Unos levantan el brazo y otros alzan el puño    

Del pasado franquista al presente sanchista cabe preguntarse si el autoritarismo de Francisco Franco rima con el de Pedro Sánchez

El 50 aniversario de la muerte del dictador/autoritario Francisco Franco –sigo la caracterización del sociólogo Juan José Linz y su clásico An Authoritarian Regime: The Case of Spain que definió el franquismo como un régimen autoritario: el artículo se publicó en 1964 y se tradujo al español en 1974 gracias a Manuel Fraga Iribarne- ha servido para que el autodenominado antifranquismo continúe batallando contra un franquismo que ya no existe. Ha servido, igualmente, para que los sobrevenidos antifranquistas se pongan medallas. Y, sobre todo, el dichoso 50 aniversario no es sino un arma de combate contra la derecha, tildada de franquista.  

De todo ello, lo que llama la atención es que, propiamente hablando, la lucha antifranquista no existió tal como algunos cuentan. Seamos sinceros, la lucha antifranquista fue cosa de minorías. Por ello, es lícito cuestionar su existencia digamos amplia. Son varias, las razones.  

En primer lugar, la lucha/oposición al Régimen fue mínima. Y Franco murió en la cama. La oposición fue escasa: el Partido Comunista y el anarquismo desorganizado  se movían a su aire. También, conviene añadir que los socialistas estuvieron de vacaciones hasta 1975 y que, por ejemplo, el nacionalismo catalán se levantó contra el Régimen haciendo cursillos clandestinos de catalán en el Eixample y Sarriá al tiempo que peregrinaban a Montserrat. A ello, hay que sumar alguna protesta de sindicalistas, intelectuales y estudiantes que se consumó en un visto y no visto.   

En segundo lugar, la mayor parte del empresariado –lo que la izquierda llama oligarquía– apostó, más pronto que tarde, por un franquismo que les ofrecía una legislación de parte, proteccionismo, corrupción, estraperlo, materia prima, divisas, mercado, pocos impuestos y el control/represión de los trabajadores. Si ustedes leen el libro de Ignasi Riera, titulado Els catalans de Franco (1998), se darán cuenta –Cataluña como ejemplo- de la existencia –con nombres y apellidos- de una “Cataluña de Franco”, de “los catalanes de Burgos”, de “los artistas catalanes franquistas”, de “los eclesiásticos catalanes con Franco” y más. 

En tercer lugar, el franquismo sobrevenido o convencido no tardó en organizarse y legalizar una dictadura/autoritarismo franquista cuyo espíritu provenía, por ejemplo, de la dictadura de un Miguel Primo de Rivera (1923-1930) cuya llegada fue celebrada, no solo por la burguesía, sino también por diversos “·estamentos” entre los cuales se encontraba la llamada clase media. 

En cuarto lugar, hay que añadir que, los aprendices de antifranquistas acabaron pactando con un Régimen que les ofrecía seguridad y tranquilidad. 

Todo lo escrito desprende un aroma de pasado que impregna nuestro presente

A pesar de todo ello, queda todavía –generalmente por puro oportunismo o fanatismo ideológico- un número indeterminado de antifranquistas que aún no acepta que Francisco Franco murió en la cama. Tampoco admite que la suya fue una lucha –si existió- de juego de mesa. 

A ello, hay que sumar hoy nuevos antifranquistas -PSOE, Sumar, Podemos,  Más Madrid y asimilados– que pretenden sacar tajada de un Francisco Franco resucitado para ganar su Guerra Civil, su relato de ficción. Así, pretenden vencer hoy al enemigo encarnado en la derecha y  la ultraderecha -dicen- de  PP y Vox.  

Todo lo escrito desprende un aroma de pasado que impregna nuestro presente. Un aroma de bote, artificial. Y la imaginación se desborda. O no.  

Del pasado franquista al presente sanchista cabe preguntarse si el autoritarismo de Francisco Franco rima con el de Pedro Sánchez. Ese autoritarismo que coloniza las instituciones, que rompe la división de poderes, que usa la justicia en beneficio propio (lawfare, dicen ahora), que se vale de un sindicalismo obediente y de un equipo de opinión sincronizada, que diseña una televisión a su antojo, que entiende que gobernar es mantener el poder. Como los buenos autócratas.  Unos, levantando el brazo; otros, levantando el puño.   

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