Carta al señor presidente del Senado

Es terrible tener dos lenguas y que te intenten cortar una. Peor aún debe ser tener una sola y que te la quieran embarrar de odio

Querido señor presidente del Senado:

Soy Anna Grau, diputada de Ciutadans en el Parlament. Sé que usted estuvo el viernes pasado en el Parlament, me habría gustado, nos habría gustado a unos cuantos, saludarle y hasta conocerle. No pudo ser porque ni siquiera nos avisaron de que usted venía, al parecer a reunirse sólo con la presidenta Laura Borràs y con algunos miembros escogidos de la Mesa (todos socialistas y del partido de Carles Puigdemont).

A algunos de “los otros”, como le digo, nos habría gustado estar. Aunque solo fuese para susurrarle discretamente al oído: “Recuerda que eres mortal…¡y date la vuelta antes de que te cuelen una foto oficial con la bandera catalana y sin la bandera española!”. Ya le pasó a Pedro Sánchez en la Generalitat, sabe. No es usted el primero ni, me temo, será el último.

Me duele que usted viniera al Parlamento catalán así, medio de incógnito, medio de cualquier manera. Me duele leer en la prensa que Laura Borràs encima le echó la bronca por haber defendido (con sus más y sus menos, pero defendido…) la aplicación del artículo 155 cuando fue portavoz de su partido en el Senado. Me duele sobre todo enterarme de que usted puso a esta bronca buena cara, y aún le prometió a doña Laura “impulsar” el uso del catalán en la Cámara Alta y más allá. Y desde más allá que se fue usted escopetado a firmar un convenio de colaboración con el Institut d’Estudis Catalans.

Yo soy catalana y catalanohablante de nacimiento, sabe. Qué me va a contar a mí que yo no sepa sobre las cuitas y los sufrimientos de la lengua catalana a lo largo de la Historia. Son cuitas y sufrimientos enormes, especialmente en los últimos años: ni siquiera Franco logró una guerra de lenguas tan agria, un odio tan irracional entre catalán y castellano, como el que el procés trata de imponer. De imponernos.

«Ni siquiera Franco logró una guerra de lenguas tan agria, un odio tan irracional entre catalán y castellano, como el que el procés trata de imponer»

Es terrible tener dos lenguas y que te intenten cortar una. Peor aún debe ser tener una sola y que te la quieran embarrar de odio. Contaba un antiguo vicepresidente de la Generalitat, brevemente encarcelado durante el franquismo, que estando en la cárcel recibió la visita de su padre, aragonés de nacimiento. No hablaba catalán, o no lo hablaba fluidamente, o, en cualquier caso, no solía hablarlo con su hijo, por muy independentista que este fuera. En el locutorio de la prisión estaban comunicándose en castellano, como hacían siempre y solían, cuando un funcionario franquista perdió los papeles (y la dignidad) y dio orden a todos los presentes (había más familias en más locutorios) de expresarse únicamente y exclusivamente en castellano. Por sus dos genitales. Hala.

Tiene gracia que todo el mundo le hiciera caso, menos uno: el aragonés que dejó la Guardia Civil para quedarse a vivir en Cambrils y tener un hijo indepe. Este, que por casualidad era el único que ese día estaba hablando castellano por las buenas, se negó a seguir hablándolo por las malas. Se negó a decir ni mu hasta el final de la visita. Padre e hijo se quedaron mirando fijamente a los ojos, redondos y plenos de cuánto dejaban de decirse. Y de confianza. Y de orgullo.

¿Se va entendiendo que la defensa del bilingüismo, de la libertad de lenguas, no pasa nunca por el regodeo ni por la revancha de una lengua contra la otra, no pasa nunca porque haya vencedores ni vencidos lingüísticos, sino por crear las condiciones óptimas para que todos hablemos lo que nos da la gana?

¿Se va entendiendo que la defensa del bilingüismo, de la libertad de lenguas, no pasa nunca por el regodeo ni por la revancha de una lengua contra la otra?

Me da a mí mucha pena, señor presidente del Senado, que usted le “comprara” a la señora presidenta del Parlament el marco mental de que el catalán está amenazado (que lo está, pero por el partido de esa señora, por su arrogancia e inutilidad…), sin romper una lanza así sea pequeñita, así sea un palillito, por la otra lengua propia de muchos ciudadanos de Cataluña. Y de todos y cada uno de los españoles. Por esa sufrida y heroica lengua castellana que hace siglos que algunos quisieran arrumbar hasta el punto de sabotear homenajes a Cervantes o negarse a erigir una estatua del Quijote…en la playa de Barcino, junto al mar.

Mire, señor presidente del Senado: yo créame que ya me voy dando cuenta de que esto de la política en la práctica es muy complicado. Yo entiendo que en un momento de geometría parlamentaria puñetera, a alguien le pueda parecer buena idea venirse a Cataluña, enjabonarle el lomo a la presidenta del Parlament y decirle todo lo que ella quiera oír sobre la lengua catalana y más. Y luego uno se vuelve a Madrid, o a Burgos, tan pichi, pensándose que es el Churchill de la meseta, que si estos catalanes en realidad son muy fáciles, a poco que los sepas contentar y tratar.

Esto no es un problema de filólogos ni es una reyerta de acentos ni mucho menos un drama local. Es un drama global.

Pues mire: no. Esto no es un problema de filólogos ni es una reyerta de acentos ni mucho menos un drama local. Es un drama global. El negro grano de pus hispanófobo que se hincha a ojos vista en Cataluña, una vez culmine y estalle, no se va a quedar sólo aquí, sólo en Cataluña. Va a esparcir populismo, mala uva y miseria mucho más lejos, mucho más allá, va a arrasar con muchas libertades y esperanzas. Va a llenar toda España y algo más que toda España de amargura.

Es como un articulo 155 al revés, ¿no lo entiende? Es una enmienda a la totalidad de la convivencia. Es un fracaso y son cuatrocientos golpes en la puerta de la desgracia. Es una llamada a la autodestrucción.

No lleguen tarde a la Historia como llegan siempre los mismos: no se aprendan las canciones de Lluís Llach con cuarenta años de retraso, cuando L’Estaca que hay que tombar ya va siendo otra…

¡Nos nos vuelvan a dejar solos! Somos tan catalanes como el que más y no menos españoles que nadie. Y la libertad de todos nosotros vale lo que vale la de cada uno.