Prudencia ante la catástrofe de Santiago
Toda prudencia es poca cuando han transcurrido apenas veinticuatro horas de la mayor catástrofe ferroviaria de Europa registrada en los últimos quince años. Y ha tenido que ser aquí, en Santiago en la víspera del Día da Patria Galega, para recordarnos lo insignificantes que somos y lo mucho que lo olvidamos.
Prudencia y cariño con los familiares de las víctimas, desesperados muchos de ellos por una identificación de los cadáveres que se hace eterna, pero que no puede inducir a errores. Prudencia también con la imputación al maquinista por parte del juez (y, sobre todo, de una sociedad consternada) sin escuchar antes lo que dice la verdad de la caja negra del Alvia, cuando lo que urge siempre en estos casos es la búsqueda fácil de un responsable y tirar hacia adelante.
Prudencia, además, a la hora de valorar las consecuencias de esta catástrofe: la adaptación de los sistemas ferroviarios de la velocidad alta a la alta velocidad; la conveniencia de que el AVE se mimetice con el territorio mucho más de lo recomendable; las necesarias medidas de seguridad que, al parecer, faltaban a la entrada de Santiago.
La misma prudencia que, según todos los indicios, le faltó al maquinista del tren de Santiago es la que todos debemos tener ahora. Como prudente fue la espera de los miles de gallegos que se agolparon la noche del siniestro a la entrada de los hospitales para donar sangre, como voluntarios ejemplares de una nueva marea blanca de solidaridad que recuerda la unión de un pueblo ante otras catástrofes, como el Prestige.
Es el momento de la cabeza fría, aunque el corazón nos dicte otra cosa. Cueste lo que cueste. Prudentes (y tenaces) incluso para conocer la verdad última de este siniestro y todas sus causas, que seguro hay más de una. Porque las consecuencias ya las tenemos en el Multiusos Fontes do Sar. Prudencia y paso firme para llegar a esa verdad, la que todos queremos conocer ahora. La que se merece cada una de las víctimas y cada uno de sus familiares.