Mis happenings siempre terminan trágicamente

Nunca como ahora los individuos que conforman la sociedad han deseado tanto unirse a experiencias colectivas de todo orden en las que sólo pide, al margen de la causa que defienda, tener una experiencia memorable y, a poder ser, única. Una experiencia memorable ha de ser colectiva, generar vínculos, principalmente en la redes sociales, y estimular un estado de euforia que quedará testimoniado por innumerables selfies o fotografías que, a su vez, se convertirán en la prueba viviente de que estuvimos allí.

El deseo del hombre por participar en los acontecimientos de la historia, de ser protagonistas, ha provocado que deseemos antes emular a Aquiles, que morirá por su empeño por alcanzar la gloria, que a Ulises, que desea llegar a su morada y recuperar su vida al lado de la abnegada Penélope, es una constante en estos tiempos donde el héroe nunca muere.

Nuestra sociedad del consumo quiere cambiar el mundo mientras planifica sus vacaciones. Necesita experiencias memorables. Ya no es suficiente con observar lo que ocurre a nuestro alrededor. Queremos ser arrastrados a vivir una experiencia, sin riesgos, que nos permita decir «hemos vivido». Se trata, pues, de acumular y archivar momentos de gloria colectiva sin arriesgar nuestro status, por frágil que éste sea, ya sea con actividades de deportes de riesgo que nos apresuraremos a compartir en la red o movilizándonos por una causa política o social en la que, más que creer en ella, buscamos compartir un momento que haga Historia.

Se trata de una intensificación del yo generada al ser incluidos en un proyecto colectivo, ya sea para correr en grupo, vivir una experiencia culinaria en grupo también, algo tan de moda, o convertirse en imagen robada por una cámara de televisión en un estadio de fútbol. Acciones que nos recuerdan a los festivos happenings de los años 60, en los que el público se convertía en parte de la obra y que no siempre acababan bien para los espectadores o para la misma actividad artística, como expresaba la artista argentina Marta Minujín al afirmar que sus happenings «siempre terminaban trágicamente».

Experiencias memorables que invaden en el oficiante, sabedor de lo efímero de la experiencia, de un optimismo contagioso y agotador. Parece que nuestro tiempo ha decidido que todo deba ser colectivamente memorable, sin comprender que no hay experiencia más memorable que la de seguir el camino de uno.

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