¿Baja el soufflé soberanista?

La realidad es tozuda y las encuestas del CEO (Centre d’Estudis d’Opinió, el CIS catalán) la reflejan con cierta precisión: en Cataluña, los contrarios a la independencia aumentan tres puntos su porcentaje y llegan al 48%, mientras que los partidarios se quedan en el 39,1%. Hay que tener en cuenta que en noviembre del 2013 llegaron a ser el 48,5%.

Sería lógico deducir de estas cifras que se podría estar dando ese reflujo del movimiento soberanista que algunos vienen vaticinando de un tiempo a esta parte. O, al menos, que el independentismo tiene aparentemente un techo que, en el mejor de sus escenarios, no llegaría al 50% de los catalanes.

Esta situación, tras unos últimos años de intensa presión y movilización a favor de la ruptura, no parece aportar una mayoría suficiente para una propuesta de envergadura tal como crear unas estructuras de Estado paralelas que preparen el momento deseado de la desconexión con España.

El propio barómetro del CEO indica que de celebrarse elecciones al Parlament en estos momentos la suma de diputados independentistas no iría mucho más allá de los 72 escaños, muy lejos de los 90 (dos tercios de los 135 que componen la Cámara) necesarios para reformar siquiera el Estatut. Para proclamar unilateralmente la independencia deberían ser exigibles algunos más.

De este aparente frenazo del auge soberanista, sería no obstante erróneo sobreentender que empieza a deshacerse irremediablemente el soufflé que con tanto ahínco han cocinado la ANC, Omnium Cultural, Convergència de una manera o de otra, ERC y satélites de distinto pelaje, entre los que hay que contar curiosamente a las cúpulas sindicales.

La existencia de prácticamente un 40% de catalanes favorables a la ruptura del España es un problema de Estado ante el que el Gobierno central debe dedicar algo más que las cuatro frases ya conocidas de Rajoy sobre la Constitución. Por supuesto, siempre habrá quien piense que el tiempo todo lo cura y también ese sarpullido independentista, aunque la fiebre haya alcanzado cotas inéditas hasta ahora. Pero no es seguro.

Y, seguramente, en el ligero retroceso de la pulsión soberanista en las encuestas del CEO tiene más que ver con otros factores que con la eficacia de la estrategia inmovilista. Por ejemplo, el auge de Podemos y su casi 12% de intención de voto que se le atribuye. La fuerza que lidera en Cataluña Gemma Ubasart no está alineada con el independentismo, aunque sí con la defensa de un teórico derecho a decidir, pero su consolidación en las expectativas políticas ofrece un potente atractivo para los que se acercaron a la ruptura con España desde posiciones puras de desencanto social.

Tampoco hay que desestimar en el bajón secesionista la incapacidad de los dos partidos hegemónicos, Convergència i ERC, para presentar una alternativa coherente y un escenario ilusionante tras la ruptura. Tras la separación, ¿quién, cómo y con qué políticas se va a gobernar el nuevo hipotético estado? Sobre todo, si CDC, UDC y ERC no encuentran ya momentos para tapar sus muchas y graves diferencias.

El último barómetro del CEO confirma, efectivamente, el ligero descenso del empuje soberanista, baja un poco el soufflé, pero la desafección sigue siendo alta, muy alta. Hay que aplicar políticas que generen credibilidad hacia las instituciones españolas. La fragmentación que anuncian los diferentes sondeos en todas ellas no son una señal positiva en ese sentido. O quizá sí.