Algo pasa con el socialismo

Dicen que en lo que va de siglo el PSOE ha tenido mala suerte. Primero, José Luis Rodríguez Zapatero. Después, Pedro Sánchez Pérez-Castejón.

Veamos. Zapatero: el populismo, el complejo de superioridad moral, la memoria histórica como trinchera, el prejuicio ideológico, el doctrinarismo infantiloide, la concesión de derechos sin fin, el sectarismo, la corrección retroprogresista, el buenismo, el diálogo como terapia, el coqueteo con el nacionalismo, el educacionismo analfabetizador, el multiculturalismo, la Alianza de Civilizaciones. Y una política económica –al final del mandato rectificó: el mal ya estaba hecho- que hace buena la máxima según la cual el liberalismo crea riqueza y el socialismo la derrocha. Maquiavelo: «un gran simulador y disimulador».

Y un discurso que se autolegitima y autolegaliza: dentro del mismo todo vale, fuera nada vale. En definitiva, la brutta cupidità di regnare.

Del fuego a las brasas. De Zapatero a Sánchez. Veamos. ¿Sánchez? Un político al cual –sacando a colación una anécdota de la que fue víctima Gregorio Marañón en las Cortes de la II República- se le podría regalar un grueso volumen de páginas en blanco en cuyo lomo aparecería el título Pedro Sánchez. Pensamiento político. ¿Qué pensamiento? Anoto: «cambio… gobierno alternativo… la voluntad de nuestro pueblo… tolerancia y respeto… diálogo fructífero entre todos… moderación con alternativas valientes y constructivas… una España federal… una alianza con lo mejor de España para hacer una España mejor».

Una retórica huera que se agota en sí misma. Por lo menos, Zapatero, más ambicioso, daba la vara con el republicanismo cívico de Philip Pettit, con la necesidad de una libertad exenta de interferencias arbitrarias, con un gobierno que escuchara y respetará a los ciudadanos siguiendo la máxima clásica del audi alteram partem.

Sánchez –prosaico- adoctrina a la militancia, se obsesiona de forma enfermiza con el adversario, fractura el partido e intenta ganar tiempo con el objetivo de sobrevivir en el poder al precio que sea.

Dicen que en lo que va de siglo el PSOE ha tenido mala suerte. José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez.

Dicen que el PSOE ha de renovarse, redefinirse, refundarse o reconstruirse. El socialismo siempre está renovándose, redefiniéndose, refundándose o reconstruyéndose. Pero, no lo consigue. Algo pasa con el socialismo. Parafraseando a Nietzsche, se podría decir que el socialismo permanece atrapado entre el pasado de una ilusión incumplida y el futuro de una promesa imposible.

¿Con Zapatero y Sánchez empieza el declive? No. El uno y el otro son la expresión de una decadencia anunciada. Lo mismo puede decirse del enfrentamiento entre Felipe González y Pedro Sánchez, o de la dimisión de los miembros de la ejecutiva federal para evitar primarias y nuevo congreso en una suerte de golpe a la romana, o de la respuesta de la secretaría general que apela a la militancia, o de la reunión del Comité Federal de ya infausta memoria.

¿Y si el socialismo hubiera completado su ciclo histórico? ¿Y si el PSOE –envejecido, ruralizado, fracturado, sin credibilidad, ni alternativa, ni liderazgo político y social- se hubiera quedado sin causa? Darwin llama a la puerta.

El socialismo está perdiendo su razón de ser: porque no tiene discurso propio; porque no tiene modelo que seguir; porque se reduce su espacio político; porque el sujeto del cambio se disipa. Sin discurso, ni modelo, ni espacio, ni sujeto; sin ideas propias ni proyecto autónomo salvo la utopía negativa del «no» a todo; sin función ni substantividad claras; abrazado cínicamente al liberalismo cuando le conviene, el socialismo se queda sin causa. Se desvanece.

El PSOE, en caída libre y sumido en una profunda crisis de identidad, puede acabar jugando el papel de partido bisagra. De la hegemonía a la subalternidad. La pasokización del PSOE en beneficio de un podemismo izquierdista o «socialdemócrata» que, paradójicamente -¡qué error! ¡qué inmenso error!-, ha sido alimentado por un socialismo que oposita para ser como Podemos.

Y sigue la paradoja: el PSOE podría evitar el desastre –pactos y ayuda mutua- junto a un PP y un Ciudadanos que buscan la estabilidad del sistema. Para ello, debería colaborar –en beneficio propio: un partido sin capacidad de influir pierde espacio político y geográfico, electorado y sentido- en la tarea de frenar las fuerzas exógenas y antisistema que amenazan la estabilidad política, económica y social. Como ocurre en las democracias consolidadas de la Unión Europea.

Pero, nada es seguro -¡que cien años no es nada!- con un socialismo que todavía sueña con la rebelión de las masas. El PSOE debería superar la populismo, la radicalización, el sectarismo, la nostalgia, el resistencialismo, el asamblearismo, el quincemayismo, la seducción por la ruptura, las filias y fobias generacionales en el seno del partido y la conversión del adversario político en el enemigo absoluto; y debería recuperar el sentido de Estado y un liderazgo y una alternativa de gobierno homologables a una socialdemocracia europea que, por cierto, también está en crisis.

Por decirlo gráficamente: hay que renunciar a Jeremy Corbin y rescatar a Tony Blair. ¡Qué escándalo! Pues, sí: recuperar a Tony Blair y su vocación de gobierno de amplio espectro. El socialismo español, ¿entenderá que la credibilidad y las elecciones no se ganan o se pierden por ser más o menos de izquierdas?

Para cualquier duda, consulten al laborismo británico. Se dirá que el socialismo sigue ahí. Cierto. El socialismo de nuestros días se ha convertido, en el mejor de los casos, en una preferencia cultural o en un producto de marketing político –socialismo low cost- ahora en tiempo de rebajas. A la manera de la ropa deportiva, los relojes o los yogures, el socialismo se ha transformado en una marca –cambio, diálogo, memoria histórica, discriminación positiva, laicismo, progresismo- que busca compradores/votantes en el mercado político.

En un mundo fascinado por las marcas, el socialismo –que se publicita a sí mismo como sinónimo de buen tono y toque de distinción: sigue el yudo moral de la izquierda- aún tiene su cuota.

Josep Pla: «en este país, hay una manera cómoda de hacer una vida suave, tranquila y regalada: consiste en afiliarse al extremismo razonable y lavarse las manos, pase lo que pase».

El socialismo se desvanece y reaparece el fantasma de la vieja izquierda. Que la vieja izquierda llame a tu puerta es una mala pasada del pasado –otra más- que enturbia el presente e hipoteca el futuro. Eurípides: «El demagogo suele hacer las delicias del pueblo, pero a veces su desgracia». Vigila. Nunca apagues la luz.

Licenciado en Filosofía y Letras. Ensayista, articulista, columnista, comentarista y crítico de libros
Miquel Porta Perales