Milton Friedman y el taxi de Schwarzenegger

El coche autónomo es un icono de la ciencia ficción desde que Isaac Asimov contó la historia del Corvette sintiente Sally en 1953. El cine lo ha ido acercando en el tiempo. Si Total Recall (1990) situaba en 2084 el taxi marciano de Arnold Schwarzenegger, el Audi volador de Will Smith en I Robot (2004) ya circulaba en 2035.

Pero la realidad ha superado a la ficción. El lujoso Tesla S –el Rolls de los coches eléctricos– incluye ya un sofisticado ‘autopilot’ que respeta las señales, se adapta a las condiciones del tráfico y evita obstáculos. Las principales empresas automovilísticas anuncian lanzamientos de modelos autónomos en los próximos años, mientras que Google y otras compañías tecnológicas invierten masivamente en el sector.

Pero no será la berlina familiar lo que verdaderamente revolucione las carreteras del futuro, sino el ‘platooning’, probado ya con éxito en Europa y EE.UU. Los convoyes, o pelotones (‘platoon’ en inglés), de camiones autónomos interconectados comenzarán en breve a cubrir grandes distancias día y noche con una mínima intervención humana.

Solo en Estados Unidos, el transporte y la logística generan más de 10 millones de empleos directos. En España, el sector da trabajo a 1,7 millones de personas. En 30 años, dos terceras partes de esos empleos habrán desaparecido.

El transporte autónomo es un precursor de la Cuarta Revolución Industrial que ya ha comenzado. Su catalizador es la inteligencia artificial (IA), capaz de integrar el big data, la robotización, la comunicación instantánea y la nanotecnología para alumbrar la ‘machina sapiens’, capaz de razonar, aprender y quién sabe si sentir.

Para mediados de este siglo, sistemas inteligentes reemplazarán la mayoría de las tareas industriales y buena parte de las que hoy realizan médicos, economistas o ingenieros. Y lo harán con mayor productividad, sin descansos, bajas o huelgas. Un estudio realizado en 2013 en la Universidad de Oxford por Michael Osborne y Carl Benedikt Frey, estima que el 47% de los empleos actuales desaparecerán en EE.UU en los próximos 20 años. El crecimiento en tareas tecnológicas, creativas o en educación y cultura no bastará para compensar la brecha generada.

Bruegel, el think-tank europeo que preside Jean Claude Trichet, extrapoló la metodología de Osborne y Frey a los 28 países de la Unión Europea. Su conclusión fue que la producción inteligente sustituirá en las próximas dos décadas entre el 47% (Suecia) y el 62% (Rumanía) de los empleos actuales. El impacto en España será del 55%; más de la mitad del trabajo que existe hoy en día.

El Foro Económico Mundial avisa sobre la urgencia de actuar. En la última reunión de Davos se presentó un informe con datos de 15 países desarrollados y potencias emergentes que representan 13 millones de trabajadores en 700 empresas. Su previsión es que para el 2020 se amorticen cinco millones de empleos… el 70% del trabajo existente hoy.

La globalización ya ha alterado el reparto mundial del trabajo. Pese a sus beneficios, también ha fomentado la desigualdad y el descontento que alimentan el renacimiento del nacionalismo populista en Europa y América. La digitalización creará nuevos empleos (la mitad de los alumnos que hoy están en primaria trabajarán en profesiones que aún no existen), pero ni serán suficientes ni se ubicarán en los mismos lugares que los que se pierdan.

Gobiernos, corporaciones e instituciones se enfrentan, por tanto, a un desafío de dimensión desconocida. ¿Cómo mantener a la mitad de la población cuando no haya suficiente trabajo para que viva dignamente? ¿Cómo repartir el trabajo que exista? ¿Y cómo retribuirlo si el valor añadido humano disminuye a medida que aumenta el que agregan las máquinas inteligentes?

Las soluciones tendrán que ser igualmente diferentes. Una planteada con creciente frecuencia, particularmente desde la izquierda, es la Renta Básica Universal (RBU): una red de seguridad vital garantizada de por vida a cada ciudadano, por el simple hecho de serlo.

Podemos puso la RBU en la agenda cuando irrumpió en la escena española en 2014. Criticada por impagable por el establishment económico y aparcada durante la fase socialdemócrata de Pablo Iglesias, la RBU ha vuelto a debatirse en los círculos de Podemos con motivo de su retorno al ‘poder popular’.

Sin embargo, la idea ni es nueva ni es de izquierdas. Uno de sus proponentes más notables hace 40 años fue el Premio Nobel Milton Friedman. El padre del monetarismo confiaba en el mercado para casi todo, pero admitía que no aseguraba un reparto suficiente la riqueza para impedir la pobreza. Por ello, el Estado debía proporcionar un subsidio básico por debajo del cual no cayeran los menos favorecidos.

En una reciente entrevista con la revista Wired, Barack Obama también hablaba de la urgencia de «un nuevo pacto social» para afrontar la cuarta revolución tecnológica. Alguna forma de RBU debería ser, en opinión del presidente americano, parte de ese debate. Pero, ¿quién paga? La respuestas son tan dispares como las diferentes modalidades de subsidio que se proponen, desde las estatistas de izquierda radical al laissez faire individual del ‘libertarianismo’ conservador y del Tea Party.

Hace poco, el nuevo secretario general de la UGT, Pepe Álvarez, levantó una pequeña polémica por un titular: «Que los robots paguen la Seguridad Social por los empleos que se pierden». Lo que realmente planteaba era abrir un debate sobre fórmulas para que de la automatización «no solo se beneficie la cuenta de resultados de las empresas, sino también a los trabajadores a quienes las máquinas sustituyen».

La propuesta no es una nueva versión de ludismo del siglo XIX sino una reflexión válida acerca de la fiscalidad sobre la generación del valor. ¿Debe el estado dejar de redistribuir una parte de ese valor porque el trabajo ya no lo hacen cotizantes humanos? El Parlamento Europeo parece estar de acuerdo con Álvarez porque hecho recomendaciones en este sentido, aunque la Comisión, con su proverbial falta de perspicacia, aún no las ha tomado en serio. Pero para que funcione, cualquier medida deberá aplicarse por encima de fronteras.

Fátima Báñez, se encomendó nuevamente hace pocos días al repunte de la creación de empleo para asegurar la sostenibilidad de las pensiones. Pero, por si acaso, propone ahora nuevos incentivos para extender la vida laboral más allá de los 65 años ante el más que probable agotamiento en 2017 de la reserva de la Seguridad Social.

El empleo es –y será cada día—más el problema. Y no bastará con modificar el modelo actual; serán necesarios cambios tan radicales como los que la cuarta revolución industrial generarán en todos los ámbitos de la vida.

Milton Friedman dijo que «la mejor manera de combatir la pobreza es dar dinero a los pobres». Nuestra sociedad debería ser más ambiciosa e impulsar la educación, el conocimiento y una nueva ética cívica que permita que el mayor número posible de personas sean beneficiarios y no sólo víctimas de un futuro que ya ha comenzado.

Un Schwarzenegger mejor formado no tendría que haber ido a Marte en Total Recall.