Botín empieza a ver las orejas al lobo
La simple hipótesis que se está barajando, de situar a España entre los países cuya deuda soberana puede verse condonada en un porcentaje de entre el 5% y el 20%, han hecho saltar todas las alarmas. Las de la sede del Banco Santander en el complejo de Boadilla, también. No es cuestión baladí. La exposición de la entidad a las deudas griega, portuguesa, italiana y, claro está, española, está en torno a los 46.000 millones de euros.
Por eso, a primera hora de la mañana de hoy martes, allí estaban, en primera fila y en perfecto orden de revista, el vicepresidente de la Comisión Europea y comisario de la Competencia, Joaquín Almunia, la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Economía, Elena Salgado, o el consejero financiero del Fondo Monetario Internacional (FMI), José Viñals, entre otros, para escuchar al presidente de la entidad financiera, Emilio Botín.
Y el tono de sus palabras dejaba entrever una gran preocupación, ni siquiera solapada con esas dosis de optimismo de las que el cántabro suele hacer gala en este tipo de ocasiones. “Seguimos sin ser capaces de recuperar la confianza a nivel global y la incertidumbre en los mercados sigue siendo muy alta”, fue la primera reflexión que lanzó al selecto auditorio.
Puso encima de la mesa algunas cuestiones, algunas con cierto aire de autocrítica, al señalar que “esta crisis nos está recordando que los ciclos no son cosa del pasado, que la liquidez no siempre es abundante y barata, y a veces puede desaparecer”. Y que es cierto que los productos financieros pueden ayudar a cubrir y diversificar el riesgo, “pero éste no se elimina del todo”.
Con todo, no quiso dejar pasar la ocasión para expresar su opinión acerca de por dónde deben ir las decisiones a tomar de manera inmediata, tanto en el Consejo Europeo del próximo domingo –aplazado una semana ante las disputas internas de los socios por llegar a una propuesta más o menos consensuada– o a la Cumbre del G-20 en Cannes los días 3 y 4 de noviembre.
Nada de recapitalización generalizada, ni quitas, ni nada de nada. “Poner en duda de forma generalizada la sostenibilidad de la deuda pública o del sistema financiero europeo puede llevarnos a una espiral imparable de crisis soberanas y crisis bancarias”, alertaba. Y sólo concedía la posibilidad de que “algunas entidades especialmente afectadas por la crisis de la deuda pública griega, o de los mercados en general, requieran una base más amplia de capital. Pero no debe forzarse una recapitalización indiscriminada de la banca europea sin resolver de forma definitiva el problema de la deuda pública”.
Lo primero es lo primero. Y lo primero, a juicio de Botín, es dejarse de recapitalizaciones de los bancos europeos sin antes resolver definitivamente el problema de la deuda soberana. De lo contrario, se echaría por tierra el camino regulatorio recorrido (Basilea III o los ‘stress test’ de la EBA, que ya introducían las necesidades de capital de algunas entidades), para adentrarse en una dinámica perversa “de inseguridad, confusión e incertidumbre de los mercados” que llevarían a una todavía mayor contracción del crédito. Muchos de los asistentes salían con la impresión de que Botín no tiene nada claro lo que va a pasar.