Un cuento de Navidad: encontrar empleo

Aprovechando la Navidad, y especialmente el clima de estas festividades, quiero contarles un cuento. Es ficción, pero inspirado en realidades. Y es optimista, aunque constata que a la gente le ha cambiado la vida de forma radical.

Como saben, durante la crisis, en Cataluña se han perdido 300.000 puestos de trabajo. Ahora se empieza a crear empleo, todavía insuficiente, a un ritmo inferior al que sería necesario para considerar que se ha superado la recesión.

Pero el empleo que se crea es diferente. En dos aspectos básicos: por un lado, se trata de empleo, la mayoría de las veces, precario, temporal, no fijo. Los empresarios están escarmentados, no se fían; lo han pasado mal, o muy mal, y ahora toman distancias. No quieren crecer rápido, a pesar de que tengan demanda para sus productos.

Han sobrevivido a la crisis, han ajustado producción y plantilla, se han lanzado a exportar y se han capitalizado –a la fuerza– ya que el crédito los ha abandonado. Y si pueden, porque la legislación se lo facilita, no toman compromisos con la gente, a pesar de que pueden contratar personal mejor formado y más barato.

Una contable, con algo más de 50 años, se encuentra, de pronto, con que su empresa la despide por cierre. ¿Qué podrá hacer?

Por otro lado, como decíamos, el coste de la fuerza de trabajo actual ha disminuido respecto a antes de la crisis –es el famoso ejército de reserva–, y por contra se puede contratar personas mejor formadas. En este contexto transcurre nuestro cuento.

Una mujer con algo más de 50 años, con una hija a su cargo, contable de profesión, que vive en el Baix Llobregat (Barcelona), se encuentra, de pronto, con que su empresa la acaba de despedir por cierre de actividad. ¿Qué podrá hacer?

Mientras cobra el paro, que le permite ir viviendo una larga temporada, decide inmediatamente lanzarse a la búsqueda de trabajo. No se toma ningún día de descanso; intuye que le va a resultar muy difícil encontrar una ocupación estable, y planifica –iba a decir de forma racional, científica– en qué va a emplear el tiempo.

Lo primero que hace es fabricar su currículo. Sabe que lo importante es plasmar lo que ha hecho, su experiencia, su intensa experiencia laboral. Deja claro las empresas en las que ha trabajado, de qué se ocupaba ella, cuál era su responsabilidad… sin exagerar, pero resaltando los logros que ha tenido.

Le sale un CV no convencional, diríamos que interesante, distinto. Acto seguido elabora una lista de «amistades», antiguos colegas, clientes, proveedores con los que ha tenido relación durante su vida laboral. Construye una hoja de cálculo con las coordenadas de cada uno de ellos y decide comunicarles, por correo electrónico, que está buscando trabajo.

Pasan unos días, bastantes, algunos, pocos, responden muy cariñosos que no se les ocurre nada pero que estarán muy atentos por si surgiera algo, que la situación «no es la mejor». Otros ni tan sólo dan señales de vida.

Es entonces cuando esta profesional se da cuenta de que tiene que cambiar de táctica, que se tiene que mover de otra manera, que no va a conseguir nada por el camino convencional. Entonces decide ir a buscar trabajo directamente.

Traza en un mapa con unas rutas por los distintos polígonos industriales, donde se ubican empresas pequeñas y medianas, se monta en su viejo coche y durante todo el día visita, con su CV bajo el brazo, docenas y docenas de empresas.

Al caer la tarde, un empresario bastante mayor queda sorprendido por la fuerza de la mujer

En muchas ni tan solo pasa de la puerta de entrada, en otras se la miran como un bicho raro. En algunas son más educados –principalmente, empresas extranjeras de mayor tamaño– y se toman un cierto interés formal.

El periplo dura semanas. Ella no se desanima; va perfeccionando las primeras palabras de introducción. Ya no empieza diciendo lo que sabe hacer. Dice que tiene ganas de trabajar. Le pone entusiasmo y buena cara, como si fuera la primera empresa en que va a buscar trabajo.

Finalmente, al caer la tarde, encuentra a un empresario bastante mayor que queda sorprendido por la fuerza de la mujer. Hablan un rato, comentan experiencias, que al empresario le son familiares y le interesan. Se le acaba de marchar el responsable de finanzas y decide ofrecerle a la mujer el puesto.

Es consciente de que es una apuesta, una corazonada. El pequeño empresario le advierte a la mujer que no podrá pagarle mucho, que la empresa no va muy boyante pero que la contratará como fija, con todos los derechos laborales.

La mujer acepta inmediatamente. Le ofrecen estabilidad –toda la que se puede pedir hoy en día–una retribución razonable, ve que sus esfuerzos han dado resultado y que su experiencia y conocimientos encajan con el puesto de trabajo que le ofrecen. Está contenta. Es Navidad.

PD: mis cuentos navideños no tienen moraleja. Son simplemente cuentos.