La coalición de las corrupciones
A estas horas nadie honesto quiere formar parte de una organización que se percibe efímera
Las mentiras de los ministros, las maniobras de los fontaneros, las corruptelas de los comisionistas y el consentimiento de los socios conforman hoy la pornocracia que ocupa La Moncloa y desgobierna España. Nuestro país sufre la descomposición institucional más grave desde la Transición. Y todos lo sabemos. Ya no se trata de filtraciones o grabaciones: la putrefacción se retransmite en directo para todo el mundo. Sin ir más lejos, este fin de semana, cada comparecencia pública y cada intervención en el Comité Federal del PSOE ha espesado aún más el manto de ignominia que cubre el partido de pies a cabeza.
El sanchismo, por fin, ha entrado en una fase de caída libre. Y lo hace sin dignidad, pero arrastrando consigo todo aquello que debería ser respetado: la verdad, la convivencia, la justicia y, en definitiva, todas las instituciones democráticas. A estas horas nadie honesto quiere formar parte de una organización que se percibe efímera. Pero eso no impide que quienes aún se aferran al poder estén dispuestos a hacer todo el daño posible a la democracia antes de poner rumbo a la República Dominicana o a Soto del Real. Querrán destruir la UCO pactando con el separatismo la destrucción del Estado. Están en ello.
Nadie debería hacerse el sorprendido. Todo esto se podía saber. Hace cuatro años publiqué El proceso español, un libro que pretendía advertir sobre lo que iba a suceder. No exageraba. Lo que hoy estamos viendo era ayer perfectamente previsible para quienes queríamos ver. Ya durante la pandemia, la pulsión autocrática del Gobierno se hizo evidente: el uso partidista del estado de alarma, las mentiras subvencionadas, el intento constante de eliminar cualquier contrapeso institucional o mediático. No había que investigar demasiado para descubrir la catadura moral de los personajes.
Quizá él también apestaba
Los orígenes del sanchismo no fueron inocentes. Amañaron todo lo que se podía amañar con primarias con menos garantías que un referéndum indepe. El poder no les hizo corruptos. Venían corrompidos de casa. Las sucesivas manos derechas de Sánchez, José Luis Ábalos y Santos Cerdán, ya ejercían la política clientelar en Valencia y Navarra. Junto a Koldo García, subieron sucios, muy sucios, al Peugeot. Y es imposible que el cuarto ocupante no percibiera la pestilencia de la inmoralidad. Quizá él también apestaba. Pronto lo sabremos.
La corrupción tuvo muchos testigos. Lo confirman unos socios que se han convertido en cómplices. Arnaldo Otegi ha revelado que fue Antxon Alonso quien lo presentó a Cerdán para negociar la investidura. El mismo Cerdán que medió con un PNV cercado por las sospechas. La complicidad con la trama puedo haber ido mucho más allá de un simple pacto de investidura. También Cerdán negoció con Carles Puigdemont. En el extranjero, el preso y el fugitivo cerraron el precio más obsceno: la autoamnistía avalada por un Tribunal Constitucional desnaturalizado y colaborador de los abusos del poder político.
Estamos, pues, ante una triple corrupción: económica, por el uso indebido de recursos públicos y el pago de comisiones ilegales; política, por pervertir las instituciones para mantenerse en el poder; y moral, por legitimar lo ilegítimo y normalizar lo aberrante. Y es esta última, la corrupción moral, la que está en el origen del resto. No se paró a tiempo y, ahora, sufrimos una coalición que toca todos los palos de la podredumbre humana, una coalición de corrupciones.