¿Y la responsabilidad de los medios en el debate político?

¿Cuál es actualmente la diferencia crítica entre los países desarrollados de más éxito y el resto? Para el politólogo Víctor Lapuente, en su ensayo El retorno de los chamanes la respuesta no hay que buscarla en las diferencias de tecnología, población o recursos. Se encuentra en las actitudes y discursos dominantes sobre cuestiones públicas.

Allí donde imperan las visiones «profundas» y radicales, donde se propugnan cambios de raíz, donde se debate sin fin sobre la auténtica naturaleza de los «problemas». Las políticas se estrellan una y otra vez contra los mismos obstáculos.

La forma de los discursos esencialistas y radicales es similar en todas las latitudes: aflorado un «problema», (educativo, sanitario, territorial, etc.) se trata de desentrañar su causa última, su raíz… que encubre los intereses de… y que hay que erradicar totalmente… mediante la oportuna Ley impuesta a las minorías recalcitrantes, por una mayoría vencedora en las urnas.

A este modelo de pensamiento Lapuente lo califica de «chamánico». Moviliza fervientes adhesiones; en la misma medida que numantinas resistencias. Abrevia los debates facilitando las descalificaciones genéricas (he aquí lo «reaccionario», lo «progresista», lo «neoliberal» etc, etc.). Hace inevitable el tapiz de Penélope legislativo, cuando unos prometen derogar lo que legislaron otros.

Algunas sociedades son alérgicas al pensamiento «chamánico». Son las de más éxito organizativo al tiempo que más ricas, solidarias y tolerantes (en su mayoría los países nórdicos de Europa). Según Lapuente, en estas sociedades prevalece en el debate y la gestión de lo público un espíritu pragmático, explorador, lejano a los principios abstractos y próximos a la evaluación de prácticas propias y ajenas. Las medidas no se consideran en función de su color, sino de la evidencia de su eficacia y de la posibilidad de aplicarlas con consenso.

El gradualismo, la evaluación y las rectificaciones constantes, el amor al detalle y la micropolítica son las características de la acción y el debate público. ¿Cómo se llega a esta arcadia de sensatez y eficacia? Porque está claro que ningún pueblo ha nacido con esta cultura política obsequiada por sus dioses. Necesariamente ha tenido que adquirirla.

Lapuente sugiere que los medios de comunicación tienen un papel crucial en la conformación del debate político. Los medios pueden constituirse en guardianes que evitan que los debates sobre políticas públicas se conviertan en simulacros de guerras de religión. También pueden hacer lo contrario.

En manos de los medios está el cuestionamiento crítico de los radicalismos de derecha y de izquierda, el insistir un día y otro también en que no hay soluciones políticas absolutas y eternas y sólo relativas y temporales. En mostrar que en política la verdad no es patrimonio exclusivo de nadie y que las «soluciones» impuestas, aunque lo fueran por Ley, sólo serán mascaras.

Esta es la línea argumental que se destila de un texto rico en incisivos análisis de numerosos países en épocas distintas. A diferencia de otros ensayos más literarios, éste basa su argumentación en una sorprendente multiplicidad de estudios comparativos y cuantitativos que aportan un valioso fundamento a sus tesis. Léanlo, es difícil exagerar su utilidad.

 

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