Quien no sea independentista será un traidor

«Cuando se gire la tortilla, quien no sea independentista será un traidor«.

Esto decía Joel Joan, el actor, promotor de la plataforma Sobirania i Progrés y expresidente de la Academia del Cine Catalán, en una entrevista concedida al diario digital Nació Digital en septiembre de 2010. Me vinieron a la cabeza estas declaraciones cuando lo vi, flanqueando al candidato de Junts pel Sí, Raül Romeva, en un acto con representantes de la cultura catalana que respaldaban la candidatura independentista. 

Esas palabras, vistas con la perspectiva del tiempo, parecen ahora premonitorias. Del 2010 al 2015 han pasado muchas cosas. La política catalana se ha deslizado por una pendiente de fractura, división y enfrentamiento a velocidad de vértigo. Los tiempos políticos se han comprimido revolucionados por la aceleración que el movimiento independentista ha inducido a la sociedad catalana. Un proceso con rumbo de colisión, capitaneado con pulso decidido por Artur Mas.

Sin tiempo a metabolizar los momentos políticos, hemos transitado por las estaciones de la reforma estatutaria, el pacto fiscal, el Estado propio, el «derecho a decidir»… sin detener un tren que se dirige a velocidad de vértigo hasta la estación término. La independencia a toda máquina.

Una política catalana que parece seguir los preceptos teóricos del futurismo, ese movimiento de vanguardia artística nacido en Italia: la ruptura de la tradición, la exaltación nacional, la velocidad, el movimiento vertiginoso.

Movimiento veloz, audaz, de ruptura con el pasado donde nada de éste merece ser conservado y es un obstáculo que debe ser derribado por su fuerza arrolladora. Una belleza de la velocidad con un motor que ruge mientras se aceleran los tiempos de cambio, no solo en lo político, sino también, y de una forma más directa, en la sociedad catalana.

No insistiré más recorriendo caminos ya transitados. Este convulso periodo no es más que el corolario de una estrategia perfectamente urdida en los últimos 35 años por el nacionalismo. Permanecían agazapados detrás de la cultura del falso pacto con los diferentes gobiernos de España garantizando la gobernabilidad del país, mientras ellos construían una nación. Es decir, no solo estructuras políticas, sino todo un programa simbólico, semántico y referencial a través del discurso político, el lenguaje, la educación, los medios de comunicación y el control de la sociedad civil. Una estrategia que tenía como piedra angular la «desconexión» emocional con España.

El marco mental era claro: Cataluña era una nación milenaria, con una lengua, cultura , historia y valores propios ajenos a España. Una España convertida en Estado, artefacto político-administrativo sin alma sobre el cual se proyectó una pedagogía del odio, cuyo motor era el agravio permanente.

Una España-Estado enemigo de Cataluña y de los catalanes a los que robaba, expoliaba, maltrataba, asfixiaba, ahogaba, agredía, perseguía, denigraba, odiaba, despreciaba, amenazaba… Una pedagogía del odio que inoculaba su veneno en el cuerpo social y que tenía como objetivo la creación de un humus donde germinar la semilla de la separación, como única alternativa de supervivencia. Pero esto tenía, tiene y tendrá efectos colaterales.

A lo administrativo se adhiere paulatina y crecientemente aquellos que conforman su derivada: los españoles. No solo se rechaza España-Estado, sino lo español y finalmente los españoles. Un enemigo externo al que se adhieren valores negativos que contrastan con los catalanes: vagos-trabajadores, subvencionados-productivos, torturadores-pacifistas….porque la meva (mi) cultura no es la cultura del «carajillo», del «sol y sombra» y el «puticlú», decían por redes los separatistas…

Unos españoles que habían venido a Cataluña a «colonizar». Un Estado que «cargó trenes con gente, para ver si nos diluía» que decía la actriz Montserrat Carulla en un acto de la ANC. Españoles que son un cuerpo extraño en Cataluña. Ellos, sus descendientes y todos aquellos catalanes que se sintieran también españoles: xarnegos, invasores y colonos, que amenazaban la posibilidad de conseguir la independencia con su mera presencia.

Del intento de normalización y de asimilación, al de redención en campañas de evangelismo separatista. Aparece el enemigo interior al que hay que estigmatizar y perseguir. Hay que apuntarlo, listarlo, significarlo, localizarlo. Bien con la intención de silenciarlo, con la intención de amedrentarlo o bien con la intención de identificarlo.

Decía Carme Forcadell, número 2 de Junts pel Sí: «Nuestro adversario es el Estado Español, debemos tenerlo muy claro, y los partidos españoles que hay en Cataluña como Ciudadanos y el Partido Popular, que no debería llamarse Partido Popular ‘de’ Cataluña, sino Partido Popular ‘en’ Cataluña. Por tanto, estos son nuestros adversarios, el resto somos el ‘pueblo catalán’

Adversarios, enemigos. Eso decía. Colonos, botiflers, decían muchos otros de los que ahora apoyan a la candidatura conjunta de los separatistas. Decían antes, pero ahora callan. Ahora es el momento de engañar, de confundir, de sumar a aquellos que desprecian. Es el momento de sumarlos a la causa para después restarlos a la nación.

Lobos con piel de cordero que en campaña hablan castellano, ayudados por los Tíos Tom de turno, mientras antes llamaban maltratadores y abusadores a los padres que pedían una educación también en castellano, como dijo Muriel Casals, número 3 de la lista de Junts pel Sí.

No nos equivoquemos. Este 27S decidimos si seguimos siendo ciudadanos con plenos derechos o tenemos que empezar a prepararnos para el día después. Solo de nosotros depende, es «el voto de nuestra vida». Porque no lo duden, como decía Joel Joan, quien no sea independentista será un traidor.