Allium, el kilómetro 0 sin sectarismo

C/ Call, 17 www.alliumrestaurant.es 93-302-30-03

Influido por la cocina que más le había entusiasmado en sus años como empleado de banca y cocinillas aficionado, Jordi Casas se decidió a cambiar las letras de cambio por su verdadera pasión y en el 2008 se estableció en el corazón de la Barcelona antigua, en el viejo barrio judío. Le llamó Allium –un homenaje a los condimentos más clásicos- y recurrió al arquitecto Pepe Cortés para que le diseñara el local, distribuido de forma irregular en los bajos del número 17 de la calle del Call.

El resultado es un restaurante con abundancia de blancos, muy iluminado, con las paredes serigrafiadas por Mariscal, que en su voluntad naïf de evocar los tiempos pasados de la zona a veces parece que nos envíe a las representaciones más rupestres de la prehistoria. El techo es bajo y antirruidos y algunas paredes conservan una mampostería que recuerdan exactamente dónde estamos.

A todas horas

Una extensa barra con banquetas de madera de roble, como las mesas y las sillas, habla muy claramente de la orientación inicial del local, la que ha terminado por definirlo. Porque es un restaurante, ciertamente, aunque mantener la cocina abierta todo el día para los desayunos de bocadillo y de tenedor y las meriendas termina dando carácter.

Es una forma de asegurarse el tiro. El grueso de la clientela procede de las dos instituciones que están a escasos metros, el Palau de la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona. Tanto empleados como cargos políticos suelen acudir a hacer un café o a tomar un tentempié. Y también al mediodía, cuando se mezclan con famlias y pasavolants de una zona tan turística como son los alrededores de la plaza Sant Jaume.


Barra del restaurante Allum.

Como no podía ser menos en los tiempos que corren, Allium ofrece un menú de 15 euros, popular y muy decente. Queda dicho que Casas va a por todas –de algo tenía que servirle su experiencia bancaria-; no están los tiempos para excesivas especializaciones. De esa forma consigue llenar, incluso rotar unas cuantas mesas al mediodía.

Apertura de miras

La carta no es la propia de un fundamentalista del km. 0 ni del slow food, aunque desde su inauguración figura en la relación de locales barceloneses amparados por estas enseñas. Ofrece salmorejo de entrante, por ejemplo, y jamón de calidad, que evidentemente en Barcelona no puede ser km. 0.

Empieza con las tapas y los entrantes, que junto con los postres, se comen el 70% de la oferta. Los segundos de carne y pescado, más los arroces, es donde quizá aparece más claramente la vocación de defensa del producto local, tal como fijan los principios del slow food, contra la macdonaldlización de nuestros hábitos alimenticios.

Así que nos decidimos por unas tapas como primeros. Patatas bravas, clásicas; las he comido mejores, pero satisfactorias y a un precio correcto, 3,95 euros. Ensaladilla Allium, a base de patata y salsa mayonesa, como una ensalada de verano, algo más cara, 4,8; agradable como aperitivo. La ensaladilla de atún picante (4,4) bien, pero me quedo con la del Vaso de Oro. Aun y sabiendo el riesgo que corríamos, pedimos unas tortitas de camarones (2,2) a sugerencia de la amable camarera, que no estaban tan aceitosas como se podía temer, pero que no me dijeron nada; quizá, lo reconozco, porque las tengo en un pedestal.

Arroz a banda

De segundo, compartimos un arroz a banda con langostinos (16,9), un plazo que me encanta y que no me encajó del todo. Creo que fue por su paso por el horno. Sin embargo, mi acompañante, una prejubilata algo carpanta, lo encontró riquísimo; incluso repeló el arrossejat con entusiasmo.

De postre, compartimos un pannacotta con una base de zumo de naranja (5,5) delicioso y suave.

Habíamos tomado unas cañas Moritz bien servidas y a temperatura adecuada. Y durante la comida elegimos uno de los muchos vinos ecológicos de la carta, que cada vez me gustan más. Era un Vega Aixalà del 2011 de la Conca de Barberà por el que pagamos 21,95 euros, justo el doble que en bodega, el margen que más o menos cargan en toda su oferta. La carta de vinos es suficientemente amplia y presta mucha atención a la viticultura respetuosa con el campo y menos intensiva, que por suerte está abriéndose camino.

Nos pusieron un café Dibar que si hubiera venido en su medida exacta, habría estado mucho mejor. Pagamos 40 euros cada una.

Economía Digital

Historias como esta, en su bandeja de entrada cada mañana.

O apúntese a nuestro  canal de Whatsapp