2021: mejor sí, próspero no

Hay una ausencia total de planes para las reformas estructurales. Males endémicos como el paro juvenil y la desindustrialización van a seguir ahí

Muy probablemente, en los países avanzados, 2021 será un año de transición entre este annus horribilis, que finaliza con reencuentros familiares entrecortados, y la recuperación de la confianza en un futuro menos amenazador, incluso más brillante.

Vamos a iniciar el año con restricciones más o menos severas y lo finalizaremos, si no se tuercen las previsiones, con total libertad de movimientos y una agradable sensación de haber recuperado horizontes vitales.

Vendrán nuevos retos y desafíos, quién sabe si aún peores, pero el hecho de haber superado la pandemia inyectará un nuevo optimismo que, si bien no alcanzará a todos, se va a respirar en el ambiente.

Muchos son los damnificados y escasas, cuando no tardías, las ayudas. En sectores clave de la economía como el turismo, los estragos han sido tan grandes que pueden convertirse en permanentes. Pero en términos generales y para los indicadores de referencia el próximo año marcará el inicio de la recuperación.

Un tiempo para cada cosa

No sólo o tal vez no principalmente por los datos, sino por algo anterior a los datos como son las predisposiciones y las actitudes. Ahí coinciden el bíblico Eclesiastés y el agudo Montaigne: un tiempo para cada cosa; la vida es ondulante. Las esperanzas, las ilusiones, vanas o no, pugnan obstinadamente por volver. Pocas veces fracasan en su empeño tras un tiempo aciago.

El más o menos apuntado panorama o clima general para el 2021 puede no llegar a ser global. Los países que no han podido participar en la pugna para contratar millones de dosis de las diferentes vacunas se verán obligados a sufrir un tiempo más. Injusto pero por el momento sin remedio. Ante el peligro, lo primero que peligra es la solidaridad.

Europa, si bien la altísima incidencia del virus no autoriza a dar lecciones a nadie si no son de humildad, se encuentra entre los mejor equipados para aprovechar la salida de la pandemia. Todo, o casi todo, recordémoslo, gracias a la Unión y los dos países que la lideran, Alemania y Francia.

La suerte de la UE y el Banco Central

A menudo no valoramos los factores positivos como es debido. Los damos por descontados sin caer en la cuenta de cuánto saldríamos perdiendo si no fuera por su influjo benéfico. Todo es criticable, todo es mejorable, más aún si hilvanamos la autocrítica y empezamos las obras de mejora de puertas adentro.

Sin la Unión Europea y el Banco Central la situación de países como España o Italia sería mucho peor, y no digamos las perspectivas. Sin el Euro y sus gestores, los efectos de la crisis anterior habrían perdurado hasta la provocada por el virus. El dinero para paliar daños y propiciar la recuperación proviene del norte.

El papel de Bruselas en el delicado asunto de las vacunas ha resultado asimismo clave. Negociación centralizada y distribución equitativa. Baste recordar cuando meses atrás los gobiernos pugnaban con desespero para proveerse de material. La diferencia entre los testes no fiables comprados por España y lo bien programado de la vacunación es abismal.

Que el orden y la planificación hayan substituido al caos es mérito de Bruselas. Ceder soberanía era crucial para pasar de la máxima negatividad a la buena gestión. Nadie sabe si el Reino Unido está preparado para superar el Brexit, pero a buen seguro que España no lo estaría y que Europa sí lo está.

Los males endémicos

Los retos pendientes tras la pandemia vuelven a ser los de antes: economía avanzada, sostenibilidad, conocimiento, competitividad… Ahí sí que, aún favoreciendo el contexto europeo, el mérito el demérito son de cada cual.

Más allá de las disputas ideológicas y de la llamada guerra cultural —a la que la revista mEDium ha dedicado su último número— no se atisba solución para los males endémicos de España como el paro juvenil (unido al envejecimiento), la desindustrialización de grandes zonas, la grave escasez de patentes o la excesiva dependencia de un turismo de masas que tardará en volver si es que vuelve.

Grandes retos sin solución. Gestión de lo que hay más o menos aceptable pero ausencia total de planes para las reformas estructurales, incluyendo la territorial que reequilibre el excesivo peso de Madrid. Para lo crucial, lo que orienta y decide el futuro, no cuenten ni con en el gobierno ni con la oposición.

De modo que daremos fin a este pronóstico con una bifurcación del optimismo. El 2021 va a ser mejor, si bien la prosperidad deberá esperar como mínimo hasta el 2022. Pero a medio plazo la brecha entre el norte y el sur de Europa seguirá agrandándose, y no por culpa del norte.