Normandía más allá del Día D: de los jardines de Monet a la impactante Costa de Alabastro

Además del turismo bélico, Normandía ofrece una colección de paisajes, pueblos y costas que inspiraron uno de los grandes movimientos artísticos de la historia

Más allá de las playas del desembarco hay mucha Normandía por descubrir. Foto: Ilnur Kalimullin | Unsplash.

Desde su legado vikingo al duque que conquistó desde aquí Inglaterra y se convirtió en su rey -Guillermo el Conquistador-, Normandía ha estado ligado a historias y personajes ilustres. No en vano esta región al noroeste de Francia fue la cuna del impresionismo y aún hoy es, junto a París y sus alrededores, el destino impresionista por excelencia.

Puede que para otros la Normandía francesa sea más conocida por tesoros como las ostras, el calvados, los mejillones, los quesos y muy especialmente el Camembert.

Y, para los amantes de la historia, si por algo resuena esta tierra es porque sus playas fueron las escogidas por los aliados para el famoso Desembarco que acabaría cambiando el rumbo de la Segunda Guerra Mundial, un 6 de junio de 1944, que ha pasado a la historia como el Día D.

Los 80 años del Desembarco de Normandía

80 años después de aquella fecha (y de la batalla que lo siguió), el Día Más Largo sigue atrayendo un turismo bélico que vuelve a invadir la costa, ahora ‘armado’ de cámaras y smartphones, y recorre de nuevo escenarios de combate, playas, museos, cementerios, baterías solitarias o memoriales en todo tipo de rutas y actividades que recuerdan el mayor desembarco de la historia.

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Este año, además, con motivo del 80 aniversario, se han programado todo de conmemoraciones internacionales con presencia de Jefes de Estado, fuegos artificiales gigantes, espectáculos con drones, conciertos, lanzamientos en paracaídas o bailes, entre otros muchos eventos en una abultada programación que se prolongará hasta el 15 de octubre.

Pero Normandía también guarda un riquísimo patrimonio cultural que merece extender las visitas más allá de los hitos históricos.

Normandía es sinónimo de impresionismo

Impresionismo es la primera escuela pictórica contemporánea que apareció en Francia en 1874 por obra y gracia (o más bien pinceles) de Claude Monet (1840-1926). 

Los pintores preimpresionistas e impresionistas querían capturar en sus lienzos el impacto de la naturaleza y la fugacidad del tiempo, apartándose de la secular búsqueda pictórica del realismo externo -que ya iba a solucionar muy pronto el daguerrotipo y la fotografía-. En cambio, apostaban por una reinterpretación de la realidad, que reconstruían a partir de colores, texturas, manchas, trazos y luces.

Le Havre y dos de sus referencias arquitectónicas, Iglesia de San José y el Volcán. Foto: Turismo Normandía.

Precisamente el nacimiento del impresionismo se ubica en Normandía, concretamente en el puerto de Le Havre, donde Claude Monet pintó Impresión, sol naciente (Impression, soleil levant) en el año 1872, considerada la primera obra de este movimiento.

También fue este cuadro el que dio origen al propio nombre del nuevo estilo pictórico a raíz de una negativa reseña del crítico de arte Louis Leroy que empleó el término que después, debido a los rasgos que compartía con muchos otros cuadros expuestos en el mismo Salón de Artistas Independientes de París, entre el 15 de abril y el 15 de mayo de 1874, se extendería a todo un conjunto de artistas: Camille PissarroEdgar DegasPierre-Auguste RenoirPaul Cézanne, Alfred Sisley y Berthe Morisot. ¡Casi nada!.

Pero Normandía no solo fue la cuna de pintores universales, sino que se convirtió en centro de peregrinación para muchos otros artistas.

Los paisajes de Étretat, Normandía. Foto: Ansgar Scheffold | Unsplash.

Las marinas de Eugène Boudin (nacido en la localidad normanda de Honfleur) se basan en las vistas de una región que ya había inspirado o inspiraría a otros muchos creadores, algunos nacidos allí como Nicolas PoussinJean-François Millet, Marcel DuchampFernand Léger, André BretonRaoul DufyThéodore GéricaultMaurice Boitel y Jean Dubuffet.

Pero también otros muchos, normandos de adopción, como los pintores impresionistas que a partir de 1860 se sintieron atraídos hacia Normandía para trabajar au plein aire como Claude MonetGauguin, que ya hacían arte fuera de sus estudios y que la distancia relativamente corta con Paris a partir del ferrocarril convenció definitivamente. 

Más de un siglo y medio después, Normandía sigue provocando emocionando a los viajeros que siguen los pasos de aquellos jóvenes pintores impresionistas

Y así, Normandía, sus 600 km de costas, sus diversos paisajes, el clima cambiante y su luz especial ofrecía a los artistas una infinidad de excusas para la inspiración.

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Los museos más importantes de Francia en lo que se refiere al impresionismo son, después de Orsay en París, el Museo de Bellas Artes de Rouen, el MuMa (Museo Malraux) de Le Havre, o el Museo de los Impresionismos de Giverny, que presenta cada año dos o tres exposiciones temporales que reúnen obras originales de los grandes impresionistas. Museos como el Eugène Boudin en Honfleur, o el Museo de Bellas Artes de Caen (ver infografía) vienen a completar una propuesta sorprendente y extensa.

Giverny: los jardines de Monet

En 1883 Claude Monet eligió Giverny, población distante una hora de París para instalarse con su mujer Alice y sus ochos hijos. Allí vivió cuarenta y tres años en una casa que adaptó totalmente a sus gustos.

La fachada rosa, las ventanas verdes, la galería, una pérgola de ensueño, el pequeño huerto reconvertido en jardín de estilo francés repleto de lirios (una de sus flores favoritas) y tulipanes y, sobre todo, un Jardín de l’eau con un estanque con nenúfares y un delicado puente japonés de madera fueron modelos recurrentes para el propio pintor.

En Giverny están los jardines que tanto pintase Monet. Foto: Adora Goodenough | Unsplash.

Muchos otros artistas como Pissarro, Caillebotte, Sisley, Cézanne o Renoir acudieron a la población para estar cerca de Monet. Incluso algunos extranjeros decidieron trasladarse para trabajar cerca del maestro. 

En la misma Giverny se encuentra el antiguo Hotel Baudy donde tenía su taller un Cézanne devoto de la obra de Monet.

Rouen: precisión fotográfica

La catedral gótica de Notre-Dame de Rouen se convirtió en un referente para cualquier tratado sobre impresionismo cuando Monet se apercibió de que la luz cambiaba continuamente la personalidad del edificio y se puso manos a la obra.

El pintor quería captar la iluminación de la fachada en diferentes momentos lumínicos del día sin perder ningún detalle. Se dice que trabajaba once horas diarias y lo hacía simultáneamente con 14 cuadros.

La catedral de Rouen. Foto: Barry Talley | Unsplash.

Monet llegó a pintar 30 lienzos de la fachada, todos idénticos pero con luces cambiantes: una sola catedral y treinta visiones diferentes. Pero, eso sí, se decía que en los dos años que duró su aventura pictórica, jamás entró en el templo. 

El pintor quería captar la iluminación de la fachada de la catedral en diferentes momentos del día sin perder ninguno de los matices que la luz le ofrecía.

Otros artistas pasaron largas temporadas en la capital de Normandía envueltos en la magia de los muelles, los puentes, los efectos del agua y las brumas.

Uno de ellos, Camille Pissarro, que firmó una serie de más de 50 pinturas sobre el puerto fluvial de Rouen, elogiaba la ciudad normanda afirmando que era tan bella como Venecia.

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En el Museo de Bellas Artes de Rouen, ubicado en un magnífico edificio de 1870, se puede disfrutar de una gran muestra impresionista (aseguran que la mayor después de París) que cuenta con obras de Monet, Gustave Caillebotte o Alfred Sisley, entre otros.

Además, los jóvenes impresionistas descubrieron en Étretat, en la dura Costa de Alabastro, una poderosa fuente de inspiración.

La energía del mar y los acantilados sedujeron a Corot, a Boudi, a Courbet y, por supuesto, al propio Monet quien le dedicó nada menos que 80 lienzos. 

La punta de Courtine, la Manneporte, los acantilados de Aval y de Amont, la roca Vaudieu o la aguja de Belval, bellezas naturales, auténticos monumentos labrados en piedra por la fuerza del mar y la erosión del viento se convirtieron en y modelos privilegiados para numerosos artistas que acudían a la costa para reinterpretarla.

La impresionante Costa del Alabastro en Étretat. Foto: Jonas Vandermeiren | Unsplash.

Tanto es así que en el paseo marítimo de Étretat se dispusieron reproducciones que permiten observar las pinturas para así compararlas con el modelo natural.

Le Havre y Honfleur

Le Havre, el puerto de París, es un objetivo impresionista por dos motivos: el primero está dicho, Monet pintó en 1873 el cuadro ‘Impresión, sol naciente’ que dio nombre al movimiento y el segundo es por su Museo de Arte Moderno André Malraux (MuMa), situado junto al mar y que regala al visitante los más de 224 bocetos y pinturas de Eugene Boudin, Edgar Degas, Pierre-Auguste Renoir, Alfred Sisley, Camille Pissarro, Édouard Manet, Claude Monet o Pierre Bonnard, entre otros. 

Mientras, el Puerto Viejo de Honfleur es uno de los rincones más hermosos de este viaje. Aquí nació Boudin en 1824, por lo que parte de sus obras se exponen en el Museo Eugéne Boudin. Este pintor que nunca triunfó, fue quien inició al joven Monet en la pintura paisajista, y lo animó a salir al exterior y a captar la belleza del entorno. Uno de los lugares favoritos de ambos artistas era la granja Saint Simeon, desde donde se apreciaba una gran panorámica del estuario del Sena y donde ambos obtenían alojamiento y comida, a cambio de cuadros.

Puerto de Honfleur. Foto: Clemence Bergougnoux | Unsplash.

Caen: turismo urbano con encanto

Monet y Boudin se pueden admirar también en el Museo de Bellas Artes de Caen, en el castillo medieval de Guillermo el Conquistador, donde comparten un espacio privilegiado junto a Pierre Bonnard, Stanislas Lépine, Albert Lebourg y Georges Jules Moteley.

Mont-Saint-Michel. Foto: Rita Burza | Unsplash.

Mont-Saint-Michel: la eterna figura

Aquí no vivió ni nació ningún artista impresionista pero, puestos a viajar por estos pagos, no hay que perderse el paisaje único y caprichoso en torno al Mont-Saint-Michel, un lugar emblemático de Francia en el que las pocas personas que viven permanentemente en una población, unida por carretera a tierra firme, se quedan aisladas periódicamente, durante las mareas altas que la convierten en isla.

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