China frente al mundo después de Afganistán

Tras la toma de Afganistán por los talibán, China se ha esforzado por desarrollar sus intereses en la región, algo que se le podría volver en contra sumando un nuevo frente terrestre a la ya convulsa región del Indo-pacífico

En diciembre 2020 una Unión Europea hastiada del ‘America first’ de la era Trump, se apresuraba a concluir el acuerdo sobre inversiones con China antes de la fecha límite del día 31. Este acuerdo llevaba en negociación desde 2014 y el último empujón lo propició el eje franco-alemán. Con esta iniciativa Europa intentaba definir su ‘autonomía estratégica’.

Aunque en la actualidad la ratificación del acuerdo está congelada, la firma no estuvo exenta de controversia al producirse antes de la inauguración de Biden, en lo que Washington consideró un desaire por no haber tenido Bruselas la cortesía de consultar previamente sobre las preocupaciones comunes derivadas de las prácticas económicas chinas.

Este no es el primer desencuentro entre la UE y EE.UU. con Pekín como protagonista. Ya en 2003 con la guerra de Iraq de fondo, China enfrentó a los dos bloques intentando que Bruselas levantara el embargo de armas. Durante los 20 años de intervención occidental en Afganistán, el régimen chino ha aprovechado para implementar su “ascenso pacífico” en una coyuntura internacional que le ha permitido fortalecer su economía y su base tecnológica, e ir modernizando sus fuerzas armadas, todo ello evitando conflictos con las grandes potencias: exactamente tres meses después del 11S, el 11 diciembre de 2001, y tras años de ardua negociación, China había accedido a la Organización Mundial del Comercio.

Giro de timón

Con la llegada de Xi Jinping al poder, la célebre estrategia de Deng Xiaoping para ‘ocultar capacidades, esperar el momento adecuado y mantener perfil bajo’, dio un giro y se convirtió en una estrategia dirigida al ‘rejuvenecimiento de la nación China’.

Este posicionamiento más asertivo ha hecho que en los últimos años se haya levantado la niebla del llamado ‘poder blando’ con el que el régimen de Pekín había conseguido que la comunidad internacional no reaccionase ante problemas estructurales que venían dándose desde hace años, tanto en el ámbito económico – comercial, como en el geopolítico: en el primer caso, cortapisas de compañías extranjeras para invertir u operar en China, el desequilibrio de la balanza comercial, el espionaje industrial o el uso del comercio como medio de coacción. En el ámbito político interno, la represión de las minorías, y la persecución de activistas prodemocracia y disidentes; y en el externo, el proyecto “Mare Nostrum con características chinas”.

Se trata de un proyecto por el que Pekín instauró una zona de identificación para la defensa aérea que abarca áreas en disputa tanto con Corea del Sur como con Japón para controlar el Mar de China Oriental, por el que está incrementando la amenaza militar en el Estrecho de Taiwán, y por el que está militarizando el Mar de China Meridional. Esa puesta en escena de asertividad para realizar el ‘sueño chino’ de Xi de rejuvenecimiento nacional también ha destapado el alcance extraterritorial de los mecanismos internos que el régimen chino despliega para imponer su narrativa a cualquier precio y en cualquier rincón del mundo.

Los talibanes toman Kabul. // EFE
Los talibanes toman Kabul. // EFE

Occidente ha asimilado que ya no están “ante un panda achuchable, sino ante un dragón que escupe fuego”, ante un competidor estratégico y un rival sistémico, una realidad que se ha hecho aún más patente durante la pandemia. Pero tras la apresurada y caótica salida de la OTAN de Afganistán el agenda setting mediático ponía énfasis en lo que se ha tildado de estrepitosa decadencia del orden internacional marcado por las democracias liberales, y en cómo el futuro lo va a marcar regímenes no democráticos como China o Rusia, que alientan una gobernanza alternativa, un discurso que la bien engrasada maquinaria propagandística de Pekín se ha apresurado a amplificar.

Un preludio de lo que esta “nueva era” iba a traer se escenificó en la reunión mantenida entre el ministro de exteriores chino y el líder político talibán a finales de julio, con esta imagen el gigante asiático indicaba públicamente su voluntad de interactuar con los talibanes cuando llegaran al poder. China llevaba años preparándose para esta eventualidad, tanteando extraoficialmente el terreno, y, por su parte, el grupo militante también ha expresado interés por la participación del régimen chino en la reconstrucción y el desarrollo de Afganistán.

Es notoria la riqueza en minerales que posee el territorio afgano, algo que a China le interesa explotar, por lo que tendría que construir infraestructuras para la extracción e invertir en logística para el transporte de lo extraído, con ello podría expandir su iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda y unirla con el corredor que controla en Paquistán. También ambos países comparten frontera, y Pekín teme que el extremismo terrorista se extienda a la región autónoma de Xinjiang de la reprimida minoría musulmana uigur.

Una región convulsa

Aunque a priori parezca que el gobierno chino tiene la coyuntura a su favor, y que al ofrecer asistencia económica y, posiblemente, reconocimiento diplomático a los talibanes, los persuadirá para proteger sus intereses en Afganistán, lo cierto es que sobre el terreno la situación es incierta. No es seguro que los Talibán consigan controlar todo el territorio del país o hasta qué punto podrán ejercer ese control, por lo que no pueden darle ninguna garantía real a Pekín.

China no es ajena a sufrir ataques terroristas en esa región; ya este verano, y en menos de un mes, nacionales chinos que trabajaban en Paquistán fueron objetivo causando víctimas mortales. También ha tenido que enfrentarse a protestas en la ciudad portuaria de Gwadar contra la grave escasez de agua y electricidad, y contra la amenaza al medio de vida de los habitantes de la zona, como parte de una creciente reacción contra los proyectos multimillonarios chinos en el país.

Otro efecto que ha tenido la salida de la OTAN del conflicto en Afganistán, y del que no ha habido tanto eco mediático, es que Washington se libera de centrar su atención exclusivamente en Oriente Medio, así va a poder volcarse de lleno de lleno en lo que considera el punto caliente geoestratégico del momento, el Indo-Pacífico. La recién anunciada alianza trilateral entre Australia, Reino Unido y EE.UU., AUKUS, ha dado un golpe de timón a la narrativa sobre la decadencia de la proyección internacional de los países occidentales.

“La nueva coalición trilateral de AUKUS podría ser aprovechada por China, como ya hiciera en 2003 tras la guerra de Iraq, con la táctica del ‘divide y vencerás’, para intentar quebrar las relaciones transatlánticas”

Aunque AUKUS en ningún momento ha hecho alusión directa a China, no hay duda de que esta iniciativa está dirigida a asegurar a los aliados en esa región asiática que el compromiso para defender la libertad de navegación y la observancia de las normas internacionales sigue muy vivo. Aunque el proyecto más inmediato es dotar a Australia de una flota de submarinos de propulsión nuclear, algo por lo que la propaganda china ya ha marcado Camberra como objetivo de ataque armado, la alianza no se va a limitar sólo al ámbito militar, sino que busca el desarrollo conjunto de la inteligencia artificial y de las capacidades de ciberseguridad.

Si bien este anuncio ha caído como un jarro de agua fría sobre Francia, otro aliado de la OTAN, y que venía negociando un contrato con el gobierno australiano para el desarrollo de submarinos convencionales, está por ver si el ahora herido orgullo galo consigue recabar apoyo entre el resto de los miembros de la UE para definir más contundentemente hacia dónde va a orientarse esa autonomía estratégica. Hay que considerar que la constitución de esta alianza trilateral también coincidió con el anuncio de Bruselas de la nueva estrategia para el Indo-pacífico, que ha quedado descafeinada ante las propuestas del AUKUS.

Esta situación en Europa podría ser aprovechada por China, como ya hiciera en 2003 con la táctica del ‘divide y vencerás’, para intentar quebrar las relaciones transatlánticas. Por otro lado, ante este nuevo foco de presión que supone las nuevas alianzas de Estados Unidos, junto con las ya existentes como el QUAD, Pekín podría verse en la tesitura de tener que dividir su atención en dos frentes, el de sus fronteras marítimas en el este, y en el oeste con una convulsa región cuya deriva se presenta impredecible.