Vendaval de mangancias
La riada de escándalos que anegan el país nos ha deparado esta semana tres casos bochornosos. Uno es la comparecencia del ex presidente andaluz Manuel Chaves ante el Tribunal Supremo por el saqueo de los falsos ERE. El segundo atañe a la detención de Rodrigo Rato por nuevos cargos de alzamiento de bienes. Y el tercero, al pacto anudado por el eminente abogado Emilio Cuatrecasas con la fiscalía, para librarse del ingreso en prisión por delitos tributarios.
Vayamos por partes. Chaves lideró la Junta de Andalucía durante 19 años. Ahora ha declarado en el Supremo, con su habitual desparpajo, que nunca vio ilegalidades en el corrupto sistema de los ERE. Y si las hubo, la culpa fue de sus subordinados, entre ellos los 200 directores generales que tenía a sus órdenes.
Chaves, siempre situado por encima del bien y del mal, se desentendía de menudencias como los expedientes de empleo. Lo malo es que por ese sumidero se esfumaron 855 millones de euros para nutrir el bolsillo de una inmensa ristra de directivos, militantes, amiguetes y paniaguados del PSOE andaluz.
Don Manuel es un profesional de la política. Casi desde que tiene uso de razón, no ha hecho otra cosa que viajar en coche oficial, vivir a costa del contribuyente y cubrir con su manto protector a la familia. Enchufó a sus cinco hermanos en la administración andaluza. Amparó a su hijo Iván, un célebre sablista, una especie de dinamizador de negocios al estilo de Jordi Pujol Ferrusola. Y colocó a su hija Paula en una empresa beneficiaria de diez millones de euros en subvenciones a fondo perdido.
A Chaves también se le piden cuentas por otro magno desfalco, el de los cursos de formación. En este gatuperio, una turba de arribistas sin escrúpulos del socialismo sureño desvalijó 3.000 millones de recursos públicos.
Pese a todo ello, Chaves sigue disfrutando tan pancho de una poltrona de diputado del Congreso, que le garantiza la bicoca del aforamiento. Decididamente, la desfachatez de este personaje no tiene límites.
Árbol caído
En cuanto a Rato, su detención el pasado jueves ha sentado como una bomba. Los ciudadanos han quedado estupefactos al saber que utilizó la amnistía fiscal para aflorar capitales ocultos en diversos paraísos financieros. Rato proviene de una familia acaudalada. Por tanto, no puede descartarse que esos fondos procedan de la fortuna paterna. Pero lenguas viperinas apuntan que tal vez provengan del cobro de comisiones.
Sea como fuere, clama al cielo que quien fue ministro de Economía y Hacienda, y, por tanto, cobrador mayor del reino, mantuviera un dineral a buen recaudo del fisco. Con ello deja a España al nivel de las repúblicas bananeras. Sobre Rato pesan como losas tres sumarios. Por la salida a bolsa de Bankia, se le acusa de delitos de falsificación de cuentas, administración desleal, maquinación para alterar el precio de las cosas y apropiación indebida.
Por las visa black, se le imputa apropiación indebida y delito societario. Por los 6,1 millones que cobró del banco Lazard, se quiere averiguar si guardan relación con las suculentas contratas que Lazard recibió de Bankia cuando Rato era su jerarca supremo.
Albarda sobre albarda. A la tripleta descrita, se suman ahora otras dos. Por un lado, el posible blanqueo al aflorar sus caudales en la amnistía orquestada por su acólito Cristóbal Montoro. Y por otro, el supuesto alzamiento de bienes para eludir las cuantiosas fianzas decretadas en el sumario de Bankia.
Cuatrecasas
Por último, una breve referencia al pacto logrado por el egregio Cuatrecasas para librarse de entrar en presidio. Previo reembolso de los 4,1 millones defraudados, asume una condena de dos años de cárcel –que no llegará a pisar por carencia de antecedentes–, más una multa de 1,5 millones y el pago de las costas.
Presa de una codicia insaciable, don Emilio montó una trama de sociedades a las que fue cargando los más variados gastos privados y familiares, como yates, automóviles, mobiliario e incluso el salario de las asistentas domésticas. El burdo andamiaje se ha desmoronado.
Cuatrecasas dejó el pasado verano la presidencia del bufete que lleva su apellido. Desde luego, no resulta muy edificante para un despacho, segundo de España por volumen de negocio y especialista en fiscalidad, que su factótum luzca el baldón de una condena por delitos de fraude.
Las caídas desde las alturas suelen ser devastadoras. Más aún si quien se precipita al vacío ocupa la cúspide. Como ya predijo Napoleón, cuando subimos podemos detenernos, pero nunca lo hacemos al caer.