Por qué Ciudadanos puede fracasar

Ciudadanos ha roto, al fin, el techo de las promesas para convertirse en una realidad con hechuras de peso medio. Lo ha hecho en Cataluña, su casa política, pero no lo logró antes ni en Madrid ni en Andalucía, regiones donde funciona como muleta de gobiernos sobre el papel antagónicos. Si la Cifuentes fusiona, quizás porque las minorías ensanchan la generosidad y la visión periférica, lo social y lo liberal, Susana Díaz hace bueno con su inanidad el pasado de dos grises como Griñán y Chaves. El 20 de diciembre llegarán las elecciones generales. Albert Rivera debe decidir qué quiere ser cuando pierda las facciones de niño.

Y no hay muchas opciones. Tenemos al perplejo y muy estático PP, un dinosaurio monterrosiano confiado en el advenimiento de la victoria a partir del santo grial económico, y al ambiguo y renovado PSOE, lastrado por los complejos históricos de la izquierda en su relación con los nacionalismos y con un apego bastante menos merkeliano por los números. Es aquí donde los vaqueros más audaces lanzan sus apuestas. Si puede, Rivera pactará con el socialismo, menos refractario a una reforma constitucional, definitivamente más pop que esos conservadores embalsamados.

Si se da por buena esta tesis, el foco gira bruscamente hacia el sur, laboratorio primero de esa aproximación de siglas. Allá habita (dormita) Juan Marín, la incomprensible apuesta de Rivera, un tipo con cara de Diego Valderas (ex vicepresidente de la Junta con IU conocido por su docilidad hacia el amigo-enemigo) y extrañísimos tics pro PSOE que hasta la fecha han impedido a la oposición ejercer sobre Díaz la presión a la que todo Ejecutivo en minoría suele verse sometido. El principal problema de C’s en España será que se difunda su oscura obra en Andalucía. Según el intachable Albert, su formación ocupa el centro del tablero, arañando votos en ambos flancos. Pues bien, den por seguro que todos aquellos votos arañados al PP andaluz el pasado 25 de marzo se han tirado ya a la basura.

Matar al subalterno o morir por sus pecados. Matarlo con retardo, aunque sea. Es muy probable que C’s espere a saber cuál es la dimensión de su desembarco en el Congreso ante de acometer el peeling. Tejidas las alianzas, acomodadas las huestecillas en sus señoriales escaños, tocará reescribir el guión. Y he ahí el error de cálculo. Nadie triunfa en España sin el aval masivo de Andalucía, Cataluña y Madrid. Las dos capitales del país (una cultural y empresarial, otra económica y política) están encarriladas. Andalucía no. Andalucía sigue atrapada en el zulo de un régimen light que C’s contribuye a prorrogar sin forzar a cambio una verdadera revolución gestora. Los carnés de partido salpican cualquier recoveco de la Administración, la corrupción llamea en todos los niveles de la pirámide. El cuadro estadístico de la región podría haberlo rodado Wes Craven, la mediocridad sigue siendo la llave a las más altas instancias, con consejeros salidos de un casting de Berlanga o de un programa folclórico de Canal Sur, etcétera.

Cuando Rivera venda aromas de París, futuros soleados y abundancias supraterrenales, que se ande con ojo porque su proyecto seminuevo huele un poco a tienda vintage. Eliminar a Juan Marín es obligatorio, y hacerlo rápido también. Además, el interlocutor en esta etapa inminente será Pedro Sánchez, quien detesta a Díaz, quien detesta a Sánchez. Ciudadanos se cobraría así dos piezas: una, el futurible pacto en las Cortes; dos, un perfil andaluz a la altura del marketing propio que apriete las tuercas a la Junta y contribuya, nada modestamente, a la transformación de la taifa más retrasada de la Península.

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