¿Quién tiene miedo a unas nuevas elecciones?
No nos tenemos que extender demasiado en el complicado escenario abierto en España después de las elecciones generales del pasado día 20 de diciembre. Tampoco hay que recordar el largo camino basado en el azar que nos ha llevado hasta el día de hoy. Hace falta, no obstante, constatar la renuncia de Rajoy para intentar la investidura y el fracaso de Pedro Sánchez para conseguirla.
Probablemente, el elemento más destacado de estos meses ha sido el acuerdo programático entre el PSOE y Ciutadans con la voluntad de hacer a Sánchez presidente del Gobierno preparando las bases para un futuro Gobierno de coalición que necesitaba y sigue necesitando de un tercer socio con suficientes escaños. También esta iniciativa ha resultado –hasta hoy– infructuosa.
Las últimas semanas se han caracterizado por un tira y afloja entre las fuerzas políticas mayoritarias que ha generado un punto de alarma en la opinión pública y la publicada.
A estas alturas, sería preferible tener un gobierno. De hecho, la carencia de acción política propia de un gobierno con suficiente fuerza se echa de menos y mucho, y la incertidumbre que esto genera no conviene a nadie. Querríamos tener un Ejecutivo que garantizara la estabilidad parlamentaria.
Es normal que la ciudadanía esté preocupada por la actual coyuntura. Lo entiendo. Ahora bien, dicho esto, creo que vale la pena insistir sobre el hecho de que una eventualidad de este tipo – imposibilitado de constituir un gobierno– tiene que formar parte de los hábitos democráticos y la aceptación de la misma no tiene que ser especialmente traumática.
Un sistema democrático fuerte tiene que poder hacer frente a una etapa de interinidad protagonizada por los principales grupos parlamentarios. No hace falta que, con una cierta desmoralización, nos desgarramos los vestidos. Más todavía, depende de cuál sea el desenlace de este goteo de negociaciones estériles sería más bien partidario de convocar unas nuevas elecciones.
El desgaste del partido socialista en relación a Podemos y viceversa, la erosión del Partido Popular y la delicada situación después del pacto entre el PSOE y Ciudadanos, probablemente aconseja ser prudente con la configuración de un hipotético nuevo Gobierno.
En efecto, las dificultades internas del PSOE por la lucha sepultada por el poder, la batalla explícita por quien manda y cómo, en el sí de Podemos con el afloramiento de todas las groseras expresiones de la vieja política imponiéndose, despiadadamente, sobre la nueva, hacen aparentemente, imposible el acuerdo.
Las dificultades de regeneración del Partido Popular, con la inagotable muchedumbre de casos de corrupción, hacen que sea una quimera que se produzcan unos pactos sólidos que garanticen políticas estables, reformas firmes y legislaturas cuyo plazo pueda ser agotado.
La opinión pública ha tenido durante estos tres meses suficiente información como para evaluar si su voto del pasado mes de diciembre ha sido correcto, si se tiene que mantener o si hay que cambiarlo.
En otras palabras, un gobierno a cualquier precio es un pésimo activo para una ciudadanía que desea cambio, regeneración y buena gobernabilidad. Ceder a la pulsión de los partidos que negocian con cautela y atemorizados por el cálculo de la posible pérdida de escaños es una pésima solución.
Cataluña ha sido un ejemplo bastante paradigmático de lo que estoy diciendo. Ya hemos empezado a ver –para sorpresa de unos cuántos– los graves efectos políticos de un pacto entre Junts pel Sí y la CUP que no se tenía que haber producido nunca. Sospecho, sin embargo, que las desavenencias de fondo sólo acaban de empezar.
Volviendo a España, ¿la actuación de populares, socialistas, ciudadanos y podemitas ha sido satisfactoria por sus votantes? Tengo la impresión de que muchos de ellos habrían votado diferente si hubieran conocido el comportamiento político de los partidos votados y, eventualmente, su política de alianzas.
El pueblo español es bastante maduro. Puede afrontar unas nuevas elecciones y hacerlo pensando en las consecuencias de su voto y en un nuevo mapa político para evitar cometer los mismos errores que suponga un golpe más a la inestabilidad del país y a la paralización del Congreso de los Diputados. Un sistema democrático sólido y consolidado tiene que permitir resolver estas situaciones y hacerlo sin un estrés insalvable.
No hay que lamentarse permanentemente de este gobierno que no ve la luz. Probablemente, no la ve porque no es bueno que la vea. Hay que afrontar esta realidad con serenidad y realismo.
Si no somos capaces de entender esto, de tomarnos las cosas con cierta tranquilidad de espíritu y comportarnos como ciudadanos y ciudadanas responsables, podremos hablar de democracia pero no exactamente del tipo de democracia auténtica por la que tanto y tanto hemos luchado.