Uber y los ‘ludditas’ del taxi

Empiezo, muy honrado, mi colaboración en Economía Digital. Mi intención es tratar, preferentemente, aquello a lo que he dedicado toda mi vida profesional: la comunicación. Ese proceso individual y social que tanto determina nuestra vida. Había pensado empezar con alguno de los muchos temas que la política, los negocios o incluso la farándula sugieren a diario, pero unos días en Londres y una decisión judicial me han enmendado la plana.

Iré directo al grano. Señor juez titular del Juzgado Mercantil Nº 2 de Madrid: ¡levante las medidas cautelares a Uber en España ya! Es inútil oponerse. Se trata de un servicio demasiado bueno, demasiado ‘diferente y mejor’ (la esencia de la ventaja competitiva) como para que barreras legales o protestas gremiales lo contengan. Automóviles cómodos, recientes e impecablemente pulcros; esperas de pocos minutos hasta ser recogido; un ahorro que ronda el 30% sobre los black cabs tradicionales… Y todo sin dinero, a través de una app en el móvil.

No es extraño que los taxistas londinenses odien a Uber. Para obtener la licencia deben aprobar un exigente examen, pagan diferentes tasas y llevan muchas décadas labrándose una envidiable reputación. Y de pronto resulta que cualquiera con un coche decente y un smartphone con GPS les roba la clientela.

Pero ningún tribunal les ha parado el negocio como hizo en diciembre el juzgado madrileño, decisión ratificada. Y, que yo sepa, nadie ha quemado un vehículo Uber o amenazado a sus conductores, como ha ocurrido en Barcelona y Madrid.

Uber es una verdadera innovación disruptiva. Mediante la tecnología, ha dado la vuelta como un calcetín a un servicio existente desde hace un siglo. No es economía colaborativa; es un negocio monumental que –quizá no de la manera más amable– ha subvertido su categoría. La imagen de nuestros taxistas manifestándose con pancartas de «RIP al Taxi» recuerda a los ludditas británicos que estudió Eric Hobsbawm: aquellos obreros manuales de principios del siglo XIX que destruían los telares de vapor porque les robaban su trabajo.

Las coacciones y las medidas cautelares podrán únicamente demorar la implantación de éste y otros negocios similares, no impedirlos. Irónicamente, la única estrategia eficaz frente al cambio disruptivo es la que enseñaba Sun Tzu seis siglos antes de Cristo: doblegarse como el junco ante el viento; adaptarse para prevalecer. Eso es precisamente lo que comienzan a hacer algunos cabbies de Londres, los minicabs de los barrios y grandes compañías como Addisson Lee: mejoras en el servicio; más tecnología; coches más limpios y más nuevos; ofertas de fin de semana y bonos para reducir precios…

Pocos años después de que los ludditas fueran pasados por las armas, la revolución industrial, con todos sus claroscuros, convirtió a Gran Bretaña en la superpotencia de su época. Y en ese proceso se avanzó en empleos, en riqueza y en conquistas sociales más de lo que jamás hubieran podido soñar los que la emprendieron a martillazos con esos telares de Nottingham.

Poner puertas al campo es improductivo e inútil. España se declara partidaria de la libertad de mercado y la competencia… hasta que alguien toca un sector sensible, un gremio conflictivo o un proyecto envuelto en la bandera, sea la rojigualda o la senyera. En una época en la que el ciudadano vota no sólo en las urnas, sino cada día con su smartphone, es obligado acabar con la ambigüedad: proteccionismo o libre competencia

*Socio Fundador Conduit Market Engineers