un crecimiento del PIB propio de otros tiempos para que el paro estructural comience a atenuarse. He aquí un asunto que requerirá, más que atención, ideas.
El futuro de NCG Banco es también un asunto de Feijóo, por cuanto el presidente se implicó al máximo en la fusión de las cajas, aunque es cierto que el proyecto sigue vivo pese a mil y un avatares. El éxito o el fracaso de la entidad nacionalizada lo será también del presidente de la Xunta. Según se mire, es un reto y una amenaza a la vez, como lo será también el eventual recorte de fondos estructurales europeos a partir de 2014, que solamente una gestión acertada por parte del Gobierno gallego podrá evitar. En ambos asuntos, no estaría nada mal que Rajoy echara una mano, que puede.
Son muchos los envites que esperan al flamante presidente. Frentes en muy distintos ámbitos en el peor momento económico de la historia reciente de este país. Y nada parece indicar que la situación vaya a mejorar. De su acierto, y también de la elección de su equipo, sobre todo económico, dependerá en gran medida que Galicia logre capear un temporal que hasta el momento no ha hecho más que asomar, por mucho que cueste creerlo.