Barcelona y la cultura dormida

No es de recibo que a Barcelona le pase por delante en propuestas culturales, no sólo Madrid, sino ciudades como Palma o Málaga

Culturalmente Barcelona es una ciudad adormecida y conviene reflexionar sobre ello.

La cartelera teatral no es relevante, sus propuestas musicales, o son locales o forman parte del circuito internacional pret a porter, sus exposiciones no están en el mapa internacional y sus festivales tradicionales se han convertido en parte del paisaje, sin un compromiso real con los procesos culturales locales.

En Barcelona la cultura no tiene el poder para plantarle cara a la política

La escena independiente actúa al margen de las instituciones y las dinámicas sociales, que convierten la cultura en una estrategia ideológica del debate político, ocupan un espacio que en otras partes del mundo afecta a los partidos o a las organizaciones cívicas, sin complicidades reales con los procesos creativos o intelectuales.

En Barcelona la cultura no tiene la autonomía suficiente para plantarle cara a la política y alzar su propia voz, y cuando la tiene por razones económicas, le falta la valentía para hacerlo.

Se tiende a confrontar y equiparar la cultura con la sanidad o la vivienda

Se escribe poco de cultura. Se debate poco de cultura. De arte, creación o contenidos culturales. 

La burocracia, o para ser más precisos, la gestión administrativa lineal que se adecua a la normativa sin tener en cuenta la imprevisibilidad del hecho cultural, es el pan de cada día ante políticos atemorizados que responden con mayor diligencia al mandato de las redes sociales que al suyo propio o, peor, al de los ciudadanos.

La Barcelona actual tiende a confrontar la cultura con la sanidad, con la vivienda, con el conflicto social o el déficit energético. La cultura es cosa de ricos, nos gentrifica porque a menudo se explica en forma de espectáculo y vive acomodada y fagocitada en el mercado.

Enfrente hay todo un imaginario que se siente cómodo administrando política y electoralmente la pobreza.

Macba

Barcelona y sus problemas con la cultura

La cultura se ha convertido en un caballo de Troya para la ciudad de Barcelona

Los presupuestos de cultura se recortan anualmente, la iniciativa privada no se discute en términos de calidad sino de cantidad (véase el absurdo peregrinaje de la propuesta Hermitage-Barcelona), las apuestas de futuro, ampliando museos, colonizando territorios y generando escenarios simbólicos, se demonizan (frenazo a la ampliación del Macba).

La apropiación cultural del espacio público (estatuas humanas o música en la calle) se hiper-regula o directamente se prohíbe, pasar cine al aire libre en verano es prácticamente imposible (Monjuic) y por supuesto reconocer el trabajo histórico, aunque sea para mejorarlo y ordenarlo (Palo Alto), inaceptable.

Recibir una subvención relevante, sin el status de ser una empresa o entidad adecuadamente relacionada, es una casualidad; acordar en forma de convenio una trayectoria, extraordinario.

¿Cómo podemos solucionar el problema?

Todo ello podría ser parte de una estrategia si la cultura se desarrollara entre facilidades y pudiéramos exigirle al activista cultural un esfuerzo de consolidación y sostenibilidad. Lamentablemente no es así: el agente cultural es un héroe, o un atrevido buscavidas en un mundo donde solo caben unos pocos.

La cultura requiere cierta promiscuidad creativa. Centenares de ideas inciertas se concretan mediante encuentros casuales, posibilidades que transcurren de lo inviable a lo inmediato u oportunidades inimaginables apenas horas antes.

Un artista llega a Barcelona atraído por su fama mundial y se encuentra con múltiples trabas burocráticas

Es así, salvo lo que más allá de la cultura es planificación empresarial y gestión económica de contenidos predibujados.  

Un creador, un artista o un aprendiz de brujo llega a la ciudad desde cualquier parte del mundo  (incluida la propia ciudad), atraído por una fama justamente ganada con los años y se encuentra con enormes dificultades técnicas (statu-quo), administrativas (normativas) y burocráticas (un funcionariado resilente y poco proactivo). ¿En qué bucle nos hemos metido? Barcelona jamás fue así.

¿Por qué nunca apostó Barcelona?

Barcelona nunca sintió la necesidad de explicarse como la capital de Catalunya y vivir en consecuencia las urgencias de un país pequeño y dividido entre una realidad cosmopolita y metropolitana y otra tradicional y conservadora.

No lo digo con segunda intención. Un país es la suma de sus realidades y en todos conviven estas dos personalidades. Las grandes ciudades crecen por riesgo y aluvión, las medianas se mantiene por fusión y conservación.

La cultura se ha convertido en Barcelona en un terreno por conquistar

En la Barcelona tardofranquista y en los primeros años de la democracia la capitalidad se le suponía y el discurso era florentino: bicapital de España y por supuesto el reino de la cultura.

Ahora el país que no ha sabido digerir la crisis pujolista y se empeña, con el olvido, en seguir siendo ejemplar, inmaculado y perfecto ha convertido Barcelona en terreno de conquista. Y la cultura se ha convertido en un caballo de Troya.

Que nos pase la mano por la cara Málaga, Palma y por supuesto Madrid, no es de recibo. Lo dicen los barómetros y por supuesto los artistas.