Nacionalistas todos

Un lugar común entre los soberanistas catalanes es afirmar que quien no es nacionalista catalán es porque es nacionalista español.

No conciben que pueda haber ciudadanos no nacionalistas. O no les interesa. Es ésta una afirmación casi obsesiva de quienes, a menudo, quieren justificar su repentina conversión al credo soberanista. Sobre todo de aquellos que proceden de la izquierda –algunos incluso creen que aún forman parte de ella–, pero que al llegar a la madurez lamentan no haber participado en la Marxa de la Llibertat y en la Crida a la Solidaritat. O lo que es peor, lamentan no haber apoyado en su día la candidatura de Xirinachs al premio Nobel de La Paz.

Es decir, aquellos que consideran que las posiciones internacionalistas están «demodés» y que la razón puede y debe supeditarse al sentimiento; o que creen que la fraternidad no es entre los pueblos, sino entre los que forman parte de un mismo pueblo, el de cada uno, el suyo; o que se sienten más solidarios con Oliu que con Pérez, el primo del pueblo.

Los españoles, dicen y escriben nuestros soberanistas, son todos ellos nacionalistas, pero no tienen la necesidad de manifestarlo porque su nación tiene un Estado. Según este argumento, el nacionalismo no es una ideología (y bastante reciente), sino que es algo consustancial al individuo, como el sentido del tacto o de la vista.

eres nacionalista, aunque no te hayas enterado. O eres nacionalista de una nación sin Estado que lucha por tenerlo, o eres nacionalista de un Estado opresor de otras naciones. No hay escapatoria. O blanco o negro. O conmigo o contra mí.

De tener sentido ese planteamiento, Bakunin y Kropotkin eran nacionalistas rusos, aún sin saberlo ellos. Jean Jaurès, un nacionalista francés incomprendido. Rosa Luxemburgo… con ella la cosa se complica: nació en Polonia, pero cuando este país formaba parte del Imperio Ruso, aunque su vida transcurrió principalmente en Alemania. ¿Qué era, pues, nacionalista polaca, nacionalista rusa o nacionalista alemana? Y ella sin enterarse.

Más cerca de nosotros tenemos a Dolores Ibárruri: como no era nacionalista vasca, debía serlo española. Como Carrillo, que no se mostró nunca favorable al nacionalismo asturiano. Por no hablar de Pablo Iglesias, que dejó de ser nacionalista gallego para convertirse en nacionalista español. Y Bertrand Russell era un conspicuo nacionalista ¿galés? ¿británico? ¿O quizá inglés, pueblo opresor del resto de pueblos del Reino Unido?

Pero ya se sabe: la historia en manos de políticos o de pseudohistoriadores se tergiversa cuando conviene: la Guerra Civil española fue en realidad una guerra contra Catalunya; la Guerra de Sucesión no fue una contienda dinástica en la que castellanos, valencianos, aragoneses y catalanes estuvieron en ambos lados, en mayor o menor medida, y aún tienen vigencia para el debate dialéctico las estupideces que escribió Quevedo contra los catalanes (¡hace cuatro siglos!). Se saca a relucir la independencia de Estados Unidos como un ejemplo a seguir, pero se pasa por alto que la Unión se conservó a sangre y fuego un siglo después.

Como diría un nacionalista (de los de verdad): todo vale si el fin es bueno.