Todos los hombres de la corrupción
«Sin duda, hay sobornos y corrupción. Pero sólo en la medida necesaria para que los engranajes giren sin chirriar. Y recordad esto: ninguna máquina inventada por el hombre ha funcionado nunca sin desperdiciar energía».
Así se expresaba El Jefe, alter ego de Huey Long, el populista y corrupto gobernador de Louisiana a principios de siglo, en la novela «Todos los hombres del Rey» de Robert Penn Warren.
En esta monumental obra, basada en hechos reales, sobre corruptos, corrupción y hombres buenos que miran hacia otra parte, se expresa una de las máximas más certeras sobre el devenir del ser humano: «la neutralidad moral de la historia».
La corrupción rige nuestra historia. Y nuestros particulares Huey Long nada aportan a lo ya conocido.
Sin embargo, tantos políticos, empresarios y funcionarios que hemos visto desfilar esta semana por los tribunales nos impiden ver los hechos como simples anécdotas de la historia que nada nuevo arrojan en ella; en cambio, vemos cómo se derrumba nuestra confianza en la máquina del poder, la que debería cambiar la historia en favor de los ciudadanos.
Ante tantos hechos condenables, estamos escandalizados, perplejos. Ante tantas cifras, tantos hombres buenos convertidos en corruptores y tantas informaciones de vértigo sobre saqueos económicos y morales, debemos preguntarnos cómo afrontar el problema.
A riesgo de ser considerado un iluso, voy a proponer una serie de aspectos para abordar el tema de la corrupción:
1. Debemos diferenciar entre corrupción y corrupto, de lo contrario nuestra necesidad de señalar al que es corrupto nos impide ver la corrupción como el elemento central a combatir.
Es decir, debemos ser inflexibles contra la corrupción y compasivos con el corrupto. El corrupto es el producto de un problema de base moral más amplia, que atañe a toda la sociedad.
2. Para desvelar todo el mal de la corrupción no es suficiente mostrar lo robado y a los que lo han hecho. Hay que evidenciar también, con datos y rostros, el calvario de la sociedad víctima de estos robos.
3. Asumir, por duro que sea, que no existe una sociedad que pueda librarse de un desastre moral colectivo como el de la corrupción. Esto implica que el gran campo de batalla para matizar el desastre es la educación, en su sentido de ejemplaridad y resistencia.
4. Crear una cultura de «traidores» a la causa de la corrupción. Una cultura que no obedezca a la lógica del corrupto. No todos somos igual a él.
5. Y, por último, ser capaces de convertir las instituciones públicas en elementos, no tanto de transparencia, sino en lugares de contención de la corrupción, de fortaleza frente a ella. Demostrar que no es inevitable.
Cinco puntos para no ser arrastrados por la lógica de la reforma de la financiación de los partidos políticos como única solución. Para no caer en la tentación de que el hombre debe vender su alma para conseguir el poder de hacer el bien.