¡Qué nadie juegue con Barcelona!
Como en los JJOO de 1992. Pero esta vez no precisamente como un ejemplo de ciudad atractiva.
Los importantes disturbios del barrio de Gracia, aún calientes mientras escribo estas líneas, están alterando profundamente la vida de la ciudad y se proyectan a todo el mundo. Las imágenes están llegando a todos los confines pero no precisamente para mostrar la ciudad que quieren sus habitantes – la ciudad de los prodigios – sino una cara que se da de bruces con la imagen – incluso la realidad – de lo que es Barcelona.
El Departamento de Estado de EEUU, siempre atento a la seguridad de sus ciudadanos, les «desaconseja que pasen por el barrio de Gracia».
Estos episodios son muy llamativos, quizá magnificados y elevados a categoría, pero no dejan de mostrar una situación que es ciertamente preocupante. Y que deja en muy mal lugar a Barcelona como ciudad a la que visitar y en la que invertir.
Estos hechos ponen de manifiesto un problema de seguridad ciudadana, que puede desbordarse. Pero por otro existe una clara consciencia entre sus ciudadanos que el nuevo gobierno está intentando cambiar el statu quo que ha regido la ciudad desde la instauración de la democracia, y como en cualquier proceso de cambio profundo empiezan a aparecer las primeras contradicciones y conflictos.
Quizá el problema de seguridad – o de falta de política de – junto con la gobernanza sean los más evidentes. Se dice, entre los que se dedican a los temas políticos, que con los temas de seguridad no se juega; no se debe jugar. No existe ninguna administración que pueda prosperar si no tiene resuelto las relaciones con sus fuerzas de seguridad, no las apoya públicamente y las controla.
Actualmente la seguridad ya es «democrática». Lo único que tiene que hacer es cumplir el manual de procedimientos; las instrucciones que hace tiempo ya se acordaron.
Hablar de la «excesiva contundencia» de los Mossos es contradictorio. Ellos cumplen las instrucciones emanadas por sus mandos, controlados por políticos. Poner en cuestión – aunque sea un poco – a tus fuerzas de seguridad es cuanto menos una ingenuidad, o quizá incompetencia, que está reñida con una buena gobernación.
Algunos comentaristas han achacado a la alcaldesa la contradicción entre sus orígenes político-sociales, con su tolerancia hacia el vandalismo. No creo que esta sea la razón. Los conflictos que el Ayuntamiento está teniendo en la ciudad son básicamente resultado del nivel de descontento que la crisis ha dejado en la mayoría de la ciudadanía, y de la dificultad de querer cambiar las cosas tan profundamente en tan poco tiempo.
A pesar de la crisis de los manteros, las continuas huelgas en el metro, la renovada actividad sindical de la CGT, incluso los movimientos ocupas, la ciudad no se ha inclinado hacia la izquierda ni hacia el anarquismo – tan querido en Gracia – sino que sigue siendo una comunidad muy compleja. Y una muestra muy significativa es el tema del Turismo.
Podríamos afirmar que Barcelona ha sido víctima de su propio éxito. Visitan la ciudad más de 8M de turistas al año, y es evidente que es una ciudad pequeña. Parece claro que un buen modelo se ha salido de control. Y toca reformularlo, pero no demonizarlo.
Las soluciones no vendrán ni de una crítica a que «los privados han hecho lo que han querido», porque no es verdad, ni, por supuesto, a pretender «nacionalizar» distintos servicios públicos municipales. Porque parece claro que el éxito de Barcelona se debe a la colaboración público-privada.
Las soluciones a los verdaderos problemas de una ciudad están hechas de pequeñas actuaciones, muchas de ellas con gran fuerza transformadora, más incluso de lo que puedan aparentar.
En lugar de prohibir – la moratoria – la construcción de equipamientos turísticos, que lo que consigue es el desplazamiento hacia municipios colindantes, o, peor, que la actual oferta pueda incrementar sin freno los precios de las habitaciones, y, todavía peor, estimular un «mercado negro» de apartamentos turísticos, a solucionar aquellas manifestaciones del turismo más acuciantes, por ejemplo los accesos a la Sagrada Familia, y los apartamentos de la Barceloneta.
La utilización de los precios públicos, las tasas y los impuestos de efectos retardados, también pueden ser una buena herramienta para regular el mercado.
Pero sobre todo hay que tener unos objetivos claros, que necesitan ser apoyados por el máximo de grupos políticos. Parece que la decisión de la alcaldesa de invitar a participar en el gobierno municipal a los representantes de los 23 años del «éxito de Barcelona» va en esta dirección.
Pero de esto hablaremos en otra ocasión.