Taverna Hofmann, un lugar de moda

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Unos años atrás, llamar taberna a un restaurante era más o menos como decir que un vino era peleón. Excepto en el caso de unos pocos locales consagrados, casi todos fuera de Catalunya, taberna era sinónimo de poca categoría.

Ahora, de las acepciones clásicas del término la que más se emplea es la que hace referencia a la informalidad y a los precios.

Muchas veces se trata de la segunda marca de una casa importante que da entrada así a bolsillos más modestos. Como cuando Carles Gaig abrió su Fonda y Fermín Puig su Petit Comité.

Y también supone una vuelta a la cocina tradicional, a los platos que quizá los grandes restauradores no pueden ofrecer en sus restaurantes de lujo.

Emprendedora

Así es la Taverna Hofmann, la última iniciativa de Mey Hofmann, una cocinera y empresaria de empuje envidiable que lleva más de tres décadas en la trinchera, mucho antes de que se inventara eso que ahora llamamos la emprendeduría.

Además de su conocida escuela de hostelería, su restaurante avalado por Michelin, una panadería, el bar de tapas de La Seca, Mey Hofmann empuja ahora una taberna. Está donde antes estuvo Cal Xim, una franquicia urbana del original de Subirats, y donde también vivió Foc Ca la Nuri.

Pues bien, la taberna funciona como un tiro. No es fácil encontrar mesa, sobre todo por las noches. Es un sitio más bien elegante en el que se puede disfrutar de la cocina de Hofmann, pero a otros precios. Y se ha puesto de moda.

Entre su público abunda la gente de edad respetable tirando para arriba: bastante pelo blanco y jubilados jóvenes. Entre ellos, Josep Maria Loza, exdirector general de CatalunyaCaixa, una entidad que acaba de ser absorbida por el BBVA. Loza estará eternamente agradecido a Narcís Serra, que precipitó su retiro y le puso 11 millones –él dice que menos– debajo del brazo poco antes de que el mundo de las cajas de ahorros estallara.

El día que lo encontré capitaneaba un grupo de unas ocho personas que se instaló en el reservado del altillo, al que se accede desde la cocina.

Buen servicio

El servicio de la taberna, procedente de la Escuela Hofmann, es excelente. Y la cocina, aceptable. Sebastián Blanco, que estudió con Mey y que luego trabajó con Gaig, está al frente de los fogones.

En realidad, lo más tabernario del local es la contundencia de algunas de sus elaboraciones. La carta, que no es demasiado amplia, está presentada con un desorden que acentúa la informalidad, donde las tapas y los platos se mezclan.

Un buen capítulo de brasa (su aroma sigue perfumando muy agradablemente el comedor), desde las verduras hasta el chuletón y el solomillo. Además, callos con garbanzos, rabo de toro con judías y salsa de ratafía, bacalao con sofrito y allioli, o rape al all cremat. Como se ve, el asunto va en serio.

Mientras tomábamos una caña Damm bien tirada, repasamos la carta. Optamos por dejar para otro día algunas de las especialidades de la casa, como la ensaladilla, los mejillones escabechados en papillote y el canelón.

Las bravas

Así que decidimos probar sus patatas bravas –bastante corrientes–, el jamón ibérico sobre coca untada con tomate, riquísimo. También pedimos unas croquetas de rustido, bien logradas; crujientes por fuera y tiernas por dentro, con algunos tropezones.

La ensalada de tomate con cebolla de Figueres y bonito no estaba muy bien condimentada, aunque juraría que el problema de fondo era la calidad del tomate. Y finalmente compartimos un tartar de atún cortado a cuchillo con vinagreta cremosa y mayonesa, muy bueno.

Quizá que lo mejor de la noche fuera el postre. Uno de los vasos de helado que proceden de la panadería, de donde también llega un pan excelente, aceitoso y perfumado con romero. El vaso de tres chocolates era delicioso, como el de tiramisú.

Bebimos una copa de blanco Mas Donis y otra de tinto Mas Picosa, también el Montsant. Dos vinos corrientes que la Taverna Hofmann ha adoptado como de la casa y que cobra a 3,5 euros, el 60% aproximadamente de lo que cuesta la botella entera en bodega. A nosotros nos salió gratis porque no las sumaron en la cuenta. Un descuido del que no me enteré hasta el día siguiente. De haber pagado el vino, el coste por persona habría sido de unos 40 euros.

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