Trump, el PPSOE y la falsa equivalencia

La triple alianza que Pablo Iglesias –siempre erudito en su desdén— declara establecida entre PP, PSOE y C’s quizá tenga un efecto benéfico en las Cortes: un declive del ‘y tú más’, acaso la aportación más castiza al acervo del parlamentarismo desde el ‘¡se sienten, coño!’.

Tras la investidura de Mariano Rajoy, es previsible que lo sustituya un embate sostenido sobre el llamado bloque constitucionalista’, convertido en blanco genérico de consignas como «PSOE y PP la misma cosa es». Para los socialistas, la analogía añade escarnio al trance de su abstención. Y Ciudadanos tendrá difícil preservar su credibilidad como alternativa centrista y moderna a la derecha endémica ante el abrazo del oso del PP.

Equiparar a socialistas y Ciudadanos con populares y hacerles acreedores del mismo grado de reprobación ilustra un fenómeno político y periodístico crucial en la formación de la opinión: la falsa equivalencia. El término, originario de la filosofía, describe la falacia lógica de otorgar la misma consideración a dos entes diferentes sólo porque comparten algún rasgo.

Ni sus respectivas historias, actitudes o políticas de gobierno justifican igualar al PP y al PSOE. Y, en un análisis serio, el partido de Albert Rivera tampoco es homólogo del PP. Sin embargo, investir –con su voto o abstención—a Rajoy, mantenerse dentro del perímetro constitucional y primar la democracia representativa sobre la directa, permite construir significantes rotundos y eficaces como las siglas PPSOE que abarrotan las redes sociales.

La política postfactual que practican los diferentes populismos es la gran beneficiaria de la falsa equivalencia. El fenómeno Donald Trump ha sido favorecido por la tradición de neutralidad del periodismo americano, que ahora se pone en cuestión. Y en el Reino Unido, diferentes voces hacen corresponsable del «brexit» al fair play de la BBC y a la norma que le obliga a dar igual peso a las dos partes de una polémica.

Lo que se cuestiona es si Trump y los brexiteers deberían haber recibido el mismo trato mediático –tiempo de pantalla, citas en medios escritos, presencia en debates, etc.—que los partidarios de Hillary Clinton o el Remain. Los primeros –se arguye— han hecho un uso desmedido de la mentira, la manipulación y la hipérbole para lograr votos engañosamente, mientras que sus rivales se han mantenido razonablemente en el terreno de la realidad.

Hace tres semanas comentaba en esta misma columna que la eclosión del neopopulismo en Europa y Estados Unidos se produce cuando los medios masivos convierten a los ciudadanos en audiencia. La información, particularmente la televisiva, se liberado de las cadenas del rigor y transmutado en infotainment, atizado a su vez por las redes sociales.

En la era de lo postfactual, cuantos más seguidores, likes y retuits, más autoridad. En la medida de que Twitter sea indicativo, la cuenta oficial de Hillary Clinton tiene 10.2 millones de seguidores. La de Donald Trump, casi 13 millones. ¿Un anticipo del resultado que conoceremos en la madrugada del miércoles?

Pero para ser presidente, hay que obtener primero la nominación. El ascenso de Trump no hubiera sido posible sin la colaboración de los medios. Un estudio de mediaQuant realizado al terminar las primarias de ambos partidos calculó que el histriónico outsider se deshizo de todos sus rivales gracias a los 1.900 millones de dólares de cobertura mediática gratuita que obtuvo, seis veces más que los 313 millones de su máximo rival republicano, Ted Cruz, y un 60% más que Hillary Clinton.

Como dijo un anónimo ejecutivo de televisión citado por el Washington Post: «No es bueno para América pero es jodidamente bueno para nuestras cifras de audiencia».

Otra egregia patraña fue la aseveración de los brexiteers de que la UE le costaba a Gran Bretaña 350 millones de libras a la semana. Confirmando la máxima goebbeliana de que «una mentira mil veces repetida se convierte en verdad», el mensaje caló en parte del electorado y se convirtió en un argumento clave. Sin embargo, al día siguiente de la votación, Nigel Farage reconoció sin pudor alguno que la afirmación era falsa.

A los neopopulistas extremos como Farage, Boris Johnson o Donald Trump, no les descalifica propagar una retórica postfactual pura. Trump promete un muro a lo largo de los 3.100 kilómetros de frontera entre México y EEUU (la distancia que separa Barcelona del Círculo Polar Ártico) y acusa a Hillary Clinton de querer abrir las fronteras a 650.000 inmigrantes. Sus seguidores son totalmente inmunes a cualquier argumento que desmonte esas afirmaciones.

Politifact, una web de verificación galardonada con el Premio Pulitzer por su labor en las elecciones de 2008, señala que el 70% de las afirmaciones de Donald Trump son inciertas, divididas entre ‘engañosas’, ‘mentira’ o ‘culo en llamas’ (invención total), con un 17% en este último grupo. Por el contrario, Hillary Clinton, puntúa casi tres veces menos –un 26%—en el agregado de las tres categorías, con sólo 2.5% de ‘pants on fire’.

Y sin embargo, tanto las cadenas tradicionales como la ABC, NBC y CBS, y las de cable/satélite como CNN o MSNBC, han aplicado un equilibrio cuantitativo que otorga igual tiempo y presencia a ambas candidaturas, en lugar de un criterio valorativo y cualitativo.

Una legión de surrogates (suplentes) de Trump –desde el ex alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani a ex concursantes de su reality show ‘The Apprentice’–, debaten en pie de igualdad en todos y cada uno de los paneles y mesas de análisis que saturan las emisiones. La única cadena indiferente a la neutralidad y abiertamente partidaria de Trump es la consevadora Fox News de Rupert Murdoch, cuya Fundación para Estudios Sociales preside José María Aznar.

El humorista John Oliver hizo una mordaz y pedagógica parodia de la falsa equivalencia televisiva en su espacio ‘Last Week Tonight’, (disponible en Movistar Plus). Partiendo de que el 97% de los científicos de mundo afirman que el cambio climático es un problema real y urgente, Oliver organizó un panel en el que los negacionistas estaban representados por tres ponentes y los que alertan del peligro por 97 científicos, con sus batas blancas, creando un pandemónium descomunal (ver en el link a partir del minuto 3.02).

La política española está plagada de ejemplos de falso equilibrio. El último, el del senador de Podemos, Ramón Espinar. Los enemigos de Podemos equiparan su caso con los grandes pelotazos inmobiliarios, mientras que Pablo Iglesias y sus colegas avalan la ética de la transacción. Para unos, Espinar es igual a Paco el Pocero; otros lo justifican con un ‘todos lo hacen’ porque el sistema ha fracasado.

La realidad es más sencilla. Trump es, bajo cualquier prisma ético o político, una amenaza para su país y para el mundo. «Un tarado», como elocuentemente le califica Bruce Springsteen en el último número de Rolling Stone. Y Espinar no representa un nido de corrupción en Podemos. Sólo una embarazosa y muy poco marxista contradicción entre teoría y praxis. Y recordemos que Marx primaba la praxis.

La política –como mostraron las grabaciones del ya ex ministro Fernández Díaz y el jefe de la Oficina Antifraude catalana Daniel de Alfonso—a veces es muy sucia. Si Podemos quiere evitar más casos Monedero y Espinar, tendrá que escudriñar con más atención el pasado de sus líderes para identificar vulnerabilidades y pecadillos. Encender la ‘máquina del fango’, igual que sacarse unos euros con el ladrillo… «todos lo hacen».

Donde falla la falsa equivalencia es en las celebrities que apoyan a los candidatos. Donald Trump tiene a la inclasificable bloguera y actriz porno Tila Tequila y a Hulk Hogan; mientras, Hillary Clinton cuenta con Robert de Niro y Beyoncé. ¿Por quién creen que votaría yo? 

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