Los propósitos de los robespierres 

Pedro Sánchez parece guiado por el mismo deseo enfermizo que movió a su mentor José Luis Rodríguez Zapatero

Llega el final del año, tiempo de balances, propósitos y deseos. Los personales se quedan en casa; los políticos, meditémooslos con sumo cuidado. Todo en esta vida tiene consecuencias, y soñar tampoco suele salir gratis. En este sentido, deberíamos aprender de la experiencia, y más con una Historia reciente en la que no es difícil encontrar funestos ejemplos. 

Recuerdo a Artur Mas cuando, en 2012, prometió en el Parlament poner Cataluña “rumbo a lo desconocido”. Nunca una frase tan solemne anunció una irresponsabilidad tan grande. Soñaba con una “mayoría indestructible”, pero solo consiguió fracturar la sociedad y cavar la tumba de su propio partido. Quiso ser el padre de la independencia, y acabo siendo el principal culpable de la decadencia.  

Mas fue un político nefasto, porque actuó sin ninguna ética de la responsabilidad. Pensó en su gloria y se olvidó de evaluar las consecuencias para sus conciudadanos. Prometió aquello que no estaba en sus manos. Intentó liderar una revolución desde el poder. Y acabó, merecidamente, en la “papelera de la Historia” sin haber logrado nada de lo deseado. 

Sin embargo, la insensatez se repite. En el PSOE, Pedro Sánchez parece guiado por el mismo deseo enfermizo que movió a su mentor José Luis Rodríguez Zapatero: reescribir la Historia convirtiéndose en el sepulturero del espíritu de la Transición. Si Mas fracturó Cataluña, estos socialistas están haciendo lo propio con España.  

Sánchez no se esconde: en su última investidura prometió levantar “un muro” entre los españoles. Es el presidente de la mentira, pero en lo de dividir va de cara. Es el proceso español. La mutación constitucional para crear una especie de confederación plurinacional va en la línea del procés separatista: romper la sociedad para mantenerse el poder. 

Deseando acabar con el adversario y evitar la alternancia en el gobierno, la izquierda ha pasado de prometer libertad, igualdad y fraternidad a impulsar la cancelación, la desigualdad y el odio. OK, no gobierna la extrema derecha, pero España está cada vez más crispada y más pobre. ¿De verdad era esto lo que querías, amigo socialista?.

El sanchismo siembra una sociedad sin respeto

Tampoco cierta derecha está libre de sueños peligrosos. Algunos celebran el final del liberalismo. Desean un mundo post-liberal. Quieren purificar la democracia destruyendo su esencia: la libertad. Como el sanchismo, aspiran a un poder sin límites. Y, como el sanchismo, siembran una sociedad sin respeto. Late el mismo autoritarismo en esa derecha antiliberal que en el socialismo antidemocrático. Se necesitan y se retroalimentan: pavimentan juntos el camino hacia el infierno. 

Ambos extremos parecen mirar con nostalgia los años treinta. No es algo bonito. Ni bueno. Acabar con el Estado de derecho, la separación de poderes, el pluralismo y la libertad individual nunca tuvo un final feliz. Ninguna causa, por noble que se proclame, justifica la demolición de las bases democráticas que sostienen nuestra convivencia. 

La Historia nos enseñan que todos estos pequeños robespierres acaban fracasando. Sus propósitos son autodestructivos. Sus discursos son oportunistas, pero acaban generando dinámicas sociales que les devoran. Las palabras exigen hechos. Y estos guardianes de la virtud acaban siendo guillotinados por sus propios discípulos. No obstante, las sociedades nunca salen indemnes del paso de estos demagogos.  

Así pues, el propósito de una sociedad democráticamente madura no debería ser soñar con revoluciones redentoras, sino exigir las reformas necesarias. La libertad no se defienden con retóricas encendidas, sino con responsabilidad ciudadana. La auténtica sensatez no es cobardía, sino el coraje de decir no a los camellos de las drogas ideológicas. 

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