Montesquieu en la era de la IA: Europa decide adaptarse

Un reconocimiento implícito de que el marco regulatorio europeo se había vuelto demasiado rígido para permitir innovar

“Las leyes deben relacionarse necesariamente con la espíritu del pueblo para el que se hacen”. Montesquieu escribió esta frase en El espíritu de las leyes en 1748, pero podría firmarla hoy cualquier responsable europeo de política digital. Su idea era sencilla y actual: las leyes no pueden ser estáticas, porque las sociedades no lo son. Cuando la realidad tecnológica supera a las instituciones, o las instituciones se adaptan o pierden su propósito.

Europa ha tardado más de una década en reconocerlo, pero finalmente parece haber dado un paso hacia esa adaptación. Ese paso se llama Ómnibus Digital. La idea nace porque el marco regulatorio que ha definido la economía digital europea —GDPR, e-Privacy, la AI Act y Data Act— estaba construido para un mundo que ya no existe.

Un mundo de cookies, banners, modelos de IA simbólicos y plataformas donde el principal riesgo era el uso comercial de los datos. Pero hoy el riesgo, y la oportunidad, es otro: modelos generativos que aprenden a velocidad exponencial, empresas que dependen del dato para competir, mercados enteros que tendrán que adaptarse a la IA y la personalización y una Europa que avanza a un ritmo muy lento en una autopista donde EE.UU. y China ya van a un ritmo de vértigo.

El Ómnibus Digital es, ante todo, un reconocimiento implícito de que el marco regulatorio europeo se había vuelto demasiado rígido para permitir innovar.

«La innovación llegaba antes a Estados Unidos que a Europa.»

Las grandes plataformas tecnológicas llevan tiempo dejando señales claras de esta desconexión. Meta, por ejemplo, decidió no lanzar en Europa su asistente de IA multimodal tal y como existe en EEUU, porque el contexto normativo europeo hacía que la experiencia disponible aquí fuera “de segunda categoría” frente a la estadounidense.

No era un debate teórico, sino un caso práctico: funcionalidades que los usuarios del resto del mundo podían disfrutar no estaban disponibles en la UE.

Apple hizo lo mismo meses después, retrasando en Europa parte de Apple Intelligence y nuevas funciones de interoperabilidad porque la normativa europea exigía condiciones que la compañía consideraba incompatibles con seguridad y privacidad.

En ambos casos, la innovación llegaba antes a Estados Unidos que a Europa. El continente quedaba fuera de las funcionalidades más avanzadas no por falta de tecnología, sino por exceso de regulación o por incoherencias entre marcos legales.

El Ómnibus Digital pretende corregir precisamente ese tipo de situaciones. Busca simplificar procesos, armonizar reglas y flexibilizar plazos para que innovar en Europa no sea una carrera de obstáculos.

La propia decisión de retrasar los requisitos más estrictos de la IA de alto riesgo hasta 2027 es una admisión de que, tal como estaban planteados, podían ahogar a las empresas antes de que tuvieran tiempo de prepararse. Europa no renuncia a proteger, pero acepta —por fin— que proteger quitando capacidad de competir es una forma lenta de perder relevancia.

Los críticos ven aquí una concesión a las grandes tecnológicas y temen que la simplificación recorte derechos construidos durante décadas. Los defensores, en cambio, creen que sin este giro el continente seguirá condenando a sus usuarios y empresas a innovaciones tardías, incompletas o directamente inexistentes.

El reto ahora es encontrar un equilibrio vivo entre protección y competitividad. Porque, como recordaba Montesquieu, “las leyes deben ser tan cambiantes como las circunstancias que gobiernan”.

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