Can Roca, de Sant Andreu

C/Gran de Sant Andreu, 209 93-346-57-01

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Es uno de esos lugares a los que se puede llevar a gente de fuera de Barcelona a la que le guste la cocina y no tenga problemas con el mantelillo y la servilleta de papel, y tampoco le moleste el ambiente, algo ruidoso. O los servicios, en el patio de atrás. Platos tradicionales catalanes con algunas innovaciones que le dan personalidad.

Está en Sant Andreu, en la zona antigua del barrio poblada de casas bajas y calles tranquilas, amenazadas en estos momentos por la picota municipal. Bastante clientela habitual, entre los que abundan gentes de las empresas de la zona y parejas. Cada vez que le preguntan por sus clientes, el propietario siempre se refiere a los prejubilados con tiempo para estar un buen rato de sobremesa y sin grandes faenas para la tarde que pueden disfrutar a fondo de su cocina.

Es una antigua bodega que ha evolucionado en los fogones, pero que conserva las mesas de mármol, los azulejos hasta media pared y la vieja nevera de puertas de madera con el motor en las alturas, a la vista. 40 comensales a tope contando las banquetas de la barra. Tiene una pequeña cocina y un mostrador complementario en la sala, donde está la plancha y el microondas, y desde el que el jefe da el último toque a los platos.

Hay un detalle en las paredes que indica por dónde van los gustos de Josep María Solé Roca, nieto del fundador y alma de la casa. Tiene enmarcadas tres cartas de distintas épocas del Via Veneto, restaurante emblemático de la ciudad con el que el propietario mantiene una buena relación y del que es cliente.

Su amor por los platos de cuchara, las legumbres, el uso de los embutidos y los derivados del cerdo, junto a una condimentación bastante singular trazan las líneas maestras de esta cocina. La carta es oral, de manera que el dueño se acerca y te recita los primeros. Garbanzos rehogados con setas y gambas, callos, canelones con gamba y rape, canelones con foie. Si es temporada, habas, caracoles, sardinas en escabeche.

Solo cuando has acabado con el entrante te canta los segundos, un método de trabajo que sería una temeridad sin una sincronización suiza. Arroz negro, fideúa, cap i pota –que ya había aparecido entre los primeros- cubierta de parmesano crujiente, albóndigas con sepia y guisantes, bacalao a la ampurdanesa, calamares rellenos de butifarra de perol, servidos sobre unas patatas panadera; y un poco de plancha, sobre todo para los pescados del día.

En fin, es muy difícil retener la oferta, que como se ve es apetitosa, amplia y contundente. Aunque Solé siempre asegura que sus platos –-en contradicción con los propios enunciados– son suaves, por la tarde te acuerdas de ellos.
Los garbanzos y los calamares, que rematé con un flan de mató, me dieron guerra, lógicamente. No cené. Pero comí muy a gusto. Como me había advertido Solé, la leguminosa estaba riquísima y la guinda con que adornó el plato tampoco picaba en exceso. Lo mismo he de decir del segundo. Era la primera vez que los comía embutidos con la carne dulce de esta butifarra, y ciertamente están logrados. Probé el canelón de pescado y las albóndigas, que igualmente merecían un aprobado alto.

Las bebidas

El vino de la casa, Priorat servido en frascas guardadas en la nevera, resulta muy agradable. Recuerda a aquellos graneles que se vendían en las bodegas de Barcelona antes de que se descubriera la potencia vinícola de la comarca. También disponen de marcas –Muga, Acustic–, pero si no las pides tampoco las ofrecen. El cava de la casa, Bertha, es resultón y tiene una buena relación calidad-precio. Es el preferido de los prejubilatas habituales cuando van a Can Roca a darse un homenaje.

La copa de cerveza de barril que tomé de aperitivo, que no estaba incluida en el menú de 26 euros, resultó poco más que pasable. Esa misma Moritz ganaría mucho si estuviera bien tirada y si el serpentín tuviera un mantenimiento correcto. Y el café Gondolero es muy bueno, pero creo que la infusión se hace con agua excesivamente caliente, lo que le da un aroma requemado.

Can Roca es una taberna que ha elegido su propio camino para hacerse un hueco. Y lo ha conseguido. Su evolución no es la de Granja Elena –ni los precios-, pero tiene un perfil propio sugerente. No es para ir cada día, tanto por la rotundidad de sus elaboraciones como por un denominador común de fondo que tiende a igualar el sabor de los platos. Pero es de esos locales que han logrado situarse en una gama de mucha aceptación en los tiempos que corren, esa que compite perfectamente con locales en los que una comida media sale entre 40 y 50 euros, pero que no ofrecen ni de lejos el doble que Can Roca.

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