Colau, ante una gestión deficiente
En esta última semana Barcelona ha sufrido el conflicto de los transportes de la compañía municipal TMB. Es el primer conflicto serio al que han tenido que hacer frente las nuevas administraciones surgidas de las últimas elecciones locales. Y se ha puesto de manifiesto una serie de contradicciones sobre las que convendría reflexionar.
Este tipo de conflictos de base laboral en empresas públicas no nacen de la noche a la mañana. Los sindicalistas saben por experiencia que tienen que aprovechar la más mínima debilidad del ente gestor, la empresa municipal, para presionar por sus condiciones de trabajo, y la celebración del MWC es la mejor, la ocasión más favorable, cuando se concentran 100.000 personas en Barcelona durante cuatro días.
Esto se sabe. Los alcaldes Hereu y Trias hicieron frente a esta amenaza con éxito. Por tanto la obligación de la Administración es prever cómo afrontar la amenaza, y más tratándose de un acontecimiento mundial que afecta a la marca Barcelona.
Por otro lado, también se sabe, la gestión de este tipo de conflictos hay que dejarla a los expertos. No es sensato que frente a unos sindicatos muy fuertes y veteranos se sitúe la presidenta de TMB (nacida en 1980), sin ninguna experiencia en gestión, ni en organizaciones complejas.
Pero aquí no terminan los desaciertos. Al final, después de que se haya podrido la negociación, no se les ocurre nada mejor que criminalizar a un sindicato, CGT (anarcosindicalista) y, peor, publicar los sueldos de la plantilla, como si la nómina tuviera que ver con la productividad. «¡Es que cobran mucho!» ¿Se trata de una venganza corporativista?
Hasta aquí básicamente ingenuidad e inmadurez. Impropio de la cultura de Barcelona, experta en gestionar acontecimientos de tamaño mundial.
Pero hay más. Para colmo de despropósitos, en los últimos días la alcaldesa se ha implicado personalmente en la negociación, lo que parece, ha supuesto una radicalización del problema. Primero porque ha desautorizado a los negociadores de la empresa -que ya no negociarán con la autoridad suficiente en el futuro-, después porque se ha arrogado el papel de salvadora del conflicto, sin tener en cuenta que no es fácil pasar de «la agitación callejera a la mesa de negociación».
En el tratamiento del conflicto han fallado todos los elementos que, en principio, eran gestionables. No se ha pedido consejo a los anteriores administradores que tuvieron que pasar por el mismo trance. No se ha atacado el problema con tiempo suficiente. Se ha creído ingenuamente que como la nueva administración era de izquierdas, y los sindicatos también, estos no la iban a dejar en mal lugar.
Y finalmente la alcaldesa ha rematado la semana con un «bien está lo que bien acaba», cuando lo pertinente hubiera sido crear una célula de reflexión para analizar lo que no había funcionado y hacer autocrítica (también es de izquierdas), no echar mano al refranero como fuente de autoridad.
El Congreso de Móviles va a volver, pero no se puede volver a fallar: la movilidad tiene que estar garantizada.
No seríamos ecuánimes si olvidáramos el comportamiento de los sindicatos. Es cierto que tienen que defender sus intereses pero como ciudadanos no pueden hacer oídos sordos a la repercusión de sus decisiones y al desprestigio de su ciudad. Tienen que graduar su fuerza, no todo es válido. Falta responsabilidad.
Los sindicatos veteranos saben que no pueden poner a la ciudad entre la espada y la pared, y los partidos antiguos saben por experiencia que hay que cuidar las relaciones con este tipo de colectivos tan poderosos.
Tema pendiente también a reflexionar.
Y finalmente Barcelona. Aunque ahora no lo parezca es una ciudad, una colectividad, de consenso. Y es muy compleja políticamente hablando. La alcaldesa Ada Colau obtuvo 11 concejales (con el 25% de los votos), de los 41 posibles, por 10 CiU, 5 de C’s, 5 ERC, 4 PSC, 4 PP y 3 la CUP.
Con esta composición no puede gobernar sola Barcelona, ni menos con las formas que utiliza, como si los ciudadanos le hubieran dado todo el poder.
Por tanto a reflexionar, a pactar un gobierno de consenso, a entender bien que significa esta sociedad, y a no volver a cometer tantos errores que deterioran la marca Barcelona internacionalmente.