Alex Cruz: Bilbao, Barcelona, Londres

Absortos como estamos en el bucle político, uno teme que el nombramiento de Alex Cruz como presidente ejecutivo de British Airways se pierda entre debates independentistas, recursos unionistas, listas electorales y concursos de fichajes políticos estrella.

Conozco a Alex desde junio de 2006, cuando llegó a Barcelona para ponerse al frente de Clickair, hoy fusionada dentro de la actual Vueling. Desde entonces me une con él una intensa relación profesional y una sólida amistad. Por tanto, mi opinión sobre quien está llamado a dirigir a partir de abril una de las compañías señeras de la aviación mundial está teñida por la cercanía y el afecto. Es justo que el lector esté avisado.   

Pero no pretendo ser objetivo. Lo que corresponde hoy es celebrar lo que el nombramiento supone: el reconocimiento de un modelo de aerolínea que en gran medida se ha desarrollado entre nosotros y ahora se irradia por Europa y más allá.

Ese nuevo tipo de compañía, que alguien ha dado en llamar estos días la tercera vía de la aviación comercial, partió del diseño convencional de una low cost carrier, pero su evolución cuantitativa y, sobre todo, cualitativa, solo se explica por el mercado principal desde donde se ha desarrollado: Barcelona.

Cruz, al frente de otras muchas personas, ha contribuido de manera capital a que las ideas que hace una década eran consideradas marginales por el mainstream de la aviación de comercial se hayan convertido precisamente en la nueva corriente dominante del sector. De lo contrario, IAG, el grupo que de modo más inteligente está sabiendo traducir estrategia en rentabilidad,  no le hubiera puesto –con todas las implicaciones del caso—al frente de la joya de la corona: British Airways (BA).

Un sector amplio de la opinión catalana –azuzado por intereses ajenos al transporte aéreo y al turismo, todo hay que decirlo—recibió de uñas la creación de Clickair en 2006. Se le acusaba de ser el plato de segunda mesa con que Iberia tapaba su abandono de El Prat.

Todo el glamour aquellos días lo acaparaba la Vueling original, creada en 2004 por emprendedores, apoyada por empresarios locales y soportada por ingenieros financieros del capital riesgo internacional. Se trataba de un modelo novedoso, pero caro de ejecutar y destinado más a generar expectativas que a la sostenibilidad. A dar un pelotazo en bolsa, en otras palabras.

Dado el pelotazo y desvanecida la ingeniería bursátil, se impuso la dura realidad: es preciso ganar más de lo que se gasta. Algo que en una línea aérea, donde cada día de operación cuesta millones de euros, es una ley más implacable que en cualquier otro sector.

Solo la fusión con Clickair –un rescate, realmente—salvó la marca. Desde entonces, con Josep Piqué como presidente no ejecutivo y Alex Cruz como CEO al frente de la renovada Vueling, se comenzó a desarrollar el nuevo modelo de low cost carrier que ha transformado la aviación en nuestro país y ha ayudado a mantener y aumentar los flujos turísticos exteriores en nuestros años de mayor necesidad.

En ese proceso, Cruz y su equipo fueron pioneros en desarrollar una larga serie de innovaciones en tierra y en el aire y una tupida red de destinos en los tres continentes que la gama del Airbus A-320 puede alcanzar: las cuatro esquinas de Europa, África y Oriente Media/Asia Menor. Hoy está a punto de superar la barrera de las 400 rutas.

Barcelona se ha convertido en la ciudad europea con más destinos aéreos directos desde su aeropuerto. La vieja reivindicación de que su aeropuerto sea un hub (centro de irradiación de vuelos intercontinentales), se va logrando mes a mes con la llegada de nuevos operadores. En octubre comenzó a operar una conexión directa con Sao Paulo y se anunciaron para 2016 nuevos vuelos a Washington DC y Shanghai.

Vale la pena recordar la solemne reunión de la autoproclamada sociedad civil catalana en el paraninfo del IESE en 2007, para reclamar ese papel de hub intercontinental para El Prat. Como si dependiera de un acto administrativo o de la intervención de los gobiernos. Ya entonces, los profesionales de la industria explicaban, sin demasiado eco entre los políticos, que sólo cuando El Prat tuviera un volumen suficiente de pasajeros y de rutas con el Sur de Europa y norte de África se atraería a los operadores de largo radio.

La respuesta de los políticos catalanes fue la desgraciada aventura de Spanair. Tres años largos después de su quiebra traumática y el agujero de 500 millones de euros que dejó, Vueling y las otras compañías contra las que Spanair compitió con la pólvora del rey (por valor de los 244 millones de euros incinerados por las administraciones catalanas en la aventura), El Prat no solo crece año tras año y sino que se consolida como referencia para otras ciudades y países.

Vueling, con más de 100 aviones –lejos de los dos aparatos con que comenzó la Vueling original en 2004 o los cuatro de Clickair en 2006— ha replicado el esquema en Italia, hasta el punto de operar más de 55 rutas en ese país y ser ya el segundo operador del aeropuerto de Roma-Fiumicino.

Dicen que la imitación es la forma más sincera de reconocimiento. Aunque Alex no presume de ello, debió sentirse reivindicado el día que Michael O’Leary decidió abandonar su cansina actitud de ‘borde is better’ y comenzar a ofrecer a sus pasajeros servicio y amabilidad además de precios bajos. Reveladoramente, gran parte de las novedades adoptadas desde el año pasado por Ryanair eran estándar desde hacía tiempo en Vueling.

El éxito de Cruz no hubiera sido posible sin la confluencia feliz de muchos factores. El primero, los equipos humanos con los que se ha rodeado. De entre ellos destaca Luis Gallego, que saltó de número dos de Vueling a crear Iberia Express –la compañía de corto radio de Iberia— y de ahí a lidiar con la desarbolada Iberia grande, a la que ha exorcizado de sus demonios, cambiado de arriba abajo y relanzado con fuerza. Todo sin levantar la voz.

Otro, la perseverancia de monje budista con que practica el mantra de la contención de costes, sinla que ninguna innovación es posible. Fue una disciplina que los creadores de la Vueling original no tuvieron y que los gestores de la Spanair catalana siquiera ni siquiera contemplaron. De seguro que en abril, Cruz llegará a los headquarters de BA con alguna que otra idea al respecto.

Y, por supuesto, Barcelona, que suma una ubicación privilegiada como llave del cuenca euromediterránea occidental con una marca-ciudad conocida y prestigiosa y un aeropuerto moderno y capaz.

Sé –probablemente como pocos—lo duro que ha sido. Y sé lo duro que va a ser. Alex Cruz va a asumir los mandos de una de las enseñas más reconocibles del mundo, una compañía que, como pocas, es embajadora de la leyenda de un país.

Y no sólo es un españolito el que llega a la corte de su serena majestad, sino un gurú de la contención de costes, de la innovación y un inquisidor en serie que a diario enfrenta a sus equipos a la siguiente pregunta: «¿tenemos una manera diferente de hacer esto?»

No todos le recibirán con los brazos abiertos. Pero lo mismo pasó en Barcelona en 2006…