Púbol, el castillo surrealista que Dalí diseñó para Gala
Una muestra temporal en el Castillo Gala Dalí de Púbol muestra los diseños que el artista del surrealismo realizó para decorar el castillo del Empordà que compró para su esposa y musa

Púbol fue la ‘habitación propia’ para Gala. Foto: David Borrat | EFE.
En los años 30, durante un viaje a Italia, Salvador Dalí le prometió a Gala, su esposa y musa, un castillo en la Toscana. Hubo castillo, sí, pero no en la región italiana de ondulantes colinas con viñedos y cipreses, sino en el Baix Empordà (Girona), un dominio que Gala hizo suyo hasta el punto de permitir la visita de Dalí solo si era con invitación escrita.
Hoy uno de los vértices del triángulo daliniano, junto al Teatro-Museo Dalí en Figueres y la Casa-Museo de Dalí en Portlligat, el Castillo Gala Dalí en Púbol, perteneciente al municipio de La Pera, estrena una exposición temporal que nos permite conocer, a través del castillo, a esta enigmática mujer a través de dos visiones yuxtapuestas -la Gala real y la idealizada- de un mismo Salvador Dalí.
‘Púbol de Gala. Ilusión y realidad’
Precisamente Púbol de Gala. Ilusión y realidad es el título de esta muestra, que puede verse en el castillo ampurdanés hasta el próximo 6 de enero. Es también parte del nombre que le propio Dalí dio a uno de los pergaminos que conforman la mesa-claraboya de la Sala del Piano del Castillo.
Púbol en tanto que imagen de Gala es así el hilo conductor de una exposición que arranca con un retrato de la mujer, un lienzo sobre cobre fechado en torno a 1976 que presenta a Gala con un vestido estampado en rojo con reminiscencias rusas, un diseño de Elizabeth Arden que lucía en ocasiones especiales, como la inauguración del Teatro-Museo Dalí de Figueres, el 28 de septiembre de 1974.
Se trata de una Gala real, casi hiperreal, de hecho, una mujer de más de 80 años en un retrato que juega con la técnica del trampantojo y que fue visto por primera vez en la galería André François Petit de París en 1977 para viajar, un año más tarde, al museo Guggenheim de Nueva York.
La exposición invita a visitar el castillo y verificar sobre el terreno lo que Dalí proyectó desde su estudio para Gala
El retrato, junto al vestido, el collar de bisutería con turquesas y la foto que sirvió de modelo para la pintura, que muestra el proceso de creación de Salvador Dalí, forman parte de la muestra, la de la Gala real, que se contrapone a la idealizada, que vemos en los dibujos relacionados con el castillo de Púbol, en los que aparece como musa en el jardín o en la glorieta.
Algunos de los esbozos, no expuestos nunca hasta ahora, aparece una Gala con un ciprés y el símbolo heráldico y real de la flor de lis o bien contempla las rosas que le evocan su infancia en Crimea.
También se descubre a una Gala que remite a la dama de un fresco del Palazzo Borromeo de Milán, conocido como Il gioco della palla (El juego de la pelota) de entre 1445 y 1450 que recuerda la influencia de los palazzi italianos y de los châteaux franceses a la hora de proyectar Púbol.
Los dos ámbitos en que se divide la exposición vienen de la mano de la diferencia tan daliniana entre ilusión y realidad que el artista definía, en una frase publicada en 1939 por The American Weekly en la que aseguraba que la diferencia entre un loco y un surrealista es que el primero confunde ilusión y realidad, mientras que el segundo “conoce la diferencia”.
Revisitar Púbol
Gala envuelta de trampantojos que tan bien definen Púbol y esta dicotomía ilusión/realidad que envuelve siempre al binomio Gala/Dalí.
El planteamiento expositivo, con montaje de Pep Canaleta de 3carme33 y grafismo de Alex Gifreu, invita a visitar el castillo y verificar sobre el terreno lo que Dalí proyectó desde su estudio para Gala.
Fuente de inspiración de su marido (como antes de destacados artistas como Paul Éluard, su anterior marido, Max Ernst o Man Ray), el Castillo de Púbol es el lugar donde la participación de Gala es más palpable, tanto en su concepción como en su proyección, algo así como su ‘habitación propia’.
Un edificio adquirido casi en ruinas que le fascinaba y que, como se muestra en esta exposición, se realizó en torno a la idiosincrasia y los deseos de Gala, como un reflejo de una personalidad amante de su independencia que tiene una clara voluntad de ser protagonista de su existencia, un deseo convencido de compartir un proyecto vital con Dalí y una determinación firme de potenciar el genio del artista.
También se muestran evidencias documentales de la toma de posesión de un espacio arquitectónico medieval (las primeras referencias al castillo datan del siglo XI) para dotarlo de un nuevo significado en función del ideario vital de la pareja Gala-Dalí.
El singular proyecto arquitectónico y de interiorismo que realiza Dalí (y que desarrolla en paralelo al del Teatro-Museo) presenta Púbol como una extensión de Gala, tan desconocida y misteriosa como ella, jugando a generar confusión en el visitante a través de aperturas que no conducen a ninguna parte, mamparas pintadas que representan justamente lo que quieren esconder, techos que se abren al cielo, mesas que son claraboyas o elementos arquitectónicos que imitan ruinas.
La fascinación de la pareja por Italia se ve también reflejada en Púbol, tanto en los exteriores como en los interiores. Andando por el jardín, se pueden admirar los elefantes de patas largas que Dalí transforma partiendo del elefante con obelisco de Bernini, y que recuerda al Parco dei Mostri de Bomarzo, cerca de Roma.
En el interior, continúan las influencias italianas, en este caso en la Sala de los Escudos, que retoma el óculo de la Camera degli Sposi del Palazzo Ducale de Mantua realizado por Mantegna.
Decorando el techo del Castillo de Púbol, Dalí quiere complacer a Gala y hacerse presente. Escribe: “Me he contentado con decorar sus techos para que, al levantar los ojos, me encuentre siempre en su cielo”.
Bajo este cielo mediterráneo, aparece la Gala mística y soñada suspendida en una masa nebulosa, una Gala anfitriona, que acoge a sus invitados pero que al mismo tiempo, por su ubicación encima de la puerta, vigila y protege su refugio de las miradas indiscretas, recordándonos que accedemos a sus aposentos privados.
Una Gala vista por Dalí y vista por sí misma o, como apuntan los responsables de la muestra, “tal como ella quería que la viéramos, entre la ilusión de ser y la realidad de existir”.