Cinco vectores de cambio en los liderazgos territoriales

Desde la vuelta de la democracia a España hemos vivido un cambio de las percepciones del protagonismo que ejercen ciertos líderes autonómicos, que ahora influyen en la política nacional

En los últimos años se ha producido un aparente aumento en la percepción del protagonismo personal de diferentes líderes territoriales en detrimento de los perfiles clásicos nacionales. Este hecho no responde a una lectura unidimensional sino que ha sido propiciada por un efecto multicausal.

En este análisis hay que tener presente cinco dimensiones bien diferenciadas. La primera de ellas es una cuestión de matices pero que condiciona el estudio de la disertación planteada. Y es que nos referimos a “percepciones”, a cuestiones estrictamente subjetivas y, por tanto, refutables.

No existen datos asépticos o métricas cuantificables que nos permitan avalar lo planteado pero sí una corriente de pensamiento, un estado de opinión y una sensación generalizada sobre el incremento del peso de perfiles territoriales que condicionan la vida pública.

La muerte del bipartidismo

La segunda cuestión apunta al cambio de paradigma político vivido en los últimos años. Durante algo más de tres décadas España ha sido una democracia parlamentaria asentada en un sistema bipartidista imperfecto, en el que dos fuerzas mayoritarias aglutinaban la mayoría de voto, siendo condicionadas por actores periféricos que basculaban la formación de gobierno en un sentido u otro.

Este modelo dio paso a un sistema multipartidista intercambiable en el que cuatro o cinco fuerzas políticas aglutinan el grueso del voto del electorado español, al tiempo que se incrementa el papel de formaciones de ámbito territorial capaces de maximizar sus intereses con una exigua representación.

La negociación para alcanzar alianzas gubernamentales quedaba condicionada a la posibilidad de aglutinar diferentes sensibilidades e intereses de carácter local, existiendo un sinfín de partidos políticos de carácter autonomista con representación territorial. Este cambio político ha llevado a España a contar con uno de los parlamentos nacionales más fragmentados de Europa, por encima de países como Alemania, Reino Unido, Países Bajos o Dinamarca.

Un país descentralizado

El tercer elemento decisorio es el proceso descentralizador que ha vivido el Estado español en los últimos cuarenta años de democracia. El título octavo de la Carta Magna, concretamente en su tercer capítulo, refleja de manera inequívoca la organización territorial del Estado, fijando los límites y estableciendo una serie de derechos y deberes.

En la actualidad, España es uno de los países más descentralizados del mundo, existiendo un elevadísimo nivel de autogobierno político, económico y presupuestario. Sirva de ejemplo la clasificación de autonomía fiscal de administraciones regionales y locales que elabora la OCDE y que atribuye a las Comunidades Autónomas un 23% de los ingresos impositivos. Un porcentaje superior al de los Estados de países federales como Alemania con un 21% o Estados Unidos con un 20%.

España cuenta con uno de los parlamentos nacionales más fragmentados de Europa

Determinados liderazgos territoriales han tratado de alcanzar una asimetría institucional que anule los esquemas tradicionales basados en la distribución y relevancia de los niveles jerárquicos. De esta forma, en algunas regiones el nivel jerárquico y competencial de las administraciones –nacional sobre autonómico– pierde relevancia en detrimento de la importancia táctica y discursiva.

Es aquí donde debemos tener presente que la política española ha pasado de asentarse en un eje dicotómico, compuesto por una escala ideológica basada en la dualidad izquierda y derecha, a un modelo tridimensional en el que al lineal ideológico se añade una nueva bisectriz formada por la racionalidad y la emotividad, en la que el componente identitario constituye un potente movilizador.

Apelando a las emociones

Lo que nos lleva al cuarto factor: la sentimentalidad emocional. La política afectiva que azuza los instintos más primarios es la que ha posibilitado un incremento de las corrientes populistas, nacionalistas e identitarias. Unos movimientos difícilmente rebatibles desde la lógica o la racionalidad y que permean en las entrañas de los ciudadanos.

Si observamos los datos objetivos ofrecidos por el CIS comprobamos cómo desde 2008 hasta nuestros días el porcentaje de ciudadanos que se siente tan español como de su Comunidad Autónoma se mantiene casi intacto. Lo que varía sustancialmente son las cifras en regiones con un importante componente nacionalista, donde la polarización ha propiciado una disyuntiva casi irreconciliable.

La irrupción de las TIC

El último vector de cambio es la evolución de las formas de comunicar. La inmediatez, las nuevas herramientas tecnológicas, las redes sociales y los medios online ofrecen titulares gruesos, priman la espectacularización frente a la información y dificultan los debates y análisis pausados de largo espectro. Esto fomenta escenarios más descentralizados, en los que los liderazgos políticos más cercanos en niveles jerárquicos cobran una mayor relevancia, visibilidad e importancia en el debate público.

La reconocida socióloga Saskia Sassen nos recuerda que “la idea de internet como red de redes descentralizada ha contribuido a reforzar la noción de que posee una autonomía intrínseca con respecto al poder estatal, además de una gran capacidad para mejorar la democracia desde la base mediante un fortalecimiento de las dinámicas del mercado y del acceso a ella por medio de la sociedad civil”.

Todos estos factores han contribuido a evolucionar desde un sistema fuertemente centralizado a un modelo de hibridación donde los liderazgos territoriales conforman un ecosistema poliédrico en el que los protagonismos públicos se acercan a los niveles competenciales más próximos al ciudadano posibilitando fuertes liderazgos que desde posiciones regionales condicionan la vida pública nacional.