Enquistar el ‘procés’

Puigdemont y su sanedrín erraron al no convocar elecciones, si el independentismo actúa con inteligencia, invertirá los términos de la ecuación

Tras el exitazo del 1-O y la manifestación contra la violencia policial del martes siguiente, el gran error de Puigdemont y su sanedrín consistió en no convocar de manera inmediata elecciones, que hubieran sido jurídicamente autonómicas y políticamente constituyentes. El pacto de JuntsxSí  con la CUP –o referéndum o referéndum— había llegado contra pronóstico al mejor término posible, de manera que el paso siguiente consistía en convocar a toda la ciudanía en paz y en orden pero con el recuerdo reciente de lo sucedido. Los independentistas se confiaron, dejaron escapar la oportunidad y luego se obligaron a abdicar del eslogan “de la ley a la ley” y llegar hasta el final de la DUI, cuyas desastrosas consecuencias son de sobras conocidas.

Las aspiraciones catalanas de autogobierno nunca han tenido aliados exteriores. Presumir que los iba a tener era una presunción excesiva. Peor aún, fundamentar la proclamación de la independencia en una votación producida en tan extrañas circunstancias, una participación nada homologable con los precedentes de Quebec y Escocia y un resultado tan abultado a favor del Sí que no refleja la voluntad real de la sociedad catalana, comprobada a cada convocatoria electoral, fue un grave error. Error esperado, y tal vez inducido por Rajoy, que deseaba acumular razones ante Europa para justificar el 155 y el despliegue de la actuación judicial y los encarcelamientos.

(Nota para los analistas despistados que todavía afean la inacción a Rajoy sin darse cuenta de su exitoso método: si el presidente espera inmóvil, que lo hace, es para obligar al rival a descubrirse y así, una vez conocidos sus movimientos, caer sobre él con los implacables resortes del poder, que mientras tanto ha afinado sigilosamente.)

Rajoy deseaba acumular razones ante Europa para justificar el 155 y los encarcelamientos

Otro de los secretos mejor guardados ante las masas por quienes no sólo usan sino que abusan del poder consisten en la resolución de la ecuación injusticia-desorden mediante la siguiente máxima oculta: las sociedades admiten mejor la injusticia cuando la alternativa es el desorden. No lo dicen así ni Maquiavelo ni Mazarino, pero estaba en la trastienda de sus radiografías del poder hasta que Goethe la puso medio al descubierto.

Hoy sabemos que, desde China hasta Irán, incluso acaban abrazando la injusticia que primero han rechazado si es para poner punto final al desorden. Si Rajoy perdió las elecciones del 21-D fue por haber calculado mal la dosis de injusticia que gran parte de los catalanes podían digerir en tan poco tiempo. Es altamente probable que, sin presos, el independentismo hubiera perdido cinco o seis diputados en vez de sólo dos y con ello la mayoría en el Parlament.

Las sociedades admiten mejor la injusticia cando la alternativa es el desorden

De manera que, si el independentismo actúa con inteligencia y no confunde su victoria en las urnas con un aval a las movilizaciones, es decir a la sensación de incertidumbre (de ahí el bajón de la CUP), invertirá los términos de la ecuación: contra la injusticia, orden, no desorden. Acciones de protesta, cómo no, pero sin desafiar la ley, sin alterar la estabilidad, sin subir la tensión, enquistando el procés, por así decirlo.

En consecuencia, Puigdemont debería conformarse con una votación de la mayoría que los poderes públicos convertirán en inoperante, abstenerse de volver mientras pese una orden de detención y convertirse en símbolo.

Toda reclamación de mejoras en autogobierno está destinada a convertirse en munición para el independentismo

La renuncia de la patronal catalana a la reivindicación del corredor mediterráneo es un anuncio claro del signo de la legislatura. Quienes aplaudieron el 155 consideran que toda reclamación de mejoras en autogobierno, financiación, etc. está destinada a convertirse en munición para el independentismo, máxime cuando ya se sabe que no van a ser atendidas sino todo lo contrario. Eso mismo puede convertir la legislatura en una larga y paciente acumulación de agravios que desemboque tras unos años en otra fase aguda del conflicto como prevé la prestigiosa revista americana Foreign Policy.

Que Catalunya no tenga aliados exteriores no significa que el independentismo no cuente con uno, interior y llegado el caso muy poderoso. Se llama democracia, pero exige mayorías mucho más cualificadas y abultadas que las obtenidas hasta ahora. Así como una oposición social menor y menos enojada.