¿Será 2013 el año perdido?
Ganar unas elecciones por mayoría absoluta representa una de esas ocasiones en que el vencedor puede permitirse ciertas licencias cuyo coste, en plena legislatura, no podría asumir.
Algo así le sucedió a Alberto Núñez Feijóo en el debate de investidura, cuando sorprendió a todos anunciando que la recuperación de la economía gallega no llegaría antes de 2015 y que sería en ese momento cuando habría creación neta de empleo.
Las palabras del flamante presidente venían a poner sal sobre la herida de la crisis para los propios populares, ministros como Fátima Báñez, Luis de Guindos o Cristóbal Montoro incluidos, empeñados desde Madrid durante los últimos meses del año en enviar mensajes positivos sobre las perspectivas económicas, que acabaron por darse de bruces con las advertencias de instituciones como la Comisión Europea o el mismísimo Fondo Monetario Internacional (FMI). El 2013, según dichos análisis, será un año perdido. Para olvidar.
La realidad se encarga de desmentir casi todos los pronósticos que se han venido realizando durante el último año, pulverizando a la baja cualquier previsión. Año perdido o año de transición, según se mire, 2013 supondrá un reto para muchos sectores gallegos, con frentes abiertos que pueden generar fatales desenlaces, como es el caso del sector financiero.
Aunque con respiración asistida y cinco años de vida, el año que comienza verá cómo es un hecho la drástica reducción de plantilla de NCG Banco impuesta por Bruselas, así como su salida del capital de muchas empresas. En manos del FROB y del Banco de España está también el futuro del Banco Gallego, por ejemplo.
De los avatares de NCG están pendientes compañías participadas por el banco como Adolfo Domínguez, Itínere, Tecnocom, NH Hoteles, Elecnor, Cupa Group, Norvento, R, Transmonbus, o Terras Gauda.
El que comienza también será un año de concreciones. Para la construcción naval, por ejemplo, con la plasmación de los precontratos firmados por la mexicana Pemex con Navantia y Barreras, así como con otros astilleros gallegos. Si nada se tuerce, también avanzará el grupo azteca en la puesta en marcha de su terminal de blending en el nuevo puerto exterior de A Coruña, mientras el sector de la construcción naval asistirá a la aplicación de un nuevo tax lease (bonificaciones fiscales a la financiación para construir buques) que no supongan ayudas de estado prohibidas por Europa.
Ante un escenario de fin de cuotas para 2015, el sector lácteo mirará más que nunca a Bruselas y a Madrid, pendiente de unos más que necesarios mecanismos correctores para los precios en origen de la leche, que tienen en las grandes de la distribución a su gran beneficiario. La cadena de valor de la alimentación siempre se rompe por el lado más débil, los productores. Una reformulación seria de los contratos homologados es otro de los asuntos pendientes, para que un productor sepa hoy cuánto le pagarán el mes que viene por la leche que entregó ayer.
Y en el aire está también el futuro de la energía eólica, con la supresión de unas primas que han dejado noqueado al sector y a la propia Xunta, con recurso de inconstitucionalidad al decreto de José Manuel Soria incluido. El nuevo conselleiro de Economía, Francisco Conde, sabe que, ahora más que nunca, es el momento de la verdad para que la apuesta eólica gallega no se quede en un mal sueño.
Y ante tanta crisis, algunas salidas, como lo es la internacionalización de la economía gallega, una válvula de escape ante la atonía del consumo. Esa nula demanda interna obliga a salir a por aire a otras latitudes. Las exportaciones gallegas alcanzaron en 2011 por primera vez en la historia los 17.000 millones de euros. Las mercancías que las empresas gallegas venden fuera aumentaron un 15,7% y el saldo de la balanza comercial fue positivo en 3.502 millones.
Sin embargo, esto puede ser simplemente un espejismo si se tiene en cuenta que ese saldo logra ser positivo por la fuerte caída de las importaciones, y no tanto por el alza de las exportaciones. Ojalá 2013 sea un año de internacionalización para Galicia, y no un año de mera transición. O, lo que es peor, un año perdido.