Vuelo gallináceo de los capitalistas catalanes

Casi un millar de empresas catalanas trasladaron sus domicilios sociales a otras partes de España durante el año pasado. La mitad de ellas fue a parar a Madrid. Si bien cada firma es un mundo, con sus particulares circunstancias y vicisitudes, el fenómeno se achaca sobre todo a dos factores. Uno es la incertidumbre política generada por el independentismo. El otro, el infierno fiscal en que el Gobierno de Artur Mas ha sumido a los contribuyentes de Cataluña, con tipos impositivos situados entre los más altos de Europa.

Semejante fuga no es un hecho nuevo, pero en los últimos tiempos el proceso se está acelerando. Cataluña, cuna de la industrialización del país, aparece cada día más desierta y pierde peso empresarial a paso de carga.

De ello dan fe dos sectores básicos, la electricidad y el cemento. Unos decenios atrás, Cataluña contaba con tres grandes productoras de energía eléctrica. Una es la Empresa Nacional Hidroeléctrica del Ribagorzana (Enher), fundada por el Estado tras la guerra civil y liderada por el ingeniero de caminos Victoriano Muñoz Homs. Enher sembró de centrales hidráulicas el Noguera Ribagorzana. Luego levantó en el Ebro las de Mequinenza y Ribarroja. Sus embalses desterraron para siempre el fantasma de las avenidas que asolaban las cosechas en la desembocadura del río.

Otra es Fuerzas Eléctricas de Cataluña (Fecsa), constituida por la opulenta familia mallorquina March y dirigida por Juan Alegre Marcet. Se fundó en 1952 y ese mismo año se adjudicó en subasta los activos de la quebrada Barcelona Traction, que incluían aprovechamientos en el Segre y el Noguera Pallaresa. Después se lanzó a montar plantas térmicas y nucleares por Cataluña, y tomó posiciones en Aragón por medio de Eléctricas Reunidas de Zaragoza.

La tercera es Hidroeléctrica de Cataluña (Hidruña), promovida por Banco Urquijo y encabezada por otro ingeniero de caminos, Pedro Duran Farell. Erigió las presas de Sau y Susqueda sobre el Ter y luego se embarcó también en costosas inversiones nucleares.

Ese trío se repartía el mercado catalán de forma que en él imperaba una cierta competencia. En los años 80 y 90 del siglo pasado, tanto Fecsa como Hidruña atravesaron graves problemas financieros, debidos sobre todo al endeudamiento contraído por la construcción de las nucleares de Vandellós y Ascó. Tras innumerables vicisitudes, acabaron engullidas por el gigante Endesa, de capital estatal, lo mismo que Enher. A su vez, Endesa ha caído bajo el control de la eléctrica pública italiana Enel, que para ello disfrutó de la eficaz colaboración del Gobierno de Rodríguez Zapatero.

La consecuencia final de esos trasiegos es que hoy la inmensa mayoría de los abonados catalanes está sometido a la férula del hiper monopolio de Endesa, del que difícilmente podrá escapar. La falta de competencia conduce sin remedio a encarecer las tarifas y envilecer el servicio, que es cabalmente lo que ocurre por nuestros andurriales.

Coloniaje

El otro ramo indicado, la producción cementera, disponía en Cataluña de una gavilla de compañías entre las que sobresalían Molins, feudo de la prolífica familia del mismo apellido; Uniland, de los Rumeu y los Fradera; Asland, de los Bertrán de Caralt; y La Auxiliar de la Construcción, conocida por su marca Sanson, de la saga Calderón.

Pues bien, de todas ellas sólo Molins mantiene su independencia, gracias al irrepetible liderazgo del venerable patriarca Casimiro Molins Ribot, quien el pasado mes de enero celebró unos tempranos 95 años.

El coloso mejicano Cemex engulló Sanson. La multinacional francesa Lafarge se apoderó de Asland con unas prácticas dignas de El Padrino de Mario Puzo y Francis Ford Coppola. Los dueños de Uniland optaron por el pájaro en mano, propinaron el consabido pelotazo y la traspasaron a la madrileña FCC, heredera también de la histórica Fomento de Obras.

Los prebostes de ese catálogo de firmas pudieron en su día anudar acuerdos de fusión para ganar tamaño y alcanzar una mayor capacidad competitiva. No lo hicieron. Prefirieron ser cabeza de ratón que cola de león.

El escritor y periodista José Pla habló en su día del vuelo gallináceo de los catalanes. Por lo que se ve, su lapidaria sentencia sigue plenamente vigente.