Rajoy en su discurso más difícil

«Es el discurso más difícil de mi vida… me han dicho que diga que hemos ganado las elecciones… siempre la junta directiva del PP estará a la altura». Tres emotivas declaraciones de Rajoy que hoy todo el mundo intenta descifrar. Como se intentan descifrar también los rostros de Cospedal y Soraya. El primero hundido y el segundo pletórico. Un rostro de derrota y el otro de intensa luminosidad por la victoria.

Descifrar la aparición y desaparición de altos cargos del Kremlin al estilo de los expertos. Acompañadas de dos saltos de tímido entusiasmo, las palabras de Rajoy resonaron a enigma o a la turbación de una victoria insuficiente para que evitar terceras elecciones o desaparecer. En el ambiente flotaba la alegría de la victoria electoral pero también la duda.

¿Qué significado tienen sus apelaciones al pasado, al inicio de su etapa política? ¿Cómo no recordar a sus votantes que ellos, sólo ellos, han ganado las elecciones? Cuando uno interroga a una esfinge, la respuesta que tiene es una oscuridad densa, donde no es posible acertar a ver la solución del acertijo que el rostro oculta.

Es posible que las palabras de Rajoy no tengan ninguna carga política, ningún cuestionamiento a su futuro político pero arrojan dudas sobre una posible continuidad el frente del gobierno de España. Mientras los otros líderes políticos, Iglesias, Sánchez y Rivera, se apresuraban a salvar su futuro político para hacer olvidar los malos resultados, Rajoy, el vencedor, se mostraba a través de una extraña y profética nostalgia.

Intentar descifrar sus palabras puede ser un juego ocioso y sin fundamento. Una distracción para no querer aceptar que, simplemente, Rajoy se mostró débil, tambaleante, críptico. Puede ser que haya sido una mala noche tras unos buenos resultados. Pero también puede suceder que se tratara de una despedida, aunque sea una larga despedida.

A medida que avancen los pactos o que éstos no sean posibles, podremos completar la escena que vivimos en la calle Génova de Madrid, donde se leía gracias, sólo gracias, sin más ornamentos. Nunca un triunfo electoral ha tenido una escenificación más extraña y alejada del triunfalismo. Ninguna declaración del camino a seguir, ninguna apelación al futuro, ningún acercamiento a los otros partidos. Sólo la imagen aislada de Rajoy, solo, aunque estuviera rodeado por los suyos.

Los políticos españoles, cuando llegan al poder, tienden a crear el síndrome en la opinión pública de quedar atrapados por sus gestos y sus silencios. En el caso de Rajoy, tan parco como efectivo en su gestión del tiempo político, sus palabras permiten sugerir todo tipo de interpretaciones. Y, sin embargo, en ellas no había ninguna ambigüedad sino una clara apelación a un futuro político que aún no hemos sabido advertir.

Al lado de Rajoy, Cospedal a la izquierda y Soraya a la derecha. La eficiente Soraya y la dubitativa Cospedal eran las únicas que parecían saber el significado de lo dicho y no dicho en el discurso de Rajoy. Todo parece indicar que es el momento de Soraya, al margen de lo que decida Rajoy. Todo lo dicho puede ser sólo producto de una interpretación exagerada, que no responde a la realidad. Y que nada ocurrió. Puede incluso que Rajoy sólo dejara llevarse por el momento, por el cansancio, por intuir que su gobierno futuro ya no depende de él sino de lo que decidan los otros partidos.