Un pensamiento extravagante recorre la política española
Uno de los elementos definitorios de la modernidad es el obsesivo intento de hacer desaparecer la idea e imagen de la destrucción de nuestra vida cotidiana. Hablo de la cada vez mayor aprensión a enfrentarse al derribo, a la demolición de ideas y de valores, a la eliminación de lo antiguo, a evitar el campo de batalla, a no asumir la destrucción del cuerpo que, derrotado por el tiempo, nos llevará a la muerte.
En su lugar, vivimos bajo el signo de la reparación, vía la regeneración de las células muertas, de nuestro universo espiritual. Nada debe ser destruido sino sustituido de forma armónica, evolutiva. Se trata de evitar asumir el horror al vacío que nos deja la desaparición de un avión, la culpabilidad que sentimos al perder el espacio social que ocupamos, de evitar tener que asumir las consecuencias de la barbarie de la guerra, de evitar, en definitiva, afrontar que algo nuevo e imprevisto sucederá en ese espacio abierto que queda tras la destrucción, tras perderlo todo. Tanta aversión hemos generado contra la destrucción que gran parte de lo llamado nuevo es el resultado del reciclaje, del aprovechamiento, de la estrategia híbrida de hacer compatible lo viejo con lo nuevo.
Esta reparación desarrollada por las prótesis tecnológicas, las neurociencias, la biogenética, la arquitectura sostenible, los hologramas, la realidad virtual o la tecnotrascendencia, tiene una de sus máximas expresiones en la acción de una gran parte de fuerzas políticas españolas que, bajo nuevas siglas o sumándose a otras, busca auto ocultar la destrucción de su espacio político y mostrar que su cambio es el producto de una evolución impulsada por la sociedad que los ha transformado.
Este miedo a no enfrentarse al inevitable final de su espacio político, como todo ciclo de vida, está acarreando en la política española una gran saturación de ofertas políticas muertas que los más osados llaman regeneración política. Como le indica Quereas a Calígula en la obra de Albert Camus llamada Calígula, que representa a un dios de la destrucción: La mayoría de los hombres son como yo. Les resulta imposible vivir en un universo en el que, en un segundo, el pensamiento más extravagante pueda penetrar en la realidad. Pues bien, parece que un pensamiento extravagante recorre la política española, y se basa en pensar que una fuerza política no puede ser destruida por los cambios sociales a los que estamos asistiendo.